La retórica anticapitalista de estos últimos meses ha llegado a afirmar que se iba a refundar el capitalismo, que había entrado en crisis más o menos definitiva el liberalismo, por no hablar del desacreditado neoliberalismo, que había llegado la hora de la Política y del Estado en sustitución de un mercado salvaje, injusto e inmoral.
La verdad es que el régimen económico en el que hemos vivido hasta ahora se parecía poco al preconizado por el liberalismo. Ha sido un sistema mixto de economía social, con intervención y redistribución cada vez más importante por parte del Estado.
Se nos dice ahora que el Estado debe intervenir aún más, y esa es la experiencia a la que, si alguien no lo remedia, vamos a asistir en los próximos años. En España empezaron copiando de fuera modelos de rescate. Ahora, según el balance realizado por Rodríguez Zapatero tras su último Consejo de Ministros del año, el Gobierno va a garantizar y aumentar los llamados derechos sociales.
A estas alturas, nadie sabe muy dónde están las fronteras del nuevo papel del Estado. Lo han convertido en banquero y además, en rescatador de cualquier posible sector económico que atraviese por alguna dificultad, ya sea la banca, la vivienda, el motor o –¿por qué no?– los medios de comunicación. Eso sin contar con que el Gobierno ha empezado ya a salir al rescate de sus propias instituciones, como los ayuntamientos, incapaces de una mínima política de austeridad para ajustarse a la nueva realidad de la crisis.
La economía mixta en la que nos hemos movido hasta hoy dejaba al mercado la creación de riqueza, mientras que al Estado le cabía, además de funciones de regulación, la prerrogativa de redistribuir una parte de esta riqueza para paliar los fallos del mercado. El Estado se contenía en sus intervenciones por interés propio.
Ahora vamos a un modelo en el que los gobiernos, movidos primero por el pánico y luego por las fantasías ideológicas de omnipotencia, van a instaurar un nuevo capitalismo de Estado. Sin transparencia, sin sistemas institucionales de control y de equilibrio, sin precios libres -–porque acabarán fijándolo los gobiernos, como acaba de pasar con el salario mínimo–, es bastante fácil prever en qué terminará este experimento de neosocialismo.
Muchos amantes de la libertad piensan que no existe alternativa a la libertad económica. La hay. La libertad económica ha sido rara en la historia de la humanidad y siempre, desde que existe, se le han buscado recambios. Algunos se han puesto en práctica, como todos sabemos. Después de más de diez años de crecimiento casi ininterrumpido, habrá llegado el momento de probar una de estas recetas. Parece que los seres humanos no podemos vivir sin experimentar en carne propia lo que ya se sabe de sobra. Verdad es que la experiencia nunca viene mal. Y como al parecer hay muchas personas deseosas de hacer experimentos, van a disfrutar hasta decir basta.