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José T. Raga

La enmienda como política

¿Realmente pensaba el señor Hollande que aquel impuesto iba a incidir sobre un número de franceses tal que justificase la medida?

Hace años se acuñó un eslogan en nuestro país que venía a decir que los gobernantes socialistas –no se pensaba todavía en una izquierda más allá del socialismo– aciertan cuando corrigen. Yo, honestamente, pensaba que el dicho era válido únicamente en un país como el nuestro y que, también en esto, Spain was different.

Era cierto que durante la égida de Rodríguez Zapatero, con una frecuencia que aburría al más de los pacientes, lo establecido hoy se dejaba sin efecto mañana, a más tardar. Cada mañana había que hacer un verdadero esfuerzo intelectual de síntesis de proclamaciones, de dichos y desdichos, para situarse en el escenario cierto que, aunque fugaz, iba a ser aquel con el que comenzáramos el día.

A mí, que no estoy hecho para la política, y que lo que veo blanco hoy espero seguir viéndolo blanco en cualquier momento venidero, me resultaba esa variabilidad del blanco al negro y viceversa una mezcla espuria de fascinación y esperpento. Con qué naturalidad se pasaba del frío al calor y de éste a la congelación sin transitar por temperaturas intermedias y sin que los protagonistas del turismo de ida y vuelta dejasen vislumbrar el mínimo signo de vergüenza por sus cambios radicales de signo.

Aceptando, pues, yo, bien que con cierta tristeza, esa diferencia que nos separaba a los celtíberos del resto de la humanidad desarrollada, recupero un merecido sosiego cuando veo que en países vecinos también cuecen habas y que el presidente de una nación dice y se desdice con la mayor naturalidad, sin sonrojo alguno y por lo tanto sin motivos para pedir disculpas a los gobernados por sus veleidades en idas y venidas.

Que la demagogia y el populismo sean la estructura ideológicamente fundamental para el gobierno de una nación de larga trayectoria democrática –a lo mejor es que no es tan larga– es algo que merece un profundo análisis. Envuelto por el populismo, muy propio de la izquierda, que responde a la mayor sensibilidad del principio fiscal de "que paguen los ricos", el presidente Hollande, en busca de votos, estableció un impuesto del 75% sobre las ganancias de las personas que superaran el millón de euros al año.

Tras el efecto político personal y el económico en la nación, este gravamen está asistiendo a su propio óbito y Dios quiera que no acabe, también, con el presidente. Lo que era la joya política en las elecciones de 2012 se ha convertido en el verdugo de su progenitor.

Apenas para cacahuetes le ha dado la recaudación por aquella mina descubierta por el socialismo francés. ¿Realmente pensaba el señor Hollande que aquel impuesto iba a incidir sobre un número de franceses tal que justificase la medida? Estoy convencido de que él tampoco lo creía –lo contrario sería aún más grave–, pero se emborrachó de populismo hasta ser pasto de él.

Me consuela saber que no sólo España es diferente…

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