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José García Domínguez

Cubos de basura sobre España

Hay algo esencialmente indigno, casi rastrero, en el "danzad, danzad, malditos" que los comerciantes de bonos han terminado por imponerle a Europa.

Sarkozy vertiendo cubos de basura sobre España. Monti festejando con euforia apenas disimulada que nuestra solvencia vuelve a arrastrarse por la lona mientras De Guindos suplica árnica. Draghi, como en la nave de los locos, añadiendo leña retórica al fuego. Aquí, la reyerta cainita de siempre. Hay algo esencialmente indigno, casi rastrero, en el "danzad, danzad, malditos" que los comerciantes de bonos han terminado por imponerle a Europa. Así la estampa mezquina de las cabezas más principales del continente, como comadres salidas de una lóbrega corrala, prestas a despellejarse ante la mirada atónita del público.

Igual que en Gran Hermano. Igual que esos pobres diablos, los concursantes que pugnan por ganar la indulgencia de los telespectadores, jueces y señores de sus destinos, aireando ante la cámara las miserias a sus compañeros de cautiverio. Ni siquiera falta una Mercedes Milá en el papel de augur y médium de los dioses de la audiencia. He ahí la suma sacerdotisa Merkel. Y es que hay algo ontológicamente estúpido en el diseño de la Unión. En ningún lugar del mundo desarrollado existe el más mínimo riesgo teórico de que un Estado pudiese quebrar. En ninguno, salvo en la zona euro. Por algo, Japón, Estados Unidos, Inglaterra, países con deuda y déficits notables, no sufren acoso alguno. Ni el menor contratiempo.

Porque la maldita prima de riesgo no es una fatalidad de la Naturaleza. Ni tampoco ineludible exigencia de las implacables "leyes" de la economía. Muy al contrario, encarna la expresión aritmética de la miopía crónica de ciertos políticos. Los alemanes, por más señas. Suya habrá de ser la responsabilidad de que, uno tras otro, los países del Sur vayan cayendo en el pozo sin fondo de las profecías auto cumplidas. El sobrecoste de la deuda obliga a mutilar el gasto público, amén de subir los impuestos. Su efecto, el sabido: derrumbe súbito de producción y consumo. Igual que el corolario: reducciones automáticas de los ingresos fiscales. O la gran paradoja final: vía caída del crecimiento, la terapia obsesiva contra el déficit lleva a que... aumente aún más el déficit en relación al PIB. Un continuo, interminable déjà vu. Y el destino cierto que nos aguarda. A la vuelta de 2012, sin ir más lejos.           

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