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Manuel Ayau

Impuestos, inversión y desempleo

Es como resultado de probar tantas fallidas recetas que en América Latina persiste tanta pobreza. La mayoría de esas medidas fueron adoptadas por consejo de importantes entidades extranjeras que desean ayudar.

Todos los que no practicamos la medicina admitimos nuestra ignorancia en la materia, pero cuando se trata de economía nadie lo hace, aunque nunca se haya tomado el tiempo para estudiarla. Quizás se deba a que todos los días de la vida tomamos muchas decisiones económicas. Los hombres de negocios y muchos graduados en administración de empresas creen que por eso saben de economía, cuando en realidad los negocios y la economía son cosas muy distintas. Tanto es así que palabras como "capital", "costes" y "utilidad" tienen distintos significados en economía que en los negocios. Los banqueros saben de banca, pero no necesariamente conocen la teoría del dinero. Hasta los sacerdotes y estudiosos humanistas, de historia o psicología, pretenden saber de economía y opinan con autoridad.

Otra diferencia es que quienes no han estudiado economía creen que es cuestión de opinión y que todas las opiniones son igualmente válidas. Esto se explica porque desde mediados del siglo XX las universidades abandonaron el rigor intelectual y efectivamente han enseñado economía como si fuese una cuestión de opinión. A ese abandono se debe tanta discrepancia entre escuelas de economía y que las discusiones económicas degeneren en actitudes ideológicas. No fue sino hace poco que se inició el retorno al rigor intelectual, en algunos centros de estudio primero y en otros después.

Es como resultado de probar tantas fallidas recetas que en América Latina persiste tanta pobreza. La mayoría de esas medidas fueron adoptadas por consejo de importantes entidades extranjeras que desean ayudar. Pero es evidente que toda esa ayuda no ha servido de mucho y tenemos que concluir que no logra sus laudables objetivos. Probablemente no se hubieran seguido todos esos malos consejos si no hubieran estado acompañados de dinero.

Lo innegable y de sentido común es, primero, que se invertirá más capital donde no se castiga su rendimiento y, segundo, que lo único que crea puestos de trabajo, productores de riqueza y de ingresos fiscales, es la demanda por mano de obra que ejercen las inversiones de capital, las cuales se efectúan precisamente para obtener un rendimiento.

Es una cruel ironía que el resultado de castigar a quienes invierten capital sea el aumento de la pobreza.

En Libre Mercado

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