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José Vilas Nogueira

Santos, tiranos y demagogos

El diario El País, síntesis de dialéctica marxista, pues es el periódico del PSOE al tiempo que el PSOE es el partido del periódico, dedica su página de debate al enjundioso tema de "¿Qué política urbanística es más eficaz contra la especulación?"

"Los hombres sólo respetan a los santos y a los tiranos", escribió Tolstoi. A los primeros por veneración; a los segundos por temor. Aunque el conde ruso estaba a la sazón como una chota, la frase tiene su mérito. Andaba don León disfrazado de kulak y había renunciado a los anteojos, artificio contranatura, que le hubiesen permitido ver con alguna claridad. Así, no podía percibir diferencias entre la matanza de un cerdo y la de un cristiano. Pero, insólitamente, extraía lecciones morales de su ceguera voluntaria. Y se dio en combatir la dieta carnívora, amén del consumo de alcohol y tabaco y otros "placeres viciosos". Nuestra ministra de Sanidad ha abrazado el mismo programa sin ser rusa, ni noble, ni vestirse de campesina, elocuente muestra del talento que acompaña a la anorexia.

Entre nosotros, santos y tiranos son poco visibles. Los primeros por escasez, los segundos, por disimulo. Lo que sí se ve es mucho demagogo. Parodiando a Rubén Darío, las ínclitas razas ibéricas son ubérrimas en tal especie. El diario El País, síntesis de dialéctica marxista, pues es el periódico del PSOE al tiempo que el PSOE es el partido del periódico, dedica su página de debate al enjundioso tema de "¿Qué política urbanística es más eficaz contra la especulación?"

El enunciado anticipa el diagnóstico. No se trata de indagar la mejor política urbanística, sino de luchar contra la especulación. ¿Pero qué es la especulación? Dado que los lectores de El País no necesariamente son economistas, acudamos a la Real Academia: "operación comercial que se practica con mercancías, valores o efectos públicos, con ánimo de obtener lucro". Qué horror. Don Jesús Polanco nunca haría eso.

El debate se sustancia en dos artículos. Uno del secretario de Planificación Territorial de la Generalidad catalana; otro, del Consejero de Ordenación del Territorio de la Comunidad de Madrid. El artículo "catalán" ocupa la parte superior de la página, el cielo de El País; el "madrileño" es relegado a la inferior, a los infiernos: "ahí será el llanto y el crujir de dientes" (Mt. 13,41). Como soy muy bien mandado, ni siquiera lo he leído. Es evidente que contendrá una defensa del capitalismo salvaje y de la especulación. Vade retro.

La sensible alma del secretario de la Generalidad se siente abrumada: "en los últimos meses han estallado casos muy visibles de malas prácticas, incentivadas por al aumento continuado de los precios". Qué lenguaje más sublime. Al robar, llama el señor Nel·lo, "mala práctica"; y no son las "malas prácticas" las que incrementan los precios; es al revés, el incremento de los precios incentiva las "malas prácticas". Encima, estas "malas prácticas" son muy visibles. Como ya sabíamos, el establishment catalán es fotofóbico; lo que le molesta de las malas prácticas es su visibilidad, no su maldad.

"Lo más grave es la desregulación", titula nuestro secretario, confesando el horror vacui que domina a la secta. Un progre no puede tolerar ni la espontaneidad, ni la libertad. El reglamento es el alfa y omega de los tiranuelos progres; su cuerpo y su alma; su justificación y el instrumento de su despotismo. "Centrar el debate sobre la situación del urbanismo en la corrupción puede ser desorientador y contraproducente. El principal problema no yace en lo adjetivo –la corrupción–, sino en lo sustantivo –el modelo de ocupación del territorio". No fastidien con lo adjetivo, que de eso vivimos unos cuantos filántropos, viene a decirnos. La denuncia de la corrupción "oscurece el problema de fondo: la debilidad de los instrumentos y las políticas públicas para ordenar, domeñar y corregir la evolución del proceso urbanizador en beneficio de la colectividad".

Apaguemos, pues, los incendios con gasolina. Multipliquemos las oportunidades de corrupción. Además, la "polvareda de la corrupción permite diluir la responsabilidad de los Gobiernos del Partido Popular, que se aplicaron a fondo para incrementar la debilidad de la Administración". Aquellos Gobiernos "impulsaron la noción de que la valoración del suelo debe realizarse al máximo valor especulativo posible". La Generalidad de Cataluña seguro que impulsa la noción opuesta: la valoración del suelo debe ajustarse al mínimo especulativo posible. El Nobel sería poca recompensa para este genio de la economía. ¡Hermosa categoría la del "valor especulativo"!  ¡Gran hallazgo: el valor de las cosas depende de las nociones que impulsen los Gobiernos! El de la Generalidad impulsa el mínimo mínimo (si no que se lo pregunten a los propietarios de los pisos vacíos amenazados de confiscación).

Ya lo saben, si ustedes son catalanes pobres, la culpa es de la Generalidad.

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