El presente ensayo de Alberto Recarte, que hemos publicado en tres entregas, es un análisis de la presente crisis a nivel mundial y de los efectos que pueda tener para España, realizado como base de un discurso ante la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD). Puede consultar la primera y segunda entregas. Cualquier duda o consulta sobre este artículo será, como siempre, respondida en el consultorio económico de Libertad Digital Televisión: tomasyrecarte@libertaddigital.tv.
7. Consideraciones sobre el efecto de la crisis en España
- En España apenas hay hipotecas subprime. Las entidades financieras controlan, a diferencia de las norteamericanas, el proceso de concesión de hipotecas, la tasación, las garantías y la evolución de los pagos de las cuotas hipotecarias. Por supuesto que hay hipotecas peores de lo normal, pero ese fenómeno, a pesar de los fallidos y del incremento de la mora, no existe, como tal, en España.
- Por el contrario, en España hay una cantidad enorme de créditos al promotor, para compra de suelo o para financiar la construcción que, en muchas ocasiones, no tiene garantías adicionales a las del propio proyecto inmobiliario. Se trata de auténticas project finance. Si el parón de ventas de viviendas –que ya se ha producido– continúa en el tiempo y si las compañías a las que se han concedido créditos promotor no tienen fondos propios suficientes para afrontar una situación de retraso significativo de ventas, el previsible aumento de existencias sin vender, junto con el incremento de su endeudamiento, provocarán la suspensión de pagos de numerosas empresas, lo que repercutiría en el sistema financiero.
- El sistema financiero español ha reaccionado con sensatez. Ha aumentado las exigencias de garantías a los prestatarios, en particular a los de tipo inmobiliario y ha subido el spread de tipos de interés. Y, mientras, intenta resolver sus problemas de financiación de su balance aumentando la remuneración de depósitos e imposiciones a plazo, a la vista de la dificultad que supone financiarse, a largo plazo, en condiciones similares a las de antes de la crisis de agosto.
- Para la economía española, esa dificultad de financiación del sistema financiero es, de hecho, una dificultad de financiación del modelo de crecimiento español; se está resolviendo con un parón significativo de nuevos créditos y a tipos de interés mucho más altos para todo tipo de operaciones. Lo que no es incompatible con un euribor más bajo. La dificultad, hoy, es para España como economía, y para nuevos proyectos, no para créditos ya concedidos, que se continúan desembolsando a las condiciones previamente aprobadas, ni para créditos hipotecarios al comprador, para los que incluso podrían disminuir las cuotas hipotecarias. El problema es la nueva actividad, hipotecaria o no.
- En España, confluyen, pues, diferentes fenómenos: primero, la dificultad de financiarse a largo plazo, en nuestro caso empezando por las propias entidades financieras; segundo, el peso de los créditos al promotor en muchas entidades; y tercero, la parálisis en las ventas de bienes inmuebles, que han provocado comentarios como el de Greenspan, que ha declarado que España le preocupa y que cree que hay aquí tanto riesgo inmobiliario como en Estados Unidos.
- El sector de la construcción tiene un enorme peso en la economía española. Casi el 9% del PIB se obtuvo, en 2006, construyendo viviendas. Si la actividad se reduce, no ya un 50%, sino un 30%, será imposible que el PIB crezca ni tan siquiera el 2% en 2008. Las cifras que resultan son inferiores. Con un cálculo matemático, estático, es decir, en una situación rebus sic stantibus, un descenso del 30% del 9% significa una aportación negativa al crecimiento, en 2008, de 2,7 puntos. Tema aparte serían las apreciaciones sobre cómo esa merma de actividad puede afectar al consumo y, en otra ronda, a la propia inversión en sectores diferentes del de la construcción.
- El panorama que se nos echa encima podría ser el de una Formación Bruta de Capital que pasara del 30% del PIB a cifras cercanas a los promedios europeos; en torno al 21% - 23% del PIB. Ese paso, que puede ocurrir más rápidamente de lo que muchos imaginan, transcurre necesariamente por una recesión o por una etapa de crecimiento claramente inferior al 2% durante bastante tiempo.
- Podría parecer que la inversión en obra civil por parte de las Administraciones Públicas pudiera compensar, en parte, esa ralentización. Pero esta posibilidad es muy remota, pues las grandes obras de infraestructuras necesitan entre 5 y 10 años para obtener los permisos oportunos y, por otra parte, nuestro absurdo sistema de financiación de las autonomías y entidades locales y su obligado equilibrio financiero va a resultar en una restricción adicional a sus inversiones en los próximos años. El sector público, en tanto en cuanto inversor, no va a poder compensar a corto plazo la merma de actividad del sector privado de construcción de viviendas, lo que conllevará, a su vez, a una reducción adicional de la inversión en bienes de equipo; por eso creo en un desplome de la Formación Bruta de Capital.
- ¿Y el petróleo? Nada es estratégico en una economía globalizada, pero la evolución del precio del petróleo y su peso en la economía justifica que dediquemos un apartado a su previsible evolución.
Habrá un coste adicional que se traducirá en forma de transferencias al exterior y en menor crecimiento. España importa al año, aproximadamente, 1,5 millones de barriles de petróleo al día. Si el precio medio fuera de 70 dólares, como había programado el Ministerio de Economía, los pagos al exterior por este concepto serían, en 2008, de 38.300 millones de dólares.
Pero si el petróleo tuviera un precio medio de 95 dólares, los pagos subirían hasta alcanzar los 52.000 millones de dólares. Es decir, 11.700 millones de dólares más. Como, simultáneamente, se esperaba un tipo de cambio de 1,34 dólares por euro, la revalorización de la moneda europea, si se mantiene en el entorno de 1,45 dólares, significa que los pagos al exterior, en euros, crecerán en 2008 en 8.700 millones de euros sobre lo programado, el 0,8% del PIB; siempre que se mantenga la importación de la misma cantidad de petróleo, aunque lo lógico es que disminuyera.
Por tanto, el sector exterior podría restar más al crecimiento de lo que todos suponíamos.
8. Conclusión
El peor de los mundos posibles sería el del agotamiento del enorme impulso al crecimiento que ha significado la globalización. Si ésta fuera la situación, los bancos centrales de los principales países o áreas económicas tendrían que subir los tipos de interés si consideraran que es imposible mantener el crecimiento mundial a las cotas centrales, por falta de recursos humanos o de infraestructuras suficientes o de inversiones aún mayores en sectores como el de la energía, para evitar que la inflación se desbocara, como ocurrió a finales de los años setenta del siglo pasado. Pero, si creyeran que la subida de los precios de algunos bienes y de los activos es un fenómeno coyuntural y que lo fundamental es mantener el crecimiento y que esto es posible, terminarán por bajar los tipos de interés de intervención. Pero para que esa política monetaria laxa tenga éxito, como la ha tenido en los últimos quince años, es necesario que se reduzca la incertidumbre de los inversores últimos.
En ese entorno, en España confluyen, en cualquiera de los casos, dos fenómenos: una restricción sustancial del crédito y la crisis del sector de la construcción, que ha impulsado el crecimiento en los últimos años. De esta situación se sale moderando el consumo y la inversión, y aumentando el ahorro nacional. La situación de bonanza para familias y empresas habría terminado
En definitiva, la crisis financiera internacional está actuando ya como acelerador del proceso de ajuste de la economía española. Nuestro ahorro tendrá que aumentar en torno a los diez puntos del PIB, que hoy gastamos en exceso, para lo que será necesario reducir drásticamente la Formación Bruta del Capital y, moderar, significativamente, el crecimiento del consumo.
Y las familias, las empresas y las Administraciones Públicas, tendrán que emprender un lento proceso de recuperación de la productividad, como el que ha permitido a Alemania, tras diez años de ajustes, ser capaz, hoy, de tener unas cuentas públicas casi equilibradas, un sector exterior en positivo y unas mejores expectativas de crecimiento, a pesar del fortalecimiento del euro o, mejor dicho, del desplome del dólar norteamericano.