Nuevamente, la creación de empleo en España, con cerca de 570.000 nuevas altas en la Seguridad Social, es el gran protagonista de la economía europea.
Ya sabemos que en la presidencia del gobierno, donde habita ese extraño personaje que es Miguel Sebastián, el economista preferido del presidente de gobierno que padecemos, el resultado habrá producido desolación.
Desolación porque, estadísticamente, al margen de revisiones, propias o ajenas, en marcha, la productividad de la economía española habrá vuelto a disminuir, a pesar de los esfuerzos de este gobierno por modernizarnos. En efecto, como el PIB debe haber crecido en 2004 alrededor del 2,6% y el empleo en torno al 3,5%, el resultado es una disminución de la productividad aparente.
En toda Europa, y en España hasta las apreciaciones del PSOE sobre la productividad, los gobernantes soñaban y sueñan con tener un empleo creciente y menos inscritos en las listas de desempleo. Aquí es distinto, aquí les da vergüenza que España entera no se dedique a la producción de I+D, les horrorizan las playas, les da vergüenza que nos visiten turistas con escaso poder adquisitivo y que nuestras empresas sean medianas y pequeñas, cada una haciendo lo que puede para mejorar su competitividad. No conozco las cifras de creación de empleo en 2004 en el ámbito de la Unión Europea, pero es previsible que España, que representa apenas el 8% del PIB del conjunto, haya vuelto a crear cerca del 25% del total del nuevo empleo neto europeo.
Pero en lugar de analizar las causas de esta favorable tendencia, en lugar de soltar las campanas al vuelo, como lo que funciona es el modelo económico puesto en marcha por el anterior gobierno, se pone sordina a un acontecimiento por el que soñarían Chirac y Schroeder, los admirados socios de Rodríguez Zapatero.
Pero el actual gobierno no está dispuesto a que esta situación se repita sin que se prueben los límites del modelo y por ello acaba de decidir –decisión personal de nuestro presidente del gobierno– una subida del salario mínimo sin referencia a nada y, a partir de ahora, indexado, otra vez, ¡qué horror!, a la inflación. Ha habido, al parecer, objeciones de Solbes, pero su limitada capacidad de influencia se ha vuelto a poner de manifiesto.