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Manuel Ayau

La propiedad

El derecho de propiedad es, además, un instrumento de progreso y entre las muchas razones que hacen imprescindible respetarlo es el hecho que sin propiedad privada de los medios de producción no existe un sistema que sustituya al sistema de precios

La pregunta es: ¿debe la sociedad, a través de su gobierno y constitución, garantizar el derecho de propiedad contra el abuso o confiscación por otras personas o grupos, mayoritarios o no, oficiales o particulares? ¿Acaso podría esperarse que una sociedad prospere si la gente no tiene seguridad de que será exclusivamente suyo lo que va a construir pacíficamente, en colaboración voluntaria y remunerada con otros, respetando los derechos de los demás, cumpliendo con las leyes y pagando sus impuestos?
 
El derecho de posesión, especialmente tratándose de bienes raíces, porque se cuestiona la legitimidad original de la tierra y, en consecuencia, lo que de allí se deriva. Esa discusión nunca terminará, aunque ya a estas horas es irrelevante, pues con el correr del tiempo los bienes raíces han cambiado de propietarios muchas veces y por muchas causas. Hoy día se puede decir que los bienes raíces están en el mercado, es decir, están a la venta, y quienes conservan sus propiedades es porque ellos mismos le sacan más provecho de lo que les ofrecen en el mercado, pues prescinden de la suma que obtendrían si vendiesen.
 
Los bienes raíces han perdido importancia ya que son pocas las grandes fortunas representadas por extensiones de tierra. Las fortunas modernas consisten en industrias, fábricas, empresas de transportes, de comunicaciones, de servicios, etc., cuyo valor sobrepasa por mucho el valor de toda la tierra. Inclusive, no es barato conservarla si se toma en cuenta el insoslayable coste de oportunidad de poseerla.
 
Ridículo sería aseverar que el automóvil de fulano de tal, o su casa adquirida con el sudor de su frente, o los libros que compró en vez de ir al cine, o la ropa y alimentos de su hogar, no son de él sino pertenecen a “la sociedad”. Igualmente ridículo sería aseverar que “la sociedad” tiene algún derecho sobre la carpintería de don Pancho que poco a poco la fue haciendo y que hoy vale muchos miles, sobre un terreno cuyo valor es insignificante comparado con el valor de su empresa. Y ese argumento se aplica a todas las empresas, desde las más pequeñas hasta las de gran envergadura, que a través del tiempo han sido construidas con el aporte voluntario, material e intelectual de muchos y que, por el mismo hecho de servir bien a la sociedad, la gente misma las convirtió en las empresas multinacionales que tanto critican los nihilistas. Es curioso que mientras que la misma gente que con su patrocinio les da el éxito, los autonombrados representantes de la sociedad las atacan. Están tratando de anular lo que ya la sociedad determinó. Los agitadores, por más bulla que hagan, no representan más que un puñado de gente que trata de engañar con su dialéctica contra la propiedad, pues la tendencia natural de la gente es la de respetar la propiedad ajena, ya que intuitivamente reconoce que de no ser así la suya tampoco será respetada.
 
El derecho de propiedad es, además, un instrumento de progreso y entre las muchas razones que hacen imprescindible respetarlo es el hecho que sin propiedad privada de los medios de producción no existe un sistema que sustituya al sistema de precios para guiar los actos de la gente en un mundo como el nuestro, en el que los recursos son escasos y en el que para sobrevivir tenemos que actuar económicamente. Por ello, donde las constituciones no garantizan el derecho de propiedad, los pueblos son miserables. El derecho a la propiedad es la base de la civilización.

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