El mismo día en que el Banco Central Europeo sigue bajando tipos con la inútil pretensión de que el crédito vuelva a fluir en la economía –repitiendo en vano los mismos errores que ya cometiera hace más de una década el banco de Japón y hace justo unos meses la Reserva Federal– los rescates de cajas y bancos en nuestro país siguen sucediéndose. Después de forzar la fusión entre Unicaja y Caja Castilla-La Mancha por aquello de echar dinero bueno sobre dinero malo, el Banco de España ha reconocido que asignará 1.000 millones del fondo de garantía de depósito para compensar el agujero de la entidad manchega.
Es curioso cómo casi los mismos economistas que defienden la imperiosa necesidad de que el Gobierno acuda al rescate de los bancos quebrados se afanan por defender que el correspondiente banco central rebaje los tipos de interés para promover una nueva expansión crediticia; preocupados, claro, de que la sequedad del crédito esté ahogando a las familias y a las empresas y así se estén disparando el número de quiebras (de modo que la salud financiera de los bancos siga empeorando pese a los rescates).
No se dan cuenta de que son sus desastrosas intervenciones las que en primer lugar están agravando el fenómeno de la restricción crediticia. Y es que quienes desde un principio nos opusimos al Plan Paulson para rescatar a la banca estadounidense –y a todos los que han venido detrás– lo hicimos bajo un argumento muy sencillo: se estaba dilapidando un ahorro que empezaba a escasear para evitar que afloraran las malas inversiones de la economía.
Desde entonces, los acontecimientos parecen habernos dado la razón. Los bancos han sido rescatados de casi todas las maneras posibles y, sin embargo, la crisis no se ha aliviado ni un ápice. Es más, desde que comenzó la recapitalización de los bancos a costa del erario público (es decir, a costa del ahorro de los ciudadanos) la carestía de crédito no ha dejado de agravarse, en contra de lo que predecían quienes defendían el rescate. No es de extrañar: el crédito nace del ahorro y si el ahorro se dilapida, el crédito desaparece.
Deténgase un momento a pensar en qué han consistido todos estos planes de rescate de la banca: tenemos una economía repleta de malas inversiones (por ejemplo, construcción masiva de inmuebles) que necesita reconvertirse y para lo cual requiere de ahorro con el que poder invertir en nuevas empresas; pero los Estados captan ese ahorro y lo destinan a evitar que las malas inversiones se liquiden (por ejemplo, comprándoles a los bancos las hipotecas impagadas y, por tanto, impidiendo que ejecuten la hipoteca y que vendan el piso a precios menores a los que alcanzaron durante la burbuja). En definitiva, estamos quemando las reservas que tenemos para evitar que se corrijan los errores en los que hemos incurrido.
Y ante esto de nada sirve que Trichet o Bernanke rebajen los tipos de interés. El problema de los bancos no es esencialmente que tengan dificultades para acceder a la financiación, sino que están al borde de la insolvencia. Es como si usted se hipoteca para adquirir un piso de 200.000 euros y al poco tiempo el piso pasa a valer 150.000. ¿Se volvería a hipotecar para adquirir otro piso aun cuando se pudiese financiar a un interés anual del 1%? No tendría mucho sentido, la verdad. Lo mismo le pasa a un banco, ahora mismo no piensa ni tiene capacidad para prestar más dinero, por muy barato que se lo preste a él el banco central.
Ahora bien, no crean que las rebajas de tipos salen gratis. Aunque ahora no arreglen nada, la situación financiera del banco central sigue empeorando al prestar dinero a entidades potencialmente insolventes a unos tipos de interés cada vez más bajos. Lo mismo que les ocurre a los bancos privados con sus deudores morosos le pasa al banco central con los suyos (los bancos privados). Al final, sólo hay una institución que esté respaldando esta disparatada política de extensión de cheques en blanco a banca: el Estado, es decir, usted. Pero el Estado tampoco tiene una capacidad de financiación ilimitada y cuando quiebra,llega el colapso.