Este artículo tiene el mismo título que un documento de trabajo publicado por el Instituto de Análisis Industrial y Financiero, de la Universidad Complutense, del que es autor Mikel Buesa. Es un texto muy importante por dos motivos. Primero, por su rigor y detalle, y después porque nadie se ha atrevido a hablar de estos temas abiertamente en los últimos 30 años, o a divulgarlos.
Coincide en el tiempo con la publicación por el BBVA de un estudio de Ezequiel Uriel y Ramón Barberán sobre las balanzas fiscales que ha conmocionado a la opinión pública, como no podía ser menos. Y ello a pesar de que estos cálculos, como sabemos, dependen de criterios que son siempre discutibles. El cuadro general es suficientemente significativo.
Se sabe que los nacionalismos han sido un poderoso instrumento para retorcer la asignación de recursos entre regiones en España, por lo que no puede sorprender que los residentes en Cataluña aporten mucho menos que los de Madrid.
Pero el caso vasco es mucho peor. Ya nadie podrá fingir ignorar que el País Vasco, a pesar de su renta por habitante relativamente alta, es un perceptor neto de recursos, gracias al uso y abuso del llamado cupo vasco, como explica Buesa. La Constitución de 1978 incorpora elementos contradictorios, como la idea de ciudadanía y de nación junto a la de derechos históricos de determinados territorios. La Revolución Francesa acabó con esas diferencias, y no sólo con las estamentales. Sin embargo, nuestro país nunca ha superado del todo esa fase, y sigue con un pie en el Antiguo Régimen, doscientos años después.
La situación sería igualmente intolerable si en el País Vasco no gobernaran los nacionalistas, si bien éstos empujan la situación a la locura. Nadie puede asumir y aceptar que un diputado por Vizcaya vote la Ley de Presupuestos en el Congreso exactamente igual que un diputado de Huelva, aunque los votantes de éste contribuyen y los de aquél no. No sólo no contribuyen, ¡perciben en términos netos! Los nacionalistas añaden además ultraje y escarnio a lo que completa una incomprensible relación sadomasoquista aceptada sin crítica por todos durante demasiado tiempo. También han gestionado el botín, al que sólo los elegidos por la genética tienen acceso, y protección para su disfrute. Pero toda esa brutalidad no les ha servido para evitar una larga decadencia y creciente aislamiento.
Para recoger hay que sembrar, y en este país es urgente plantar una semilla de lo que tiene que ser un referente ético para el futuro, especialmente en política. Es necesario arrojar luz, concienciar y proponer reformas sin la esperanza de un rédito político inmediato. Ninguno de los grandes partidos asumirá esta tarea, no nos engañemos.