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Emilio J. González

El final del dinero barato

A la economía española le pasa eso de que a perro flaco todo se le vuelven pulgas debido a que no ha hecho, ni mucho menos, los deberes pendientes.

A la economía española le pasa eso de que a perro flaco todo se le vuelven pulgas debido a que no ha hecho, ni mucho menos, los deberes pendientes.

A la economía española le pasa eso de que a perro flaco todo se le vuelven pulgas debido a que no ha hecho, ni mucho menos, los deberes pendientes. Después de varios años de tipos de interés en mínimos históricos, el Bundesbank acaba de decir que están a punto de concluir los tiempos de dinero más que barato. Y eso, dicho por el banco central alemán, es un mensaje muy claro acerca de lo que puede hacer el Banco Central Europeo este otoño, en cuanto pasen las elecciones alemanas, que no es otra cosa que empezar a retirar de los mercados, a través de subidas de los tipos de interés, todo el exceso de liquidez que ha venido inyectando en los mercados a lo largo de los últimos años.

Si la economía española hubiera hecho los ajustes que tiene que hacer, esta política, lógica por otra parte, no supondría dificultad alguna. El problema es que como se ha perdido tanto tiempo entre una cosa y otra, y no ha habido una verdadera voluntad política para llevar a cabo el saneamiento macroeconómico que necesita este país, el endurecimiento de la política monetaria en la Zona Euro es muy probable que tenga consecuencias económicas más que negativas para nuestro país. De entrada, el simple anuncio de la posible retirada de los impulsos monetarios ha supuesto que el tipo de interés de la deuda pública española a diez años vuelva a superar el nivel del 5%, cuando en mayo se había situado en el 4,25%, mientras que el diferencial de tipos con el bono alemán se ha incrementado desde los 2,8 puntos porcentuales del mes pasado a los 3,25 puntos de la actualidad. ¿Qué significa esto? Pues, de entrada, que podemos volver a tener problemas de financiación del déficit público en los mercados, lo que puede terminar, en última instancia, en la intervención de España y, en cualquier caso, dificulta aún más cualquier estrategia de control del déficit presupuestario porque ése se va a ver impulsado por los mayores intereses de la deuda.

Por supuesto, todo esto va a afectar también a las empresas, ya que, como reina la desconfianza sobre España, también lo hace sobre las compañías españolas, que se tienen que financiar a tipos de interés más elevados que los que pagan otras empresas de la UE, y también a tipos más altos que la deuda pública, lo que frena de forma drástica cualquier proceso de inversión generador de empleo. Y los particulares tampoco se libran, no solo porque todo esto encarece un crédito a las familias ya de por sí escaso, sino porque si el BCE sube tipos, el Euribor también lo hará, con lo que ello supone de mayores pagos mensuales por la hipoteca, que frenarán todavía más el consumo y que pueden llevar a la quiebra a más de una familia.

Ante esta realidad, cabe preguntarse dónde están los motores de la recuperación, porque sin consumo y sin inversión es muy difícil que ésta se produzca, y eso sin contar con el riesgo de que España acabe intervenida. Por ello, resulta urgente que se proceda a un recorte drástico del gasto público que permita una bajada de impuestos a las familias y las empresas igual de importante. Y eso solo puede hacerse mediante una reforma en profundidad de los programas de gasto de las autonomías, bien por voluntad propia, bien por imposición del Gobierno central.

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