A pesar de las políticas tremendamente expansivas de la Reserva Federal y de varias rondas de estímulos fiscales desde 2007, la economía de Estados Unidos aún no ha despegado. Sin embargo, algunos de sus responsables se niegan a ceder e incluso instruyen a la opinión pública sobre cómo funcionarán exactamente (con el tiempo) estas políticas keynesianas de estímulo.En una entrevista de la revista Time publicada el 20 de enero, la nueva jefa de la Reserva Federal, Janet Yellen, explica:
Nuestra política está encaminada a mantener bajos los tipos de interés a largo plazo, lo que respalda la recuperación al fomentar el gasto. Y parte de los [estímulos económicos] vienen de unos precios inmobiliarios y bursátiles más altos, lo que provoca que las personas con casas y acciones gasten más, lo que a su vez provoca que se creen empleos en toda la economía y que los ingresos aumenten en toda la economía.
Se supone que rebajar los tipos de interés induce a la gente a gastar en lugar de ahorrar. Luego, a medida que el valor de los mercados bursátil e inmobiliario aumenta, se supone que percibimos el efecto keynesiano de la riqueza: la gente se siente más rica, así que gasta más. Cualquiera que pretenda ahorrar dinero para forjar su riqueza simplemente tendrá que esperar hasta que la economía se recupere. Por supuesto, según esta lógica, la economía se ralentizará cuando la gente deje de gastar, pero eso será a largo plazo, así que ignórelo.
Pero estamos ante el enfoque equivocado. La idea de que ahorrar es negativo es completamente errónea, por lo que las normativas diseñadas para acabar con el ahorro causan más perjuicio que beneficio. El hecho de que la Reserva Federal haya sido incapaz de hacer que la economía despegue después de seis años de política monetaria expansiva (con el telón de fondo de una política fiscal expansiva prácticamente sin precedentes) debería ser la única prueba que necesitáramos.
El consumo y el ahorro deberían estar determinados por el mercado, no por las decisiones arbitrarias del Gobierno. La idea de que algunos responsables políticos conocen exactamente cuáles deberían ser esas medidas en su conjunto es igual de ridículo que la idea de que podemos encaminarnos hacia la prosperidad gastando más sin producir los bienes y servicios a los que la gente da valor.