Mi mujer me tiene prohibido decir mi edad, de modo que no lo haré, pero sí puedo expresar que en mi ya no tan breve existencia he aprendido que es peligroso tomar decisiones económicas de alcance nacional guiándose por la opinión de la mayoría de los chilenos.
Durante mucho tiempo he tratado de explicarles la economía a mis compatriotas, sin éxito. Hace 36 años, y en plena Unidad Popular, a alguien se le ocurrió que lo hiciera por radio, en la esperanza de levantar algún frente de opinión contra el Gobierno socialista, que estaba dedicado a consumar disparates económicos que le daban, por cierto, gran popularidad. Yo todavía no había estudiado economía y sólo había leído, si bien varias veces, dos libros sobre la materia: Bienestar para todos, de Ludwig Erhard, y Capitalismo y libertad, de Milton Friedman. Con el tiempo, he llegado a convencerme de que en ambos está todo lo necesario para hacer progresar a un país.
A raíz de mis comentarios en la radio, un partido me llevó de candidato a diputado, con el increíble resultado de que fui elegido.
Bueno, después vino la Junta y puso en práctica las recetas de Erhard y Friedman. Un día, en 1974, me dijeron que debía explicárselas a dirigentes sindicales reunidos en el edificio Diego Portales, pues se quejaban de que la libertad de precios encarecía la vida demasiado. Les expliqué las bondades de aquélla, pero no tuve acogida. Al final pidió la palabra un dirigente de San Bernardo y me dijo: "Mire, señor, el pan ha subido como 50% este año y eso ya no se soporta, así es que yo creo que la libertad de precios no sirve para nada. El Gobierno debe bajar el precio del pan y controlar todos los demás cuanto antes."
Por suerte, el Gobierno resistió las presiones de la mayoría y mantuvo la libertad de precios, que fue un pilar del milagro económico chileno, tal como lo fue del alemán que describía Erhard. Bueno, por eso el Gobierno militar culminó con tasas de crecimiento anual de hasta dos dígitos, gracias también a las privatizaciones y medidas similares. Y dejó el desempleo en el 5%, merced a que liberalizó el mercado del trabajo, tomando una medida que la mayoría repudió: la rebaja del salario mínimo.
Ahora las voces se alzan para subir todavía más el salario mínimo hasta un "nivel ético". Pero ya su nivel actual genera un 60% de desempleo entre los jóvenes indigentes, lo que explica mucho de la desigualdad de ingresos, porque entre los más ricos no hay desempleo. Es decir, una medida que se cree generará más igualdad, provoca más desigualdad. Y, acuérdense de mí, viene ahora la ofensiva contra la libertad de precios, porque ha subido mucho el pan.
Como este Gobierno no tiene la firmeza de la Junta, estoy preocupado. Pues así como el primer milagro económico chileno lo hizo la Junta, el segundo ha sido que la Concertación no haya arrasado con la economía libre y se haya limitado a echarla a perder. El tercero sería que ahora la presidenta Bachelet resistiera las presiones para consagrar un salario mínimo aún más alto y restringir o suprimir la libertad de precios, lo que vendría a ser el comienzo del fin del libre mercado en Chile.