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Francisco Aranda

Emprendimiento de circo y pandereta

Ser empresario es una aventura apasionante que recomiendo, pero hay que decir toda la verdad. Es muy duro, y en España especialmente.

Ser empresario es una aventura apasionante que recomiendo, pero hay que decir toda la verdad. Es muy duro, y en España especialmente.

Las crisis son los mejores momentos para emprender. Si no encuentras empleo, conviértete en emprendedor. Fulanito de tal fue presa de un ERE, y fue al paro, pero puso en marcha una iniciativa emprendedora que luego vendió en Silicon Valley y ahora aparece en la lista de Forbes. Capitaliza el desempleo y conviértete en emprendedor de éxito.

Todas estas tonterías se escuchan cada vez con más insistencia y dicen sin ningún tipo de pudor en muchas esquinas de nuestro país. Se aborda la iniciativa empresarial de una forma que me parece, cuanto menos, irresponsable. Hace no más de cinco años el empresario era el malo de toda la película; pero ahora quienes decían eso se inventan la palabra emprendedor y tratan de empujar a todo hijo de vecino a que se convierta en el nuevo Steve Jobs, como si eso fuera cuestión de pulsar un botón. Todos a emprender.

Claro que los países con mayor bienestar son los que tienen una mayor actividad empresarial. Sí necesitamos más empresas y más grandes para salir de la crisis, pero para ésta llegamos muy tarde. Resulta curioso que esos políticos que ahora están vacíos de ideas eficaces opten por evadir su responsabilidad empujando a todos a emprender.

Ser empresario es una aventura apasionante que recomiendo, pero hay que decir toda la verdad. Es muy duro, y en España especialmente. En los últimos años se han empezado a destruir barreras y trampas que había por el camino, pero el terreno sigue siendo muy peligroso. Hay que decir que el porcentaje de fracaso en el mundo empresarial es muy alto, pero aún lo es más en el emprendimiento, por necesidad; que lo normal es fracasar en los primeros intentos; que es una senda preñada de sacrificios e incertidumbres de todo tipo; y que es necesario estar apasionado por el proyecto y comprometido igual que con tu familia.

No pretendo desanimar a nadie. Si realmente no tienes vocación de ser trabajador por cuenta ajena y llevas tiempo pensándolo, desde luego te animo a ello por tu propia satisfacción y porque sólo así mejorará nuestro maltrecho bienestar. Es genial, pero si se trata sólo de una huida hacia adelante por desesperación, te recomiendo que vuelvas a pensártelo. Convertirse en trabajador por cuenta ajena no es ninguna deshonra y se trata de otra opción vital.

Empujar a desempleados, jóvenes o mayores con cargas familiares a capitalizar el desempleo sin informarles previamente de todo lo que significa dar ese paso es favorecer una situación donde hay un elevado riesgo de que esos mismos se conviertan al cabo de unos meses en personas sin desempleo y en situación de pobreza.

Insisto en mi convencimiento de que sólo saldremos de esta situación difícil con más empresa (y menos política), pero no me parece honesto empujar al vacío a quienes no tienen ni la vocación ni las características necesarias (ni mejores ni peores, sino diferentes) para hacer frente a una iniciativa de esta naturaleza. Acabo de leer un libro que les recomiendo vivamente, titulado How to start an entrepreneurial revolution, y que subraya que crear un ecosistema favorable al emprendimiento es una tarea compleja y en absoluto fruto de la casualidad. El Silicon Valley, por ejemplo, es fruto de la conjunción de una serie de circunstancias únicas y difícilmente repetibles: cultura abierta de California, conexión entre la industria y la Universidad de Stanford, política liberal de inmigración con estudiantes de posgrado e industria aeroespacial local fuerte, entre otras. Es decir, no fue un milagro ni se consiguió con varios reales decretos.

De nada vale replicar fórmulas que ya existen. Un ejemplo concreto lo tenemos en el famoso Chilecon Valley, que cosechó un fracaso estrepitoso. Las iniciativas en las que los gobiernos pretenden ocupar una posición de protagonismo están condenadas al fracaso. Las instituciones públicas sólo pueden facilitar. La iniciativa sólo puede estar en manos de la sociedad. Tenemos muchos ejemplos cercanos en el tiempo: Israel, Colombia, Nueva Zelanda, Islandia o la propia Ruanda son algunos ejemplos de los que podemos aprender.

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