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Rubén Osuna

La "discriminación" salarial de las mujeres

No sólo cualquier "discriminación positiva" puede dañar de forma irreparable e injusta la vida de personas de carne y hueso con nombres y apellidos, sino que en última instancia no existe ese mal que se pretende corregir.

Se acepta sin más que las mujeres son objeto de dos tipos de discriminación que las afecta en el mercado de trabajo. La primera explicaría la inferior tasa de actividad femenina, de manera que un menor número de mujeres capaces de trabajar tienen un empleo remunerado o lo buscan. Las tareas domésticas, el cuidado de los hijos y la menor probabilidad de encontrar un empleo a un salario aceptable imposibilitarían o desincentivarían el acceso de la mujer al mercado de trabajo, o bien explicaría que muchas mujeres abandonen la actividad laboral durante determinados períodos de tiempo. El segundo tipo de discriminación se daría entre las efectivamente empleadas, que percibirían salarios inferiores por trabajo similar al que realiza un hombre.

Recientemente ha caído en mis manos un artículo de Satoshi Kanazawa titulado "¿Es necesario recurrir a la "discriminación" para explicar las diferencias salariales entre sexos?", y publicado en 2005 en la revista Journal of Economic Phychology. La fuente de datos fundamental ha sido la General Social Survey de la Universidad de Berkeley.

Tradicionalmente se explican las diferencias salariales entre hombres y mujeres recurriendo a tres factores: la diferente presencia de hombres y mujeres en distintos tipos de ocupación; las diferencias en capital humano (formación, experiencia); y la "discriminación" de los empleadores. Es imposible observar directamente esa discriminación, pero estadísticamente se atribuye a ese factor todo lo que no puedan explicar los dos primeros. Pero, ¿y si las preferencias de hombres y mujeres fueran diferentes? ¿Y si un hombre y una mujer que desempeñan las mismas tareas y tienen el mismo capital humano se diferencian en algo a pesar de todo?

El hecho es que, si tenemos en cuenta las diferencias de capital humano y entre tipos de ocupación, Kanazawa no observa diferencias salariales de ningún tipo entre trabajadores de uno y otro sexo que no están casados, tienen menos de 40 años y no tienen hijos. Las diferencias se dan en el resto de trabajadores, y la explicación es simplemente que las mujeres tienen otro orden de prioridades, y el objetivo de ganar más dinero se supedita al de tener hijos, cuyo cuidado requiere una dedicación que no tiene una rentabilidad económica. Es más, en las parejas con hijos se da una división del trabajo, y el hombre se especializa en la acumulación de recursos, y no por conveniencia suya. Esta dedicación especializada a la acumulación de recursos no merma las posibilidades reproductivas del hombre –antes al contrario–, como sí lo haría en el caso de una mujer.

Cuadrar a martillazos las estadísticas, con leyes de paridad y cosas por el estilo, es un despropósito. No sólo porque cualquier "discriminación positiva" puede dañar de forma irreparable e injusta la vida de personas de carne y hueso con nombres y apellidos, sino porque en última instanciano existe ese mal que se pretende corregir(¿nos suena de algo?), y la situación que observamos es el producto de unas reglas del juego no discriminatorias (hoy ya no), de la capacidad de cada uno, de sus preferencias y del azar.

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