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Amando de Miguel

El paro no es lo que parece

Para muchos, el ideal sería que el Estado facilitara un empleo óptimo para todos los parados. Mientras tanto, debería concederles un generoso subsidio.

En las encuestas parece obligado responder que el problema número uno del país es el paro. Realmente, lo que se quiere decir es que su resolución corresponde al Estado. Para muchos residentes en España el ideal sería que el Estado facilitara un empleo óptimo para todos los parados. Mientras tanto, debería concederles un generoso subsidio. Pero eso no pasa de ser un sueño imposible. Es más, el Estado podrá crear algunos empleos (antes se llamaban destinos), pero más bien contribuye a que aumente el desempleo.

De momento, lo que hace el Estado es calcular con detalle el número de empleados y desempleados. Destina a ello ingentes fondos. Pero sus estimaciones, aparentemente precisas, contienen numerosos errores. No es solo que deje de incluir a las personas que se mueven en la economía sumergida. Esa partida incluye las actividades delictivas, las que se sitúan fuera del circuito fiscal o las que se incluyen en el rubro del trabajo doméstico. Más difícil aún es el cálculo de lo que podríamos llamar paro encubierto. Es el que corresponde a los empleados con una escasísima productividad. Se asigna sobre todo al sector público. ¿Qué decir de los muchos parados que dejan de serlo porque consiguen trabajo en otros países? ¿Cómo se puede aceptar que los muchos prejubilados no sean realmente parados ocultos? Se inventan figuras tan imaginativas como parados voluntarios o expedientes de regulación de empleo. Son otras tantas formas de ocultar el número real de parados. En conclusión, hay más y menos parados de los que muestran las estadísticas.

Hay un estrato de parados de baja calificación que se contenta con recibir algún tipo de subsidio o subvención; no les urge mucho a encontrar un empleo. Algunos aseguran cómicamente que trabajan en el paro.

Mientras tanto, mantenemos una gigantesca maquinaria, el INEM, que no sirve para encontrar empleos y cuyos meticulosos cálculos no significan gran cosa.

Con independencia de lo anterior, preciso es reconocer que España mantiene un número de parados desusadamente alto. La explicación de tal anomalía reside en el hecho de que el sistema económico y político que nos hemos dado alimenta distintas formas de malempleo: desempleo, subempleo, paro disimulado, etc.

Nos tendríamos que preocupar mejor de un fenómeno complementario, que es la causa verdadera de todo lo anterior: la escasa productividad de las personas ocupadas. No se debe solo al absentismo laboral legal o ilegal. El valor social aceptado es que "hay que trabajar lo menos posible". Resuena la idea tradicional de que el trabajo es una maldición. En el mejor de los casos se trabaja porque no hay otro remedio más llevadero para poder subsistir decentemente.

El jubilado que celebra su entrada en las clases pasivas pronto se percata de que su antigua ocupación suponía una fuente de satisfacciones. En efecto, fuera de los supuestos de explotación, el trabajo proporciona un sentido a la vida. Eso es lo que no otorga el subsidio a los parados. Cuya situación de carencia no es tanto económica como psicológica. No sé si en el ejército de funcionarios del INEM habrá psicólogos.

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