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Manuel Ayau

El fracaso de Doha y los TLCs

El libre comercio trae beneficios para nuestros productores pues aumenta las oportunidades de exportar, rebaja costes de producción al mejorar la logística de nuestras empresas y le aumenta al pueblo en general su poder de compra.

No es un buen augurio para los países pobres el fracaso de lograr un comercio libre en el mundo a través de la Organización Mundial de Comercio (OMC), cuyo objeto es simplemente la eventual eliminación de las barreras y estorbos impuestos a la gente cuando compra y vende en el mercado mundial. Lamentablemente, en vez de una gran apertura a través de acuerdos globales de la OMC, se está recurriendo a tratados de libre comercio entre países y regiones. Dicen que hay más de 250 Tratados de Libre Comercio (TLCs). La globalización como meta ha sido sustituida por la regionalización y sólo el futuro nos dirá si es en realidad un avance hacia la globalización.

Muchos creyeron que los TLCs significarían que las mercancías se podrían intercambiar libremente como ocurre todos los días entre comerciantes situados en diferentes ciudades de un mismo país, pero lamentablemente no es así.

Un TLC es mejor que nada, pero no es lo más conveniente ni lo más eficiente. En primer lugar, no simplifica la logística de los abastecimientos de bienes de consumo ni de materias primas, maquinaria y repuestos, pues si bien éstos no pagarían aranceles, todo seguirá teniendo que someterse a registros, retrasos y trámites en las aduanas. Más bien un TLC implica una intromisión burocrática adicional, pues habrá que añadir personal calificado para auditar los nuevos requisitos que deben cumplirse, como reglas de origen de los componentes de los artículos, amén de personal para asegurarse de que se estén cumpliendo las exigencias legislativas de Estados Unidos.

El libre comercio trae beneficios para nuestros productores pues aumenta las oportunidades de exportar, rebaja costes de producción al mejorar la logística de nuestras empresas y le aumenta al pueblo en general su poder de compra, lo cual es lo más importante porque así disminuye la pobreza.

Los beneficios se lograrían mejor con el simple libre comercio propuesto por la OMC, sin estar repletos de condiciones, porque amplían los mercados de nuestros productos a mayor número de países. Si en vez de enfocar las iniciativas y energías en promover los TLCs se hubiese puesto énfasis en el simple libre comercio, quizá se hubiese logrado la apertura de la mayoría de países del mundo, dejando en libertad de abstenerse a quienes así lo quisieran. De todas maneras, si siguen proliferando los TLCs entre todos, ¿por qué no simplemente liberar el intercambio internacional?

Si bien los TLCs reducen la mayoría de los impuestos de importación, ello se ha hecho selectivamente para evitar la competencia extranjera a ciertos productores locales, en perjuicio de los consumidores. Ello da al traste con uno de los principales y menos comprendidos beneficios del libre comercio, especialmente para países pequeños que por su tamaño no gozan de mucha competencia interna y que por ello es saludable la competencia externa para disminuir la pobreza. Sin embargo, los países pequeños son los que más se oponen al libre comercio.

Los TLCs tienen otro inconveniente poco comprendido y es que desvía antieconómicamente los abastecimientos. En ausencia de los TLCs, la comparación de precios la hace el importador en el mercado mundial y compra al más barato. Con los TLCs, algunas compras se desvían hacia el socio comercial sólo por el hecho de que como no paga aranceles resulta más barato para el importador, aunque al país le resulte más caro. En tales casos, el insospechado efecto es que parte de lo que antes le entraba al fisco como impuesto le entrará ahora al socio comercial extranjero.

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