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Manuel Ayau

¿Ayuda la ayuda?

Lo increíble es que si comparamos los ingresos per cápita de los países pobres con los de los ricos, antes y después de existir los programas de ayuda, veremos que en la mayoría de casos la brecha más bien ha aumentado.

Se reunieron los ocho países más ricos del mundo en Escocia. El tema: ¿qué hacer para disminuir la pobreza del mundo? ¿No será ya hora que esos ocho líderes de mundo, que tan generosamente han aportado recursos de sus pueblos, se pregunten si la ayuda realmente ayuda al desarrollo económico o si más bien lo obstaculiza? Ya va medio siglo de programas, costosas reuniones y estudios sin éxito. No ha hecho falta esfuerzo y dinero de los gobiernos de países ricos además del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y cientos de ONGs bien financiadas. Sin embargo, como dicen dos recientes estudios de economistas del FMI, Rajan y Subramanian, no hay evidencia de que la ayuda ayude al crecimiento.
 
En este siglo ya no debería haber países pobres, pues precisamente debido a su atrasado punto de arranque se ha visto que pueden crecer a un ritmo de 8% o 9% anual, mucho mayor que el de 2% a 4% de los países ricos, porque el de los ricos está limitado por el advenimiento de nuevos inventos y adopción de nuevos métodos; en cambio, el ritmo de crecimiento de los pobres puede ser tanto mayor porque pueden echar mano a todos los adelantos que los ricos descubrieron a través de los años. Esos conocimientos están disponibles y permiten pegar un salto hacia el futuro.
 
Atrevámonos a cuestionar lo ortodoxo. ¿Acaso la ayuda hace daño e impide el progreso? La pregunta es pertinente porque el fracaso está a la vista, es general y no es por falta de buenas intenciones ni de recursos económicos. Recordemos que los países ricos como Holanda, Inglaterra, Francia y Alemania, EE.UU. se hicieron ricos antes de que surgiera la idea de ayuda para el desarrollo económico, pues cuando eran pobres no había ni países ricos ni ONGs ni Banco Mundial para ayudarles. Se hicieron ricos sin ayuda y sin los consejos de expertos burócratas que acompañan la ayuda (¿parte del problema?) y con sistemas de gobierno distintos a los que hoy tienen y que recomiendan a los países pobres (¿parte del problema?). Mientras unos países sin recursos se enriquecen, otros se quedan pobres o se empobrecen más, como Argentina, que después de haber sido rica, se empobreció; Chile por ese camino iba y la salvó Pinochet. Africa, a pesar de recibir ayuda masiva y gozar de abundantes de recursos se hunde en la pobreza y enfermedades como paludismo y SIDA.
 
Lo increíble es que si comparamos los ingresos per cápita de los países pobres con los de los ricos, antes y después de existir los programas de ayuda, veremos que en la mayoría de casos la brecha más bien ha aumentado. En muchos países receptores de ayuda los ingresos de las personas son hoy menores en términos reales que hace treinta años. Ciertamente hay excepciones, pero esos no prosperaron debido a la ayuda ni a los consejos de “expertos” de los países ricos. Es sabido que Taiwán logró su despegue cuando se suspendieron los programas de ayuda y el éxito de Singapur, Corea del Sur y China es ajeno a dichos programas. Alan Woods, director de AID, la agencia de ayuda económica de EEUU, dijo en 1989 que después de haber gastado 400.000 millones de dólares, “ningún país receptor de ayuda en los últimos veinte años ha progresado”.
 
Esas buenas intenciones prevalecieron sobre las advertencias de economistas de la talla de Lord Peter Bauer, Basil Yamey y Melvin Krauss, quienes desde el inicio de estos programas explicaron por qué fracasarían. Hoy, a esos análisis también se suman economistas como William Easterly, Robert E. Anderson, ambos ex funcionarios del Banco Mundial. La mala nota es que ya existen muchos intereses creados en la industria de la ayuda y que, ante la falta de éxito, típicamente insistirán en más fondos.

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