Los líderes del G-8 se reúnen en Hokkaido, Japón para su cumbre anual. Al menos una vez más, el mundo tendrá la oportunidad de reflexionar si ésta es la clase de institución que el mundo necesita en el siglo XXI. Como muchas de las instituciones del siglo XX moldeadas por circunstancias del pasado, el G-8 ha comenzado a parecer un encuentro algo arbitrario.
De los países que estarán representados –Japón, Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y Rusia– siete solían ser consideradas las potencias económicas más importantes del mundo, el llamado “club de los países ricos”. A Rusia se le añadió en los años 90, convirtiendo el G-7 en G-8 como cuestión de cortesía hacia el presidente ruso Boris Yeltsin en un gesto para levantarle la moral a un líder cercado en un país al borde del colapso. En el mundo de hoy, la lista parece casi pintoresca.
Los asuntos puestos sobre la mesa por los anfitriones japoneses reflejan una agenda con un sabor señaladamente verde o progre, algo ya de rigor en estos encuentros. Por supuesto, el resto del mundo tiene mucho interés en esto y le encantaría tener un lugar en esa mesa. En eso, la cumbre de Tokio (como otras cumbres del G-8) se parece a las reuniones del Banco Mundial y del FMI, que proyectan algo semejante a una creciente sombra de reuniones colaterales para permitir que se oigan las voces de muchos países afectados.
Por ejemplo, el 6 de abril en una pre-reunión, los ministros de Desarrollo del G-8 se reunieron con los representantes de Brasil, China, India, Malasia, México, Corea del Sur y Sudáfrica, así como una larga lista de organizaciones de la ONU, como la UNESCO y UNICEF, además de con organizaciones regionales que incluían a la Unión Africana y la Asociación de Naciones del Sureste Asiático. La lista de quién está dentro y quién está fuera es ciertamente sugerente sobre la naturaleza misma del G-8 y debería dar lugar a que se tomara en consideración abrir la participación a estos encuentros.
Los asuntos a discutir reflejan igualmente un mundo de preocupaciones globales. El primer tema de la agenda es la reunión en Japón de presidentes y primeros ministros para discutir el desarrollo en África, centrándose en colaborar con el sector privado para acelerar el crecimiento económico y en encontrar nuevos socios para la agenda del desarrollo. Es una continuación de la Cuarta Conferencia Internacional de Tokio sobre el Desarrollo de África celebrada el pasado mes de mayo.
El cambio climático, tema inevitable en la agenda del mundo actual, será el segundo asunto de la agenda. Claro que el mundo no se ha calentado de forma apreciable en los últimos 10 años, pero la metereología es algo incuestionable y eternamente cambiante y servirá para darles algo de que hablar a los alarmistas. En este tema, donde el debate se ha centrado previamente en las naciones industrializadas bajo el nefasto Protocolo de Kyoto, el mundo en desarrollo desempeña un papel crucial. Este papel será el foco de la discusión. El ascenso de China e India como potencias industrializadas y naciones consumidoras hace que las iniciativas por ahorrar energía en Estados Unidos y Europa parezcan casi simbólicos si miramos el asunto en su totalidad. Al mismo tiempo, los países en desarrollo por su naturaleza están bajo un mayor riesgo cuando su clima cambia (por cualquier razón), ya que tienen pocos recursos económicos para atenuar las consecuencias.
La economía global también hará su aparición en la agenda. Este tema solía ser el punto central de las reuniones del G-8. Sin embargo, los líderes no discutirán los valores relativos del dólar y el euro. En su lugar, se centrarán en las razones de la (supuesta) crisis alimentaria mundial y del (incuestionable) aumento de los costes energéticos. El asunto se debatirá aparentando hablar sobre “seguridad humana” según lo definido por los Objetivos del Milenio de la ONU, un concepto bastante general que cubre todo lo que va desde nutrición a educación.
El problema es que la agenda del cambio climático, con su énfasis en biocombustibles lo cual incentiva el cultivo de cosechas para biocombustibles como el etanol, ha chocado directamente con la agenda de “seguridad humana” reflejando que los seres humanos también tienen que comer.
¿Qué podemos esperar de la siguiente cumbre? Probablemente más resoluciones y declaraciones de los líderes mundiales, quienes se sacarán unas cuantas fotos bonitas con las que se podrá analizar el lenguaje corporal y quién se coloca al lado de quién. Sin embargo, lo que deberíamos ver, es un debate serio sobre la apertura de las reuniones a muchos de los países afectados por la agenda global y una verdadera deliberación acerca de las soluciones de mercado y libre comercio para los problemas globales sobre el tapete.
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* Traducido por Miryam Lindberg