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Juan Ramón Rallo

Otro año amagando con la bancarrota total

Mantenerse en un estado de semidefault no es manera de corregir los desequilibrios de fondo del país y de volver a generar riqueza.

Si nos fiamos de las estadísticas que ella misma se encargó de desacreditar, Grecia cerró 2011 con un déficit de 19.600 millones de euros, el equivalente al 9,4% de su PIB –idéntico guarismo al de España–, y con una deuda pública de 355.000 millones de euros. De ese monstruoso déficit, alrededor del 75% (unos 15.000 millones) se corresponden con pagos de intereses, lo que significa que el tipo medio que está abonando por su deuda pública apenas alcanza el 4,1%.

Sí, ha leído bien: el 4,1%. Un tipo medio muy inferior al que estuvo abonando entre el año 2000 y el 2007 y uno muy parecido al que ahora mismo está pagando España por su deuda. Como suele suceder, la bancarrota griega no está relacionada con unos prestamistas usureros que exijan unos intereses desproporcionados (con una inflación del 3%, un interés medio del 4% apenas proporciona una rentabilidad real del 1%), sino con la acumulación de un volumen disparatado de deuda pública derivado de haber gastado durante décadas muchísimo más de lo que se ingresaba.

Para que Grecia lograra cuadrar sus presupuestos y pagar su deuda tendría que reducir, como mínimo, su gasto público por habitante antes de intereses hasta los niveles que exhibía en 2004 (unos 6.700 euros por ciudadano), y si descontamos la inflación hasta los niveles del año 2000; esto es, justo el nivel anterior a que el Banco Central Europeo destara la expansión crediticia que ha destrozado la economía continental. A finales de 2011, tras todos los intolerables y asfixiantes recortes que supuestamente ha padecido el Estado heleno, el gasto público por habitante (quitando el pago de intereses) todavía se ubicaba en niveles burbujísticos de 2007 (8.200 euros por ciudadano), o de 2004 si descontamos la inflación; cifras casi calcadas de las que se espera exhiba en el cierre de 2012.

En esta coyuntura, la Administración helena requeriría de un recorte nominal del gasto público total de al menos 15.000 millones de euros, a saber, prácticamente el mismo importe en que ha logrado reducirlo (antes de intereses) desde 2009. En este sentido, se nos ha dicho que el Gobierno de Samaras ha aprobado unos presupuestos para 2013 que contemplan unos ajustes de 9.500 millones de euros. Todo casi arreglado, ¿no? Pues no: si vamos a la letra pequeña, la reducción del gasto público apenas totaliza 2.500 millones (1.100 millones en sanidad, 400 millones en obra pública, 300 millones en defensa, 300 millones en pensiones, 300 millones en funcionarios); el resto son aumentos temporales de ingresos procedentes de privatizaciones (que, por consiguiente, no contribuyen a reducir el déficit estructural). En suma, el recorte de verdad del gasto es seis veces inferior al mínimo imprescindible: difícil recuperar de este modo la credibilidad en la deuda griega. 

Los habrá que consideren que un tijeretazo de la magnitud requerida resulta inasumible, es decir, los habrá que no deseen bajarse del carro de la burbuja estatal cebada hasta la morbidez durante la década pasada. No pretendo entrar ahora en ese debate: sólo diré que es absurdo pretender que Alemania cargue con el sobrecoste de Grecia cuando el gasto público por habitante en la patria de Merkel se encuentra, descontando la inflación y los intereses, en niveles del año 2001 (recordemos, en Grecia sigue a niveles del año 2004). ¿Pedirán los radicales antirrecortes que el gasto público en Alemania caiga a niveles del año 1999 o 1998 para evitar que el de los griegos no retroceda de 2004? No parecería muy coherente.

Mas, sea como fuere, lo cierto es que el Gobierno griego lleva varios años mareando la perdiz y negándose a tomar uno de los dos únicos caminos posibles: o ajusta el tamaño del Estado todo cuanto debe ajustarlo o suspende pagos y sale del euro. Mantenerse durante más de tres años en un estado de semidefault, amagando por enésima vez con quebrar a menos que la Troika autorice descongelar el siguiente tramo de su línea de crédito, no es manera de corregir los desequilibrios de fondo del país y de atraer la inversión extranjera que permita volver a generar riqueza. O toman de verdad el toro por los cuernos o, si consideran que es imposible hacerlo debido a la elevada densidad de pirómanos por metro cuadrado dentro del país, que cierren el chiringuito de una vez, regresen al dracma y procedan a robar a sus ciudadanos con mayor voracidad pero menos visibilidad a través de la imprenta inflacionista.

La actual situación de impasse, de no hacer lo debido a la espera de que se produzca el milagro, no tiene ningún sentido. No estamos resolviendo los problemas sino sólo engordándolos y aplazándolos. Y así no hay manera de salir de la crisis: ni en Grecia ni tampoco, tomemos nota, en España.  

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