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José T. Raga

Objetivo, la 'calma'

Algún día habrá que volver a la racionalidad tributaria.

Siempre había considerado que la calma era, entre otras acepciones, el resultado que se obtenía en el ánimo de las personas tras la eliminación de un factor perturbador o de agitación. Esto sería tanto como decir que las personas, políticos o simplemente ciudadanos, tendríamos como objetivo acabar con los motivos de inquietud, por ejemplo, la desconfianza respecto de otros, lo cual nos conduciría a vivir en calma, resultante natural del objetivo propuesto pero, en modo alguno, objetivo en sí mismo.

Por ello, he perdido la calma cuando ha llegado a mis oídos que el objetivo del nuevo gobierno es calmar a la Comisión Europea por el resultado de nuestras cuitas económicas, de tal forma que la calma que infundiéramos en sus ánimos nos evitara sanciones por incumplimiento del déficit presupuestario y, consecuentemente, seguiríamos recibiendo los flujos monetarios de la Unión Europea que tan bien nos vienen.

Vaya por delante que ni de lejos soy euroescéptico. Reconozco que gracias a nuestro ingreso en la Unión Europea y, más aún, en la moneda única se resolvieron problemas arrastrados desde lustros, que de otro modo habrían seguido agravándose por esa predisposición de todo gobernante a rechazar medidas que, siendo buenas para la nación, podrían contrariar los intereses más espurios de la población.

El objetivo de un gobierno es procurar lo mejor para la nación que gobierna, con independencia de a quién calma o a quién inquieta. Una calma conseguida con argucias, muy útiles para alcanzarla cuando no hay razón para ello, solo retrasa la inquietud, al tiempo que la acentúa cuando, pronto o tarde, se imponga verdad.

El objetivo de reducir el déficit –mejor eliminarlo alcanzando el equilibrio presupuestario– es un objetivo económico primordial para la nación. Diría más: en tiempos de paz, es objetivo de exigencia universal, signo de buena administración. ¿Qué podría esperarse de una familia o de una empresa que, sin razón excepcional para ello, gastasen más de lo que ingresan? ¿Podrían las economías familiares o empresariales endeudarse año tras año y seguir manteniendo la calma?

Por ello, el objetivo de nuestro gobierno no puede ser calmar a Bruselas, como suele decirse, sino hacer lo que debe para mejorar la economía y el bienestar de los españoles, aunque otros estén inquietos. Un ejemplo de esto lo hemos tenido en la República de Irlanda, en la discusión con Bruselas sobre su impuesto de sociedades, para conseguir el objetivo de déficit. Inquietó a Bruselas al no ceder a su pretensión de aumentar el tipo tributario, pero mejoró su economía y cumplió con el déficit; la calma que importa es la que se conseguirá con el buen hacer político y económico y no con zalamerías.

La calma tampoco debe conseguirse adelantando la recaudación de un impuesto cuya base imponible es todavía desconocida. Algún día habrá que volver a la racionalidad temporal tributaria, y cuando eso ocurra encontraremos unas cuotas tributarias pertenecientes a este período, que han sido recaudadas, anticipadamente, el año anterior.

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