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Luis Hernández Arroyo

Sarkozy, el keynesiano

Sarkozy, como heredero de esa tradición francesa estatista, que nunca ha desaparecido, pretende extender su fe ciega en el Estado/regidor a todo el mundo.

El keynesianismo –la desconfianza hacia los mercados– no lo inventó Keynes, sino los franceses en el siglo XVII, con Colbert como superministro de finanzas de Luis XIV, el ejemplo perfecto de déspota ilustrado. El liberalismo nunca fue dominante en Francia. Ahora, Sarkozy, como heredero de esa tradición francesa estatista, que nunca ha desaparecido, pretende extender su fe ciega en el Estado/regidor a todo el mundo. Por eso ha convocado una gran conferencia (en Estados Unidos) para decirle a lo americanos que la crisis ha demostrado que el mercado se equivoca y que los Gobiernos han de marcar el paso estrechamente a esos locos que ganan (y pierden) dinero.

Lo primero sería acabar con los paraísos fiscales, lo que exigiría una armonización fiscal mundial. No cabe duda de que la tesis será popular, y ríanse ustedes de las movilizaciones logradas por Bouvé, el analfabeto anti-Burger. Como pueden comprobar, en Francia da igual el color del Gobierne, en lo único que creen es en la luces del Estado para regir los actos de sus ciudadanos (que, ciegos o tuertos, nunca podrían dar un paso por iniciativa propia).

El mundo va hacia una nueva era, que seguramente durará décadas, de gran presión fiscal y de injerencia constante del paternalismo estatal. Lo digo con toda la tristeza del mundo, porque sé positivamente que las dos décadas prodigiosas que hemos vivido, y no sólo los países ricos, se han basado en la libertad. Yo diría que en la libertad creativa, que a permitido una era de innovación constante sin precedentes. Desde la crisis de 1987 hasta hoy, nunca el mundo económico fue más estable, nunca hubo tantos puestos de trabajo, nunca se recortó tanto la hambruna en el mundo. Estos logros, parodiando a Adam Smith, "no han venido de la generosidad del panadero y el carnicero, sino de su propio interés en vender el mejor pan y la mejor carne".

Todo empezó con las grandes liberalizaciones de los años 80, impulsados por EEUU y Reino Unido, bajo el mandato de Reagan y Thatcher. Creían en la libertad y la impulsaron: primero en los mercado financieros y cambiarios, luego en el "achique" del peso del Estado sobre el ciudadano, luego sobre lo movimientos de bienes y personas. Curiosamente, la UE, que se creó para impulsar eso, no ha logrado mover estos factores básicos de prosperidad, si no es para permitir una emigración de terceros mal asimilada y socialmente disolvente. La UE, como muestran sus cifras de deuda y presión fiscal, es ya lo que quiere Sarkozy que sea el resto del mundo: un mercado lleno de excepciones, de barreras, prohibiciones, fiscalidad y dependiente del permiso o licencia. Todo bien regulado, hasta la creatividad.

Era de esperar que la crisis uniera a todos los liberticidas que antes representaban los movimientos anti-globalización: ya han vuelto a sacar a pasear la "tasa Tobin" y el Financial Times ya ha desempolvado –otra vez– una semblanza de Keynes, como si lo que está pasando le diera la razón (para este periódico, Keynes es grande porque es inglés y dominó el escenario cuando la Inglaterra imperial entraba en decadencia). Probablemente Keynes –y su seguidor Tobin– no aprobaría tanto intervencionismo, pues él se consideraba "salvador" del capitalismo contra sus debilidades.

Reconozcamos que entre el estatismo francés (ansioso de "grandeur") y pedir algunas correcciones a los excesos de los últimos años habría un ancho margen para la discusión. Pero el debate no está en los salones, sino en la calle, por lo que estas sutilezas no son bien recibidas: esto es una batalla de las ideas y del poder y Sarkozy, como todos los de su especie, ha visto la posibilidad de atar a EEUU a su rueda, si es que los coge en un momento de debilidad. El presidente francés está en esa dinámica tan francesa de ponerse a la cabeza de Europa para contrarrestar el poder americano (el "híper poder"). Lo mismo que su antecesor, Chirac, y su sucesor, fuere quien fuere. A Zapatero, que estaría encantado formando en ese regimiento antisistema, no le dejan ir. Y es que España jamás, o casi, ha representado tan poco.

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