En mis dos artículos anteriores, “Los retos de la economía española” y “La desaceleración económica de España”, publicados la última semana, hacía referencia al entorno nacional e internacional en el que se desarrolla la actividad económica española y a mi convencimiento de que estamos perdiendo la batalla y de que el fin del ciclo expansivo está próximo. Una situación de deterioro por la rápida pérdida de competitividad y la dificultad de recuperarla, al ser el euro nuestra moneda.
Los datos que hemos conocido sobre la Contabilidad Nacional, hechos públicos hace unos días por el Instituto Nacional de Estadística y las cifras definitivas sobre comercio exterior agravan, en mi opinión, la situación económica y merecen este tercer artículo sobre el futuro de la economía española.
En primer lugar, los precios de lo producido en España, lo que mide el denominado “deflactor” –diferente del IPC, que mide el precio de los bienes y servicios que compran los consumidores, cualquiera que sea su origen, nacional o de importación–, ha subido en 2004 un 4,7%; una brutal subida, que nos hace mucho menos competitivos y que augura un mayor deterioro de nuestro sector exterior en 2005, por lo que será imposible crecer el 3% o el 2,9% que plantea el gobierno, sobre la base de que el sector exterior va a restar sólo el 0,6%; probablemente restará entre el 2% y el 2,3%, por lo que el crecimiento apenas superará el 2%. La razón, la inflación interna de nuestro sistema productivo, que repito ha sido del 4,7% en 2004, frente a una previsión del 3,4%.
Esta impresión pesimista se ve confirmada por los datos del comercio exterior de España en 2004. Hemos tenido los peores resultados de nuestra historia, con un déficit que supera los 60.000 millones de euros (un 7,5% de nuestro PIB de 2004, que acabamos de saber ha alcanzado los 800.000 millones de euros). Y ninguna posibilidad de que esta situación mejore, porque no se va a tomar ninguna medida de política económica que corrija este déficit y, sobre todo, esa tendencia al agravamiento.
Con una pérdida de competitividad tan abultada como la que refleja un deflactor del 4,7% en 2004, sería lógico que nuestras exportaciones crecieran menos que en 2004, –lo hicieron un 6,3%– y que nuestras importaciones se incrementaran más que en 2004 –año en el que aumentaron un 12,5%. Por poner un ejemplo numérico de lo que podría ocurrir en 2005 si todo saliera, otra vez, mal; si las exportaciones crecen un 5% y las importaciones lo hacen un 14% el déficit comercial alcanzaría los 82.000 millones de euros; 22.000 millones de euros más que en 2004; lo que, en términos de PIB, y suponiendo que el PIB nominal crezca en 2005 un 7% –con lo que alcanzaría los 856.000 millones de euros– significaría un déficit del 9,5% del PIB. Nuestra economía se pararía en seco. Eso dicen las cifras. Aunque la sensación sea de bienestar, porque el consumo sigue creciendo fortísimamente gracias tanto al gasto de las familias como al mayor gasto público. Ese déficit comercial se compensaba, tradicionalmente, con un superávit de nuestra balanza de servicios, básicamente turismo; pero no parece que el sector, que también sufre por la pérdida de competitividad, pueda seguir jugando plenamente ese papel.
Cualquier otro gobierno estaría, en estos momentos, en diálogo con todos los agentes sociales y los partidos de la oposición para analizar conjuntamente la situación y llegar a acuerdos de ámbito nacional. Aquí no; en España el gobierno se preocupa de unas inexistentes demandas populares de mayor autonomía y de rememorar la guerra civil. Si tengo razón en estas tan pesimistas previsiones, la legislatura no durará mucho, porque el efecto de la crisis económica en el bienestar de la población podrían comenzar a notarse en 2006 y, sin duda, el actual gobierno preferiría unas elecciones generales en las que se debatiera el buen talante y la sonrisa de Zapatero antes que una situación económica dramática y de muy difícil arreglo.
Perspectivas, 1: Los retos de la economía española