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Alberto Recarte

Reformas en Alemania

Parte de la vieja Europa se mueve. En concreto, Alemania, cuyo gobierno socialdemócrata, con el apoyo de la oposición conservadora, ha decidido rebajar sustancialmente las prestaciones por desempleo, reduciendo el derecho a recibirlas a un año, frente a los casi tres actuales, limitando, asimismo, la cuantía máxima, que se desliga del salario recibido previo, con lo que los pagos a la seguridad social refuerzan su carácter de impuesto, antes que como contribución personal de los que trabajan para atender sus propias contingencias futuras; una evolución muy negativa para los que cotizan a la seguridad social, pero positiva en la medida que corrige unas ayudas excesivas, desligadas de la necesidad de buscar empleo.
 
Pero la medida tiene otra dimensión política mucho más importante. En efecto, aunque el paro en el conjunto de Alemania esté en torno al 10% de la población activa, en Alemania occidental la tasa es del orden del 7% mientras en la antigua Alemania socialista llega al 20%. Es la primera vez que los políticos alemanes dan marcha atrás en el proyecto que habían diseñado, y que ha resultado maligno, para integrar la Alemania del este en la cultura occidental. Desde la reunificación, tanto los cristianodemócratas como los socialdemócratas han intentado arreglar con dinero la tragedia que significó el socialismo real en la desafortunada Alemania del este. Lo primero fue dar valor a los inservibles marcos orientales, después subir salarios y prestaciones sociales en el este, por decreto, al margen de la productividad. Y para pagar la tragedia industrial y financiar la construcción de infraestructuras en el este se subieron los impuestos a los alemanes occidentales. En conjunto, desde hace casi 15 años, las transferencias del oeste al este de Alemania significan anualmente cerca del 5% del PIB. El estado alemán, y como consecuencia de ese conjunto de medidas disparatadas, entró en crisis fiscal. El déficit global, en términos de PIB se situó en torno al 3%, lo que imposibilita al país para hacer otras políticas. Pero parece que se acabó la fiesta. A partir de aquí, lo lógico es que los desempleados en el este cambien de domicilio, buscando empleo y que los salarios reales disminuyan. No será suficiente pero, al menos, para el bien de Alemania, y de todos los europeos, el cambio de política va en la buena dirección.
 
Un caso muy distinto es la Francia conservadora. Allí, Sarkozy –la esperanza blanca de los reformistas–, que ha sido un auténtico amigo de España en la lucha contra el terrorismo, se aferra al discurso del inmovilismo y la protección social a cualquier precio mientras se queja, incoherentemente, de que las empresas huyen de Francia para instalarse en otros países.

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