Ahora ya tenemos cifras sobre el presupuesto de la coalición PSOE-nacionalistas para 2005. Y es difícil creer tanta torpeza.
Analizaremos, en primer lugar, el cuadro macroeconómico, donde se supone un crecimiento del 3% del PIB para 2005. Es verdad que el entorno mundial ha mejorado en 2004 y que quizá 2005 sea igual de positivo, pero de ahí no se puede deducir que la economía española vaya a ser arrastrada por la bonanza exterior.
Como bien –en esa parte– decían los economistas del PSOE –versión Miguel Sebastián– antes de las elecciones, el problema de la economía española es la progresiva pérdida de competitividad. Pérdida que el gobierno del PSOE acelera con sus medidas.
El cuadro macroeconómico hace dos apuestas arriesgadas: la primera, reducir el saldo negativo del exterior, sin duda porque esperan que la recuperación internacional tire de nuestras exportaciones de bienes y servicios. Una evolución deseable, pero que choca, por ahora, con todas las cifras que tenemos sobre la marcha de las exportaciones y las importaciones. Para 2004 el gobierno del PP habría predicho que el sector exterior nos restaría 0,5 puntos de PIB. En realidad nos va a restar 0,9 puntos. El PSOE, por arte de birlibirloque, reduce para 2005 esa cifra a 0,6 puntos.
La segunda, que aumenta la inversión en bienes de equipo más del 5%, frente a cifras de entre el 1% y el 2% en los últimos dos años. Sólo habría una razón para que así ocurriera; que el alza excesiva de los salarios obligara a los empresarios a invertir más en bienes de equipo, para eliminar mano de obra. Pero, en ese caso, el empleo subiría menos de lo que supone el gobierno y, ciertamente, en ningún caso descendería el paro, como aparece también en ese cuadro macroeconómico.
La economía española necesitaba ya durante los dos últimos años de gobierno del PP un impulso modernizador y flexibilizador para que aumentara la productividad. No ocurrió; y el moderado decretazo del gobierno Aznar fue retirado, tras una huelga general que nunca ganaron los sindicatos.
El PSOE no se ha atrevido a explicar cuál es su política económica, porque no la tiene. No entienden cómo es posible que la libertad haya dado tan buenos resultados. Por eso, al margen de las declaraciones, creen que lo mejor es continuar con lo que había. Pero, en su torpeza, no se dan cuenta de que están haciendo una nueva política económica, que ya ha fracasado: engañarse sobre la realidad, programar ingresos al alza y gastos a la baja, sobre lo que probablemente va a ocurrir, y dañar las expectativas de todos los agentes en el proceso.