Estados Unidos. Aunque con efectos retardados, los resultados positivos sobre el crecimiento del descenso de impuestos directos en Estados Unidos están comenzando a dejarse sentir en el debate económico del viejo continente. Algo parecido ya ocurrió con la revolución fiscal de Ronald Reagan, que logró hacer dudar a los responsables de política económica de los países desarrollados sobre el keynesianismo. En esa ocasión, primero se congeló el nivel de los tipos de los impuestos directos en todo el mundo y, posteriormente, se redujeron drásticamente. El planteamiento de Reagan fue ideológico y realista; un descenso de impuestos devuelve dinero a los ciudadanos, que saben gastarse su dinero mejor que la burocracia gubernamental. Y el aumento del crecimiento económico que provoca esa mejor asignación de los recursos, se tiene que traducir en mayores ingresos presupuestarios con lo que desaparece el déficit provocado inicialmente con el descenso impositivo. Siempre que, además, el entorno político, social y económico sea favorable a la libertad empresarial y personal y a la libertad de movimientos de capitales, bienes y servicios y personas, dentro y fuera del país. En otras palabras, en un país como Francia, si lo único que se hace es reducir el impuesto sobre la renta, la maraña de intervencionismo público y sindical provocará una positiva reducción en los ingresos fiscales pero no es seguro que colabore a impulsar el crecimiento económico.
En esta ocasión, el descenso de los impuestos de George W. Bush ha vuelto a ser positivo para el crecimiento y ya es un hecho el aumento de los ingresos fiscales y la reducción del déficit público; para desesperación de la OCDE, el FMI, la Comisión Europea y los think tanks de la socialdemocracia internacional, que habían vuelto a manifestar su hipócrita preocupación por el déficit público norteamericano. Los efectos del huracán Katrina serán negativos a corto plazo con un aumento del déficit público. Es pronto para saber cómo se puede plantear la recuperación.
En Alemania, el testigo lo ha recogido la candidata de la coalición conservadora Angela Merkel, que ha hecho dos propuestas fiscales: reducir el IRPF a un tipo único del 25% y subir dos puntos el IVA. Esta segunda propuesta ha suscitado críticas de derechas e izquierdas pero, en mi opinión, en combinación con ese descenso del IRPF tiene sentido, porque el movimiento en todo el mundo es sustituir ingresos fiscales directos por indirectos. La razón de este cambio es que el actual esquema de ingresos y gastos públicos, en la mayoría de los países europeos desarrollados, no justifica ya los impuestos progresivos. Un porcentaje elevadísimo de los impuestos los paga la clase media, y un porcentaje elevado, aunque no tan significativo, se gasta también en esa misma clase media. Los más ricos tienen sistemas de elusión fiscal y los más desfavorecidos cuentan con un trato especial, que se puede atender con los actuales impuestos, incluso a un tipo reducido del IRPF, como plantea Angela Merkel. Sería la clase media la que vería cambiar su situación fiscal, pues pagaría menos impuestos y tendría que asumir más gastos personales, en temas como la educación, en lugar de recibir subvenciones o mayores prestaciones sociales.
Si Angela Merkel gana las elecciones, el descenso del IRPF y el aumento del IVA serían positivos para el crecimiento, porque irían acompañados de otras medidas que reducirían el nivel de intervencionismo público. Alemania tiene por vecinos, por otra parte, a los países de la antigua Europa comunista, donde se ha instalado una cultura de bajos impuestos, poco gasto público y salarios reducidos. Si los alemanes aceptan que la salida más lógica a su situación económica interna depresiva son las reformas, elegirán a Merkel. Si les produce más temor ese cambio que el estancamiento, la falta de horizontes y el desempleo, el partido socialista volverá a ganar las elecciones en coalición con la izquierda radical y los ecologistas. Pero el ejemplo del cambio de política fiscal y su éxito en Estados Unidos está presente en los analistas y comentaristas de mayor prestigio en Alemania. La reducción de impuestos funciona. Y a ese cambio seguirán otros, como la vuelta al atlantismo y la cooperación internacional con los Estados Unidos de George W. Bush.
En Francia, por el contrario, reina la confusión. Enfrentamientos dentro del partido socialista y contradicciones –como es inevitable en un país presidido por un oportunista maleducado como Jacques Chirac, que será juzgado por corrupción tan pronto termine su mandato– en la derecha. El gobierno francés ha adelantado, en este sentido, dos propuestas para el futuro: impedir la libre circulación de capitales y blindar ilegalmente a las empresas que considera estratégicas y reducir moderadamente el IRPF para las clases medias. La primera propuesta es la conclusión lógica de las razones –casi todas equivocadas– por las que los franceses votaron no a la mal llamada Constitución europea. Al contrario de lo que ocurrió con el voto holandés, que fue también negativo, pero por sólidas razones. Si Francia aprobara una ley proteccionista de ese cariz, transgrediendo todos los tratados con sus socios europeos, estaría abandonando la Unión Europea. Sería el incumplimiento más grave posible de legislación europea, la que asegura la competencia entre empresas de los países miembros y prohíbe la competencia desleal. No es imposible que se produzca una involución de ese tipo, pues el sentimiento proteccionista, fruto de la sensación de fracaso colectivo que vive la sociedad francesa, se está afianzando. Incluso en lo mejor de la derecha, Nicolás Sarkozy, las políticas que se defienden son de ese tenor. En una situación de tan profunda crisis respecto a cuál debe ser el marco constitucional en el que debe moverse la economía francesa, una reducción de impuestos siempre será un movimiento positivo, pero no debe esperarse que produzca ningún cambio económico significativo.
En otra ocasión hablaremos del debate y las propuestas de cambio impositivo en España. La pasada semana el gobierno intentó subir muchas de las tasas e impuestos específicos sobre determinados productos para pagar el aumento del gasto sanitario. En apenas dos días tuvo que retractarse y desempolvar uno de sus fantasmales proyectos de reducción del IRPF.