Al Gobierno que salga elegido el próximo 9 de marzo se le complica cada vez más el escenario económico, y no solo por causa de la situación económica internacional, que también. Los vientos que soplan fuera de nuestras fronteras son de crisis, con muchos componentes interactuando conjuntamente para poner más difíciles las cosas. Y a la economía española le coge con los deberes sin hacer, como a los malos estudiantes que sólo se preparan parte de la asignatura y les caen en el examen preguntas que no han visto.
Es lo que está ocurriendo aquí por obra y gracia de un presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que ni sabe de economía ni ésta le importa. Lo primero lo viene demostrando últimamente con claridad, por ejemplo, cuando en el debate con Rajoy del pasado lunes confundió desaceleración con recesión, o cuando acaba de decir que el euribor, el tipo de interés al que están vinculadas las hipotecas, lo fija el Banco Central Europeo cuando en realidad quien lo establece es el mercado día a día. Eso lo saben todos los españoles menos el señor Zapatero, que vive en su propio mundo ideal, de fantasía, y así le luce el pelo a la economía española.
En cuanto a la poca importancia que otorga a la economía, es algo que ZP ha estado demostrando toda la legislatura. El presidente se centró en cosas que nadie le pedía, que no se necesitaban y que a nadie le importaban, como la alianza de civilizaciones, las negociaciones con ETA o la reforma del Estatut catalán y se olvidó de preparar la asignatura de política económica, donde ahora está cosechando un rotundo suspenso.
Al presidente Zapatero esto parecía no importarle mucho. Él estaba centrado en sus cosas, olvidándose de la realidad económica y sin dejar hacer a su vicepresidente del ramo, Pedro Solbes, a quien ni tan siquiera escuchó cuando le sugirió adelantar las elecciones a octubre porque la economía no aguantaba. Pero Zapatero necesitaba agotar la legislatura para tratar de arreglar otros desaguisados, como las negociaciones con ETA, y tratar de ganar tiempo a base de proponer lo que él denomina políticas sociales que no son más que ocurrencias para tratar de obtener votos hipotecando el presupuesto.
En este contexto, ahora el Banco de España dice que la desaceleración de la actividad productiva este año va a ser más profunda que en 2007, algo que el Gobierno viene negando por activa y por pasiva cuando todos los expertos, incluida la Comisión Europea, y todos los datos refutan ese "sostenella y no enmendalla". Es decir, que las cosas se van a poner peor y España no está preparada para ello.
De lo que puede ocurrir dan buena fe los récords que se han batido hoy en algunos mercados. El petróleo, por un lado, ha superado por primera vez en la historia los cien dólares por barril, cuando las previsiones de Solbes para este año hablan de un precio sensiblemente inferior. Esto puede traducirse en mayor inflación y menos poder adquisitivo para las familias, que frenarán su consumo con consecuencias negativas para el crecimiento y el empleo. Por otro lado, el euro ha superado la barrera de los 1,5 dólares, lo que contribuye a paliar en parte el impacto del encarecimiento del crudo, pero frena las exportaciones de las que tanto depende la Unión Europea para crecer y crear empleo.
Todo ello coloca al Banco Central Europeo en una difícil tesitura. Si baja los tipos para hacer caer al euro frente al dólar y estimular así las exportaciones, crea inflación y, a medio plazo, frena el crecimiento y el empleo. Si los mantiene, los problemas de precios serán menores pero el crecimiento se frenará aún más. Y todo ello en un contexto de crisis crediticia, en la que nadie presta a nadie, cuando la economía española necesita conseguir financiación en el exterior para seguir funcionando más o menos como lo venía haciendo en los últimos años. Así es que el panorama dista mucho de invitar al optimismo.
Todo esto, sin embargo, no es nuevo. Los expertos ya advirtieron desde el principio de la legislatura que había que tomar medidas porque las adoptadas por el PP ya habían agotado sus efectos, pero fue como predicar en el desierto. A su vez, el Gobierno sabía desde hacía un año que la economía española se venía abajo porque así lo avanzaban los indicadores económicos y siguió sin hacerse nada. El Ejecutivo que salga de las urnas, por tanto, va a tener ante sí una tarea difícil para enderezar la economía, a la que deberá conceder prioridad máxima y olvidarse, incluso, de otras políticas, porque puede encontrarse con que no tenga con qué financiarlas sin volver al déficit público, que sería algo así como poner la pieza que falta para tener una crisis en toda regla.
Claro que, para eso, el futuro presidente no sólo tiene que saber de economía, sino que tiene que interesarse por ella, a diferencia de lo que ha hecho un Zapatero que ha suspendido con claridad una asignatura muy importante que habría superado sin muchos problemas a poco que se hubiera dedicado a ella.