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Manuel Ayau

Invitación al Congreso

El Impuesto sobre la Renta no sólo desalienta la inversión, sino es el impuesto más caro de administrar, el más caro de pagar, el más fácil de evadir y el que más fomenta la corrupción.

Esta columna es una atenta invitación a los diputados y senadores. Generalmente el Poder Ejecutivo hace el presupuesto y lo envía al Congreso para su aprobación. El Congreso lo aprueba con algunos cambios insustanciales. Pero todos sabemos que el interés predominante del Poder Ejecutivo es el corto plazo y que subordina el interés de largo plazo del país al término de su gestión. Por ello, su gasto en satisfacer requerimientos inmediatos de la población predomina sobre la infraestructura que beneficiaría mucho más a la población y por muchos años.

La invitación sigue con la siguiente reflexión en forma de pregunta: ¿cómo se fomenta algo, poniéndole o quitándole impuestos? El planteamiento es sencillo, lógico y elemental: ¿por qué se invierte en crear empresas? Todos sabemos que no se establecen ni para crear plazas de trabajo ni para producir ingresos fiscales. La respuesta la saben todos: las empresas se establecen para obtener ganancias, pero además de dar beneficios, las empresas crean empleo porque no pueden operar sin trabajadores y con sus ventas generan IVA y otros impuestos.

Entonces, la pregunta es: ¿por qué castigar las ganancias de las empresas confiscando alrededor del 30% de sus ganancias? ¿No son las ganancias el motivo de la inversión? ¿No es obvio que esto desalienta y disminuye las inversiones? Ciertamente, en todo el mundo se aplica ese impuesto y en todas partes por la misma razón: ideología, resabios de cuando se popularizó el socialismo, con la ingenua idea de que se podía enriquecer a los pobres empobreciendo a los ricos. ¿Será que algunos perversos quieran desalentar las inversiones aunque desalentándolas dañen a los pobres más que a los ricos? No creo en ese cinismo.

Sabemos que los gobiernos sacrifican infraestructura que aporta beneficios a largo plazo para realizar "gastos sociales" de corto plazo, como si la infraestructura no fuese un "gasto social" más importante que muchos de los que se hacen para satisfacer exigencias a corto plazo. También sabemos que el gobierno no quiere tomar el riesgo de perder ingresos fiscales que ahora recibe por el Impuesto sobre la Renta (ISR), aún sabiendo que en el futuro, en ausencia del ISR, el aumento de los ingresos fiscales provenientes del IVA superaría con creces lo que supuestamente dejarían de percibir al suprimirlo. Nadie duda que habría más empresas, más empleo, mayor producción y comercio y, consecuentemente, menos pobreza y mayores ingresos fiscales.

Nadie duda tampoco que se necesiten impuestos. Ese no es el tema. El tema es la insistencia de muchos criollos y aún más de extranjeros en desalentar la creación de fuentes de ingresos fiscales y fuentes de trabajo. Es inaudito desalentar lo que sabemos es la salida de la pobreza: la producción.

La invitación, por tanto, sería la derogación del impuesto sobre la renta sin preguntarle al Ejecutivo ni a las embajadas. Si el partido en el poder lo veta, allá ellos. El Congreso debe pensar por su propia cuenta en el interés a largo plazo del país y no en el de quienes hoy gobiernan. El momento es ya.

El ISR no sólo desalienta la inversión, sino es el impuesto más caro de administrar, el más caro de pagar, el más fácil de evadir y el que más fomenta la corrupción. Por último, el posible y temporal faltante de ingresos fiscales se puede suplir con un aumento temporal y decreciente en el IVA o emitiendo deuda interna que se pagará con creces al eliminar ese terrible impedimento al progreso, el Impuesto sobre la Renta.

Telefonee, mande correos electrónicos, faxes, telegramas y fotocopias a sus diputados y líderes políticos. Sólo así se hará realidad.

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