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Carlos Rodríguez Braun

Derrumbes, delirios, mercados

El único mal que Vicente Verdú ve en los gobiernos es que no intervengan todavía más: "No atajan a las agencias de calificación, las bolsas, y no han nacionalizado algunas cosas".

El único mal que Vicente Verdú ve en los gobiernos es que no intervengan todavía más: "No atajan a las agencias de calificación, las bolsas, y no han nacionalizado algunas cosas".

Leo en La Razón declaraciones del escritor y periodista Vicente Verdú, que acaba de ganar el Premio Hoy de ensayo, que entrega la editorial Temas de Hoy, con su libro: La hoguera del capital.

"Somos prisioneros de la pobreza –sentenció el pensador– El mundo en el que nos encontramos está derrumbándose. Desaparecen las fábricas, los empleos y la moral de las personas está siendo minada. Las desigualdades se han incrementado".

La pobreza está disminuyendo en buena parte del mundo, un mundo que no parece que se esté derrumbando hoy más que antes. Es posible que don Vicente piense sólo en los países desarrollados, que es donde la crisis ha golpeado más esta vez, como en los años 1930. Eso explica su increíble frase: "desaparecen las fábricas", algo que parece dudoso en los países ricos y es clamorosamente falso en muchos países llamados subdesarrollados o emergentes. Si el empleo decae, que es verdad, y la moral también, que es posible, igual convendría pensar en qué cosas los hacen caer; quizá el razonamiento nos conduzca a pensar en las responsabilidades de políticos e intelectuales.

Pero es algo que el señor Verdú no parece dispuesto a hacer. Más bien propicia la irresponsabilidad de los que mandan. Por ejemplo, se opuso a la reducción del déficit con estas palabras: "Alrededor de París ya hay unas 10.000 tiendas de campaña. Pertenecen a personas que antes tenían acceso a la educación, a un coche... Estamos viviendo una gran locura colectiva como no se había conocido con anterioridad en la historia. Es igual que cuando se empezaron a revalorizar los tulipanes hace siglos. Es el mismo tipo de delirio en el que nos encontramos ahora". Lo interesante es que no hace mención al papel de las autoridades en todo esto; así, parece que la explicación es un delirio colectivo, y no los errores y las intervenciones de quienes suben los impuestos, elevan los costes del suelo y la vivienda, y manejan y controlan actividades tan cruciales como la banca y las finanzas.

El único mal que don Vicente ve en los gobiernos es que no intervengan todavía más: "No atajan a las agencias de calificación, las bolsas, y no han nacionalizado algunas cosas". Como si controlar los mercados y nacionalizar cosas fueran la solución. Temo que para él, efectivamente lo sean.

No para mientes a la hora de describir el apocalipsis: "El desencadenante de la situación actual es el hundimiento y la degeneración de la democracia", asombrosa teoría que contrasta con el hecho de que nunca ha habido tanta democracia en el mundo. ¿Qué quiere el señor Verdú? Podemos bosquejar su planteamiento tras estas ideas, que apuntan contra de la libertad y a favor del poder, y subrayar una más, que es un clásico del pensamiento antiliberal: el odio a la competencia. Don Vicente abogó por cambiar los valores y dijo seriamente que el progreso jamás se ha producido a través de la competencia en el mercado sino mediante la solidaridad: "El hombre ha salido hacia adelante porque colabora".

Si esa colaboración es entendida por Vicente Verdú como la que se desarrolla fuera del mercado, excluyendo el comercio, su frase es un error claro. Resulta razonable conjeturar que si los seres humanos no se hubiesen relacionado nunca con su capital a través de una cooperación extendida por medio de la competencia en el mercado seguiríamos cooperando sólo en órdenes reducidos y aislados, en el seno de tribus primitivas. Es notable cómo esa perspectiva de una sociedad cerrada y empobrecida sin capital resulta tan atractiva para los intelectuales más destacados. 

En Libre Mercado

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