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Luis Hernández Arroyo

España y el liquidacionismo

España, sin política monetaria propia va a sufrir ese proceso puro de liquidación de excesos grasientos tan recomendable para algunos.

El liquidacionismo fue la postura teórica que predominó cuando estalló la Gran Depresión de 1929 y según la mayoría de los macroeconomistas de hoy –liderados por las aportaciones monetarias pioneras de Milton Friedman– fue la responsable de la profundidad y extensión de aquella crisis que llevó, en una oleada de hundimiento moral, al desbancamiento de la democracia, a la emergencia de los fascismos y a la guerra para derrotar a Hitler. Conviene recordar que en esa guerra, que ganaron los "buenos", hubo un momento en el que estaba virtualmente perdida; y que sin la inestimable colaboración de los errores del líder nazi, la victoria final se hubiera logrado con más precariedad.

No quiero decir, naturalmente, que la guerra fue una consecuencia directa de la Gran Depresión. Lo que sí digo, como algunos historiadores económicos (Eichengreen, Overy...), es que el malestar social de la crisis creó un clima propicio al desencanto por la libertad parlamentaria que pronto se vio como impotente para mantener el orden social frente a los radicales de un extremo. Y esto no hizo más que alimentar a los enemigos del parlamentarismo y la civilización: el fascismo brutal. La historia cambió de faz en muy poco tiempo. Como dice el historiador R. J. Overy, "En 1920, dos tercios de los países europeos era democracias parlamentarias (algunas recién fundadas como la débil república de Weimar). En 1930, diez años después, dos tercios eran países dictatoriales". La tragedia española encaja como un guante en este contexto histórico, pues su extrema polarización –de políticos y masas– fue un trasunto de lo que pasaba en otros países. No olvidemos tampoco que los anglosajones, que conservaron sus instituciones parlamentarias, no fueron inmunes al radicalismo (léase el agudo análisis que hace Skidelsky del New Deal y sus sesgos propagandísticos protonazis, indicio de que incluso en Estados Unidos era difícil mantener el control sin algún tipo de radicalismo "desde arriba").

Creo que se puede sacar una sencilla lección de esa tremenda historia y de otras: las sociedades, por muy civilizadas que sean, pueden caer en la abyección moral en poco tiempo, y esa caída, una vez en marcha el proceso, no es ni previsible ni controlable por nadie. Una vez rotos los puentes de la cordura, aunque todos vean venir la tragedia, ésta es imparable. Y el malestar económico desde luego trae la desmoralización social.

Los liquidacionistas, como he dicho, dominaron la política de entreguerras, especialmente en Estados Unidos. Lo que defendían es que ante la crisis bancaria y la contracción monetaria, las autoridades deberían dejar seguir el curso de la purga, sin inyectar dinero para suavizar el ajuste (Ver el artículo de De Long sobre las tesis liquidacionistas).

Entre los economistas americanos hay general acuerdo en que esa teoría dominante agravó enormemente la depresión y la extendió al resto del mundo por los mecanismos monetarios internacionales establecidos. Sin embargo, contra toda lógica y evidencia, los liquidacionistas de hoy defienden la peregrina actitud de que fue, por el contrario, la política expansiva de la Reserva Federal la que agravó la depresión. Si los historiadores están de acuerdo en el dato fundamental de que la oferta monetaria –medida por M1 (efectivo y depósitos vista)– se contrajo más de un 30%, y sólo cuando remontó lo hizo la economía, me parece imposible demostrar que fuera una expansión de dinero lo que provocó la contracción. La Historia Monetaria de Estados Unidos, de M Friedman, demuestra algo incontestable: en un siglo de historia, de 1867 a 1960, cada vez que ha habido una contracción monetaria, se ha asistido luego a una contracción real, con caídas de precios y aumentos de paro, aunque no con la profundidad de la Gran Depresión. Defender una postura contra los hechos exige enrocarse en el "no es eso, no es eso", propio de los defensores de dogmas "holistas" (Popper), no de investigadores abiertos a la realidad.

Ahora bien, los liquidacionistas españoles van a disponer de un campo de experimentación "inesperado" (digo inesperado para ellos, pues los que estábamos reacios a la llegada del euro nos temíamos un escenario así, aunque no tan perverso: la realidad supera a la ficción siempre). Van a poder comprobar sobre el terreno los destrozos de sus medicinas en el tejido social español.

España, sin política monetaria propia (y no es necesario discutir ahora si esto es bueno o malo), va a sufrir ese proceso puro de liquidación de excesos grasientos tan recomendable para algunos. De hecho, ya lo está padeciendo. España es el país del euro que más está ajustando costes laborales unitarios: a un ritmo frenético, en verdad, con lo que estamos ganando competitividad a velocidad de vértigo, como se ve en los gráficos.

Ante estos gráficos, es obvio lo bien que están funcionando las tesis liquidacionistas, a base, claro, de "quitar grasa" en el mercado de trabajo, merced a lo cual los costes laborales y los precios se pliegan que da gusto. En otras palabras, si la productividad aumenta y los salarios se moderan, y los costes laborales unitarios caen drásticamente respecto a nuestros competidores, ¿es efectivo el liquidacionismo? ¿España va aprender la lección y se va a convertir en la economía más competitiva?

No. Y creo esto porque los procesos de purga y liquidación –que deben ser bienvenidos en empresas y sectores acabados–, tienen efectos acumulativos sistémicos perversos cuando son generales, y que esos efectos acumulativos y sistémicos se llevan por delante tanto las partes sanas como las sobrantes. En el ajuste de precios y costes observado, se están contrayendo rentas laborales con futuro, pues no creo que todas las retribuciones, al capital y al trabajo, fueran malas. Eso sí, una vez en paro, el trabajador se descapitaliza, deja su fuente de training más segura y fructífera y pasa a la cola de los futuros contratos; eso, aparte del efecto sobre los pasivos del gobierno. Lo mismo sucede con el capital parado que era productivo antes de cerrase la planta. Por no hablar del capital y el trabajo que estaba en proyecto de "entrar en el mercado" a producir: ese se puede dar por "liquidado non nato". Por lo tanto, aún el liquidacionismo más moderado tiene serias secuelas duraderas de descapitalización y despilfarro.

Creo que a esos efectos sistémicos deben responder las autoridades, sobre todo cuando existe el peligro de hundimiento del sistema monetario y financiero. Como he dicho, España no dispone de recursos monetarios para hacer frente a ese tipo de riesgos globales, y los fiscales ya los ha dilapidado este Gobierno. Sólo queda el Banco Central Europeo, que hasta ahora ha sido el banco central más cauteloso del mundo, incluso más que el suizo. Quién sabe, quizás valga la pena esperar a que el régimen de liquidación adelgazante siga su marcha, para que de verdad los parados se queden sin capacidad profesional y las empresas sin capital: cuanto más tiempo, mejor. Yo, sin embargo, por eso de la esperanza, espero que el BCE se deje pronto de complejines y empiece a actuar pronto en un sentido más pragmático, porque la zona euro es en la única donde no se ven los brotes verdes de esperanza que han surgido en el mundo. Eso sí, qué pena, nos perderíamos el espectáculo aterrador prometido por el liquidacionismo.

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