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José T. Raga

Pues no debería ser

Lo que está ocurriendo en Grecia bajo el mando del señor Tsipras no tiene nada de sorprendente.

Suele ser el latiguillo con el que nos obsequia el fracasado, para buscar indulgencia a sus desmanes y perjuicios generalizados. Lo que está ocurriendo en Grecia bajo el mando del señor Tsipras no tiene nada de sorprendente. Los cierres empresariales, los consecuentes despidos, la fuga de depósitos bancarios, el cierre a la inversión extranjera y la amenaza de quiebra de la nación y de su sistema bancario estaban anunciados, por activa y por pasiva, por analistas económicos de los cinco continentes.

Sólo la locura ideológica de quienes se sienten especialmente iluminados para ver lo que los demás no ven, y para instrumentar y llevar a término políticas objetivamente desastrosas, con el pretexto de que con ellas se cumplirán objetivos de una pretendida justicia, es capaz de, con brevedad inusitada en el tiempo, dar al traste con lo que quedaba de aprovechable y, sobre todo, de eliminar cualquier esperanza en un futuro mejor, con esfuerzo y sacrificio.

Sin estos dos componentes –esfuerzo y sacrificio– nada se puede hacer, no se puede salir de un bache económico, y mucho menos se puede cumplir con las promesas gratuitas de la locura contagiosa con la que se narcotizó a la población. La confianza puesta en los visionarios, en muchos casos de buena fe, se ve traicionada por unos resultados que distan mucho de lo prometido.

Como siempre, la responsabilidad del pueblo hay que limitarla al hecho de haberse dejado seducir por el elixir de la locura, de un mundo semejante al descrito en alguna fábula alemana, en el que todos los deseos eran satisfechos instantáneamente, donde los ríos eran bañados por los mejores vinos, los árboles proporcionaban los mejores frutos y, dado que el trabajo era innecesario, el más vago era el rey, como exponente de la opulencia social.

Sin embargo, los visionarios tienen que sentirse responsables, y la sociedad debe exigirles la responsabilidad de, a sabiendas, haber embriagado al pueblo con una mercancía que no existe y no existió nunca. Frente a la dureza de un ciclo de recesión económica supranacional, de la que sólo se puede salir con trabajo, inteligencia y austeridad, prometieron una riqueza dativa que sabían no podían ofrecer. Por engaños semejantes, en la historia no tan lejana, un pueblo ha arrastrado el cadáver del gobernante por campos y ciudades.

Naturalmente, no estoy pidiendo que se repita la historia, aunque sí que se aprenda de la historia. Y ahórrense los visionarios el esfuerzo de buscar refugio en que lo que es no debería de ser; es una excusa infantil y ridícula.

Aprendan los visionarios españoles, que al igual que el hidrógeno y el aire forman una mezcla explosiva, también determinadas políticas económicas y sociales sólo pueden explosionar, aunque se piense que no debería ser así.

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