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Alberto Recarte

La destrucción de las instituciones

El primer enemigo a destruir es la Iglesia católica. Lo que no deja de impresionar, porque su influencia en la sociedad española es muy limitada.

El gobierno socialista no tiene política económica ¿o sí? Yo mismo estoy empezando a replanteármelo a la vista de sus posiciones en política exterior e interior.
 
Lo que se está dibujando nítidamente es un gobierno, y unos partidos, el PSOE e IU y los nacionalistas, decididos a destruir las instituciones que, de una u otra forma, constituyen la espina dorsal de la España democrática.
 
El primer enemigo a destruir es la Iglesia católica. Lo que no deja de impresionar, porque su influencia en la sociedad española es muy limitada. Pero es una institución libre, a la que se pertenece, o no, por decisión personal. Con opiniones definidas y propias en muchos temas, en los que, en muchas ocasiones, coinciden más con la ideología socialista que con la liberal, pero con posiciones irreconciliables en los temas que ha elegido el PSOE para identificar su gobierno: aborto, eutanasia, matrimonio de homosexuales, adopción por éstos, educación laica obligatoria. Sin embargo, ninguno de estos temas son importantes para el PSOE. Para el gobierno lo que no es tolerable es la independencia. La posibilidad de tener, y defender, una moral diferente de la suya.
 
Que nadie se engañe, la Iglesia católica es sólo un eslabón entre las instituciones independientes españolas. Después vendrán las demás: el control de toda la educación, primaria, secundaria y universitaria, la desaparición de la división de poderes, el sometimiento de los jueces, la independencia de los empresarios.
 
El ejemplo es Chávez en Venezuela; y, en la distancia, Castro. Y no importa que todos estos cambios tengan efectos deletéreos en la economía. Como demuestran Castro y Chávez de lo que se trata es de controlar el país, incluso si eso significa el empobrecimiento irreversible del que hablaba López Garrido en el mes de agosto. Por eso, al enfrentamiento con Estados Unidos no se le da la importancia económica que tiene. Por eso nos sometemos a los dictados del presidente Chirac. Por eso Moratinos le pregunta al sultán de Marruecos qué política exterior debe ser la española en el norte de África. La economía no importa. Los déspotas sudamericanos, desde Cuba a Argentina, han demostrado que la miseria es más eficaz que la riqueza para controlar un país. Y mientras, en los ministerios económicos se esfuerzan en cuadrar las promesas con los ingresos y presentar un cuadro macroeconómico lo más aceptable posible. Ellos no lo saben, pero están cubriendo un expediente. La auténtica política económica se hace fuera de la vicepresidencia económica y consiste en la destrucción de las instituciones que ayudan a conformar los valores de los españoles.

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