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Francisco Cabrillo

La herencia de David Ricardo

David Ricardo era un hombre excepcionalmente hábil haciendo cálculos numéricos, como se pone de manifiesto en muchos de sus razonamientos y en muchos pasajes de sus obras. Pero me temo que, en el testamento, se le fue un poco la mano.

Cuando se habla de la herencia de un pensador o de un científico, nos referimos, generalmente, a su legado intelectual, a las ideas que ha dejado a las generaciones futuras. Me temo, sin embargo, que el tema de este artículo es bastante más prosaico. No voy a explicar lo que los economistas debemos a Ricardo –que es mucho– sino ofrecer algunos datos curiosos sobre el dinero que dejó a sus hijos cuando falleció y la forma en la que lo repartió... no muy equitativa, por cierto.

Ya hemos comentado en esta serie que David Ricardo pasó por la extraña experiencia de ver cómo su sinagoga de Londres celebraba sus funerales cuando aún le quedaban muchos años de vida, por el simple hecho de que se había casado con una mujer de origen cuáquero fuera, por tanto, de la tradición judía de sus antepasados. Pero, al fin, nuestro economista se murió de verdad y llegó el momento de partir su herencia. Corría el año 1823.

Hombre de negocios de gran éxito, Ricardo murió muy rico. Su fortuna ha sido estimada en torno a las 675.000-775.000 libras, cifra realmente elevada en la época, si consideramos que los ingresos, por ejemplo, de un trabajador de la construcción eran de unas 65 libras al año y los de un médico de poco más de 200. Sin llegar a alcanzar el nivel de su prolífico padre, que había engendrado nada menos que diecisiete hijos, nuestro personaje se quedó en ocho, tres hombres y cinco mujeres. Hasta aquí nada extraño para aquéllos años.

Lo que resulta sorprendente, sin embargo, es el contenido de su testamento. El texto, redactado por un abogado profesional, incluye una serie de legados tanto para parientes necesitados como para sus hermanos. Pero lo más importante es el criterio que en él se establece para repartir entre los hijos la parte sustancial de un patrimonio tan grande: la cantidad que cada hijo mayor recibiera debería ser, al menos, ocho veces mayor que la percibida por cada una de las hijas.

No sabemos muy bien por qué adoptó tan curiosa decisión. No era, desde luego, algo que hubiera visto en su casa, ya que su padre había tratado por igual a todos sus hijos en su testamento. Tampoco parece que fuera una decisión poco meditada ya que, gracias a la labor detectivesca que llevó a cabo en su día Piero Sraffa, sabemos que el testamento databa del mes de abril de 1820, tres años antes de su fallecimiento, por tanto; y que había sido modificado por dos codicilos de 1821 y 1822, que no cambiaron lo sustancial del reparto. No se trata tampoco de que tuviera problemas con sus hijas; porque el único conflicto real lo había tenido con su hija Fanny, a cuyo matrimonio tanto Ricardo como su esposa habían planteado muchas objeciones. Pero no la discriminó en su testamento; y, además, Fanny murió muy joven, sin llegar siquiera a sobrevivir a su padre.

Incluso el estudio de la Biblia nos resulta poco útil para explicar una preferencia tan marcada por los varones. Es cierto que el Levítico, a la hora de estimar el valor monetario de los hombres y las mujeres, considera, en términos generales, que ellos valen el doble que ellas. Pero no he sido capaz de encontrar texto alguno en el que estas diferencias lleguen hasta la proporción de ocho a uno.

David Ricardo era un hombre excepcionalmente hábil haciendo cálculos numéricos, como se pone de manifiesto en muchos de sus razonamientos y en muchos pasajes de sus obras. Pero me temo que, en este caso, se le fue un poco la mano.

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