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Manuel Llamas

Por qué defiendo el Toro de la Vega

Si los animalistas quieren acabar con esa práctica que lo hagan con la fuerza de los argumentos, no imponiendo a los demás su modo de ver el mundo.

Si los animalistas quieren acabar con esa práctica que lo hagan con la fuerza de los argumentos, no imponiendo a los demás su modo de ver el mundo.

Vaya por delante que no me gusta el Toro de la Vega, condeno sin ambages el maltrato animal y ni siquiera soy aficionado a los toros, pero defiendo enérgicamente que los vecinos de Tordesillas celebren todos los años, si así lo desean, este histórico festejo, cuyo origen se remonta siglos atrás. Y la razón, por raro o extraño que parezca, no es el respeto a la tradición o a la cultura de un determinado pueblo, como alegan muchos, sino la defensa acérrima de mi libertad, ya que éste es el bien más valioso que posee el hombre y su vulneración, por mínima que sea, conduce, siempre y en todo lugar, hacia la senda de la intolerancia, la represión y la miseria.

El siempre polémico Torneo del Toro de la Vega acabó este año ensangrentado, y no, precisamente, por la habilidad del lancero a la hora de matar el animal, que también, sino porque los asistentes al festejo y los manifestantes que pretenden prohibirlo acabaron a pedradas durante su celebración.

Las protestas de los animalistas, amplificadas a través de las redes sociales y los medios de comunicación, han retumbado tan fuerte en esta ocasión que el debate ha acabado trasladándose a la arena política, hasta el punto de que el PSOE presentó el pasado jueves en el Congreso una iniciativa para impedir el "maltrato animal" en los espectáculos y fiestas populares que se celebren en todo el territorio nacional.

Así pues, en caso de prosperar ésta o cualquier otra propuesta legislativa similar, el Estado se arrogará una nueva competencia por la cual podrá prohibir el Toro de la Vega, pero -cuidado- también otras muchas tradiciones en las que participan animales, como el Toro Embolado, el de Coria, el de San Juan, los toros enmaromados típicos de numerosos pueblos de España, y tantos otros festejos en los que, de una u otra forma, el toro forma parte intrínseca de la celebración.

Llegados a este punto se habrán dado cuenta de que, en última instancia, y puesto que el argumento empleado no es otro que el "maltrato animal", el Estado gozaría de plena potestad para prohibir los encierros -véanse los Sanfermines de Pamplona- y, por supuesto, la tauramaquia, tal y como ya ha sucedido en Cataluña. Sí, sí, como oyen... Tarde o temprano, adiós a la fiesta nacional.

La clave de este asunto, como casi todos, radica en la ideología sobre la que se asientan los argumentos que esgrimen los animalistas, y cada vez más políticos, para exigir la prohibición del Toro de la Vega hoy, pero otras muchas más cosas mañana. Y el fundamento no es otro que el reconocimiento de "derechos" a los animales. No en vano, el Parlamento de Cataluña se agarró a este particular concepto para prohibir las corridas de toros en dicha región. Y ello, sobre la base de que el toro "es un animal mamífero con un sistema nervioso muy próximo al de la especie humana, lo que significa que los humanos compartimos muchos aspectos de su sistema neurológico y emotivo".

He ahí el núcleo de la sesuda argumentación para acabar con los toros en Cataluña. El toro padece en la plaza de forma similar a como sufriría un hombre, ergo, las corridas quedan prohibidas. No hay más. Por esa regla de tres, aplicando el mismo razonamiento, la Generalidad también debería prohibir la venta de matarratas y la experimentación de roedores en laboratorios, ya que la rata comparte el 90% de los genes del hombre. Además, también son mamíferos y, por supuesto, sufren cuando se les hace daño. Aunque suene a broma, no lo es. En el fondo, esto es lo que subyace en la ideología animalista que profesan los detractores del Toro de la Vega.

Todo gira en torno a un único punto: "Los animales tienen derechos" de forma muy similar al hombre, hasta el punto de equiparar a ambos en ciertos aspectos. Así, desde su perspectiva, lo único que hace a un ser digno de protección moral y jurídica es la capacidad de sentir, ya sea dolor o placer, y, por tanto, los animales son "sujetos de derecho", tal y como defiende Peter Singer, uno de los grandes precursores del movimiento animalista y autor de la obra Liberación Animal. Entre otras cosas, Singer afirma que conceder una protección legal inferior al hombre a seres que padecen dolor por el mero hecho de tener alas o pelaje no es más justo que discriminar a un ser humano por el color de su piel.

Por ello, el llamado animalismo está en contra tanto de las corridas y los espectáculos de toros como de los circos, la experimentación médica y científica con animales, las granjas agroalimentarias, la explotación ganadera, la compraventa de mascotas -los animales no son cosas y, por tanto, no pueden ser propiedad de nadie- y, en última instancia, en contra de que los animales sirvan de comida al hombre, de ahí que propugnen el vegetarianismo y el veganismo -no consumen ningún producto de origen animal, incluyendo leche, huevos, miel, etc.-.

El partido animalista en España (Pacma), uno de los principales impulsores de la campaña en contra del Toro de la Vega, lo explica a la perfección en su web y en su programa electoral. Así, su objetivo es prohibir los toros y todas las tradiciones similares, pero también acabar con la experimentación animal, la caza y la pesca deportivas, el uso y la venta de pieles, la compraventa de mascotas, los circos con animales, así como imponer fuertes restricciones a la industria agroalimentaria o prohibir el foie-gras, entre otras muchas medidas.

En este sentido, basta señalar que el Pacma considera que las granjas de explotación avícola, porcina y ganadera "son auténticos campos de concentración", comparando el sacrificio de animales para alimentación con el genocidio de seres humanos, lo cual no es de extrañar si se tiene en cuenta que esta formación emplea el término "individuo" para referirse a los animales y "masacre" para aludir a la explotación agroalimentaria. Por el momento, los animalistas no se atreven a defender abiertamente la prohibición general de comer carne y pescado, y si no lo han hecho aún es, simplemente, porque saben que tal despropósito sería frontalmente rechazado por la inmensa mayoría de la población... Pero, tiempo al tiempo, porque ganas no les faltan.

Y lo grave es que el argumento jurídico que serviría mañana para imponer por ley el veganismo es el mismo que blanden hoy animalistas y ciertos políticos para prohibir el Toro de la Vega y las corridas taurinas. Aquí no se cortan, puesto que ya cuentan con un cierto apoyo popular, mientras que en el tema del vegetarianismo aún están muy lejos de conseguirlo, de ahí que, por el momento, aboguen por la "sensibilización social" para que el consumo de carne y pescado disminuya de forma progresiva con el tiempo. No en vano, si se parte del hecho de que el animal es un sujeto de derecho equiparable en ciertos aspectos al hombre, comer animales es casi un acto de canibalismo. Tal y como explica Pacma, "resultaría esquizofrénico estar luchando por los derechos de los animales y comiéndoselos por otro lado".

La raíz del problema es que parten de un error básico: sólo el hombre es sujeto de derechos, y la mera capacidad de sentir dolor no es razón suficiente para ello; sólo el hombre es un ser autoconsciente, capaz de reflexionar sobre sus pensamientos y su propia existencia, de enjuiciar sus juicios y de valorar conscientemente sus actos; sólo el hombre, en definitiva, es un ser moral, con capacidad de decidir libre y responsablemente y, por ello, está dotado de forma natural de derechos y deberes. Equiparar a los animales con el hombre es negar la humanidad misma.

Defiendo el Toro de la Vega, en definitiva, porque defiendo mi libertad, porque ningún otro ser, a excepción del hombre, es sujeto de derechos y porque admitir tal aberración jurídica y moral abriría las puertas de par en par a la prohibición de todo tipo de fiestas tradicionales, encierros, corridas de toros, investigaciones médicas y farmacológicas... Y, en última instancia, la explotación agroalimentaria y el consumo de carne, pescado y demás productos de origen animal. Si se admite lo primero -prohibir el Toro de la Vega-, se admite el resto.

Soy contrario al Toro de la Vega, no me gusta dicho festejo y, por tanto, no participaré ni contribuiré de ningún modo a su mantenimiento, pero respeto el derecho y la libertad de los vecinos de Tordesillas a mantener su tradición, a diferencia de los animalistas y políticos que pretenden imponer su voluntad, gustos y criterios sobre el resto. El Toro de la Vega desaparecerá el día que no haya lanceros dispuestos a matar el toro y la tauramaquia cuando el público deje de asistir a las corridas, sin necesidad de decretos dictatoriales inspirados en animalismos colectivistas.

Si los animalistas quieren acabar con esas prácticas que lo hagan con la fuerza de los argumentos, el convencimiento y la "sensibilización social" que emplean hoy para extender el vegeterianismo, no imponiendo por la fuerza a los demás su particular modo de ver el mundo. Yo respeto su estilo de vida y jamás les obligaría a asistir a una cacería o a una corrida, respeten ustedes el derecho de los demás a poder hacerlo siempre y cuando no perjudiquen a nadie -y por nadie me refiero a personas, que son los únicos sujetos de derechos, no a animales, que carecen de ellos-.

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