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Alberto Recarte

El Parlamento pretende fijar la política monetaria

El euro y el BCE incentivan perversamente los desajustes en las economías de los países miembros porque (...) impiden los ajustes automáticos que se producen en un patrón oro en función de la marcha de cada economía nacional.

En una insólita votación el Parlamento Europeo ha criticado al Banco Central Europeo, el pasado día cinco de julio, por haber mantenido los tipos de interés del euro, en lugar de bajarlos. ¿En qué quedamos? ¿No se había creado el euro, precisamente, para asegurar la independencia de la política monetaria, alejándola de las interferencias de los gobiernos nacionales? ¿No había sido un logro fundamental, previo a la creación del BCE, que los consejos de los bancos centrales nacionales asegurasen su independencia? Y ahora resulta que a las presiones directas de los gobiernos francés y, sobre todo, alemán se suma el legislativo europeo; una institución sin competencias en lo monetario, pero que quiere transmitir la imagen de que existe y se preocupa por el bienestar de los europeos.
 
Las profundas incoherencias del euro y del propio BCE están empezando a ponerse de manifiesto, aunque no sea más que por comparación con la política monetaria, enormemente activa, de la Reserva Federal norteamericana. Es evidente que el BCE está atenazado, mientras la política monetaria norteamericana acompaña al crecimiento y la del BCE es independiente de todo, de la inflación en unos países y del estancamiento en otros.
 
En artículos recientes he explicado mi posición crítica sobre la propia existencia del euro. Hoy me gustaría incidir en otros aspectos relacionados directamente con el Banco Central Europeo.
 
1º. La reglamentación de la Reserva Federal prevé que la política monetaria se instrumente con el doble objetivo de controlar la inflación y ayudar al crecimiento. El reglamento del BCE sólo habla del control de la inflación; y justamente, porque Estados Unidos es un solo país en el que existen, en la práctica, además de en las leyes, libertad de movimientos de bienes, servicios, capitales y personas, lo que permite que exista una política económica nacional y que la política monetaria nacional sea parte fundamental de la misma. En el caso del área euro no hay libertad absoluta de movimientos de capitales, no hay –digan lo que digan las leyes– movimiento de personas, los distintos países atraviesan diferentes ciclos económicos, y aplican políticas económicas distintas, por lo que no es posible que una política monetaria única complemente simultáneamente a todas esas políticas económicas nacionales diferentes. Esa limitación era conocida y previa a la creación del euro y del BCE, pero por algún motivo irracional sus defensores afirmaban que nunca sería significativa.
 
2º. Esta función limitada del BCE y la ausencia de política monetaria fue acogida con desconfianza por las escuelas post-keynesianas y con júbilo, en la mayoría de los casos, por las de tendencia liberal, que creyeron que un Banco Central Europeo absolutamente independiente, con el único objetivo de controlar la inflación, era la mejor de las soluciones. A la mayoría de los seguidores de la escuela austriaca de economía –con la que suelo identificarme–, les parece una solución idónea, porque una política de esa naturaleza asegura el valor del dinero, lo que constituye la mejor defensa posible del derecho de propiedad. Una posición de la que difiero totalmente, porque aunque efectivamente una política monetaria de ese tipo asegure a corto plazo el valor de la moneda, fomenta la creación de desequilibrios internos en las economías en las que el euro es la moneda legal, desajustes que a medio plazo tienen que aparecer, produciendo un brusco movimiento de precios de todo tipo de bienes y servicios, incluyendo, por supuesto, el del propio del euro en términos de otras monedas.
 
3º. El euro y el BCE incentivan perversamente los desajustes en las economías de los países miembros porque, lejos de operar como una especie de patrón oro que aseguraría la defensa de la propiedad, impiden los ajustes automáticos que se producen en un patrón oro en función de la marcha de cada economía nacional. La defensa teórica del patrón oro siempre se ha fundamentado en los ajustes automáticos, sin intervención de ningún banco central, vía la fluctuación de las reservas de oro de cada país. Un país con altos precios –como España hoy– y que registra un déficit exterior –también como España–, tiene que saldarlo con la transferencia de oro al exterior, por el exceso del valor de las importaciones sobre el de las exportaciones. En la medida en que sale el oro del país, se reduce su base monetaria y suben los tipos de interés; lo que produce, a su vez, una menor actividad económica, una reducción de precios, menores importaciones y mayores exportaciones, hasta que la situación se invierta y se empiece a recuperar oro y base monetaria, lo que permitiría una reducción de los tipos de interés y el comienzo de un nuevo ciclo alcista.
 
Este mecanismo de ajuste automático no existe en el caso del euro. España, como consecuencia de sus altos precios, genera un enorme déficit exterior, pero la cantidad de euros en circulación no sólo no disminuye sino que aumenta, lo que incentiva, aún más, la actividad económica y la subida de precios.
 
Conclusión. Los mecanismos de ajuste existen en Estados Unidos: son los movimientos de bienes, servicios, capitales y personas, que no son sólo teóricos sino reales, lo que, a su vez, permite diseñar y aplicar una política monetaria para el conjunto de Estados Unidos; la inexistencia de esos mecanismos en Europa provoca que cualquier política monetaria del Banco Central Europeo sea perniciosa. Si sólo controla la inflación en el conjunto del área, como ahora, seguro que perjudica a algunos países y beneficia a otros, y si intenta ayudar a la política económica tendrá que definir la de qué país, lo que –esta vez sí, automáticamente– le perjudicará a alguno de los otros. Y tampoco es un patrón oro, porque el valor del euro se fija subsidiariamente por las compras y ventas de los tenedores de dólares, y en su tipo de cambio no influyen –hasta la actual crisis constitucional– ni los precios, ni el crecimiento, ni las expectativas internas de cada una de las economías en las que es moneda legal.
 
Los excesos del texto de la Constitución europea han provocado su rechazo por los ciudadanos. Los excesos del euro, de momento, provocan el deseo de intervención de todo tipo de instituciones europeas; aunque nadie predijo que también el Parlamento Europeo se pronunciaría sobre el nivel adecuado de los tipos de interés. Si la situación no se corrige, el rechazo alcanzará también al propio euro. Una amenaza de gran calibre para la estabilidad económica de los países europeos que decidieron que era mejor el euro que sus monedas nacionales.

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