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Tibor R. Machan

Los rescates acaban con la prudencia

Es imposible distinguir al empresario exitoso del fracasado porque el Gobierno nos mete a todos en el mismo saco y los políticos deciden quien triunfa y quien fracasa.

Imagínese que sus ingresos personales caen y que incluso pierde su empleo. Así que decide cambiar su automóvil por uno pequeñito que consuma poca gasolina. Seguramente su esposa y usted empiecen a comer menos en los restaurantes y mucho más a menudo en su propia casa. Ella incluso pasa sin pararse por su tienda favorita de zapatos. Todo ha cambiado.

Nada de esto ha sido culpa suya, sino de un Gobierno que se olvidó de defender los derechos ciudadanos para meter las narices en todos los asuntos. Sí, ahora los políticos están descontentos porque los estadounidenses han dejado de comprar los coches grandes de Detroit, razón por la cual van a utilizar sus impuestos para rescatar a esas grandes empresas.

En lugar de esperar que los fabricantes que se han equivocado procedan a hacer los ajustes necesarios, los políticos insisten en pagarles por sus errores.

Ésta es sólo una de las muchas consecuencias nefastas de la economía mixta y del Estado de bienestar, donde el individuo es ignorado y tratado como una hormiga o la abeja de un panal. No se nos permite usar el sentido común y, en cambio, nos imponen la redistribución de la riqueza según sus criterios políticos.

De esta manera, es imposible distinguir al empresario exitoso del fracasado porque el Gobierno nos mete a todos en el mismo saco y los políticos deciden quien triunfa y quien fracasa. Esto ya nos lo había anunciado F. A. Hayek en su libro Camino de servidumbre, publicado en 1944. Otros economistas de la escuela austriaca también lo habían anticipado, como Ludwig von Mises con la publicación de su libro Socialismo en 1922, donde explica que una economía planificada no puede ser productiva.

Pero los políticos siguen insistiendo en que ellos saben mejor que nosotros lo que realmente nos conviene, convirtiendo nuestro sistema en una economía mixta, con ciertos elementos capitalistas y otros claramente socialistas. Esa mezcla funciona a medio plazo; pero en última instancia no logra sus objetivos de producir y distribuir la riqueza. Bajo la batuta del Estado benefactor, la prudencia en lugar de ser premiada resulta castigada.

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