La inmigración es una de las primeras preocupaciones de los españoles. Yo creo que irá a más y que, si no se recrudece la actividad negociadora de ETA en forma de bombas con muertos, pasara a ser la primera de nuestras preocupaciones en el mismo momento en que ni siquiera el propio Caldera sea capaz de maquillar "porque yo lo valgo" las listas del paro. O cuando el sucesor de Rubalcaba en Interior no sepa cómo aplicar las técnicas calderiles a los datos sobre delincuencia.
La inmigración es buena para el inmigrante y para la sociedad de acogida en términos generales. Como explicó Ludwig von Mises, hay dos procesos paralelos en los que trabajo y capital rompen las fronteras para encontrarse. El primero es la salida del capital hacia lugares donde el trabajo es barato pero él sabe hacerlo productivo. Como productividad y salario van de la mano, el capital acude a los países pobres para enriquecerlos. El segundo es la búsqueda de los trabajadores pobres a las sociedades donde hay capital. Tiene gracia; los intelectuales, incluso aquellos que leen libros, echan pestes del capital en nombre de los trabajadores. Y éstos son capaces de cambiar de continente con tal de encontrarse con un capital que le emplee provechosamente.
Los países ricos exportamos riqueza (capital) e importamos pobreza (inmigrantes). Pero lo característico de las sociedades abiertas y ricas es que, gracias al capital(ismo) logran engarzar a los trabajadores que en sus sociedades trabajan largas horas para dar con una producción miserable en proyectos que sí son productivos y que enriquecen a consumidores, empresarios y trabajadores. La realidad es que transformamos esa pobreza que viene de fuera en aquello a lo que está llamado el hombre: un ser creativo y productivo.
España se ha beneficiado mucho de la inmigración. Una de sus virtudes es que amplía la división del trabajo y en España ha permitido que millones de españolas puedan trabajar en el mercado y aportar en él todo el capital humano que adquirimos en un país desarrollado como España y que, en parte, se quedaría sin emplear si prefiriesen quedarse en casa. También han contribuido a poner en marcha proyectos (en la construcción, en el campo, en el comercio...) que, de otro modo, se habrían quedado en un mero proyecto. La inmigración, además, es una importante fuente de empresarialidad, uno de los factores clave en el desarrollo económico.
La economía española se va a transformar y muchos sectores van a sufrir una reconversión forzada... por la crisis. No es mala ocasión para hacer limpieza de los sectores menos productivos y apostar por los característicos de las sociedades ricas: los de gran valor añadido, tecnologías avanzadas, gran necesidad de capital humano. Esa transformación, si llega, tendrá que reflejarse también en la inmigración. Tendremos que competir con Estados Unidos, Francia, Alemania y demás en atraer a los trabajadores mejor cualificados. Pero para eso España tiene que tomarse en serio el papel que puede jugar en la economía (mundial, iba a decir, como si hubiese otra). Y transformar su sistema educativo de la imposición a la libertad y la calidad; sus impuestos del castigo por progresar a la sencillez y la moderación. Y el destino del dinero público de las transferencias a las inversiones.
Claro, que este Gobierno que hemos elegido no está por la labor. Será que nosotros tampoco.