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Amando de Miguel

La falacia del poder adquisitivo de las pensiones

Lo más hiriente es que la percepción de las pensiones tributa como si fueran ingresos por el trabajo. Se trata de una inmensa estafa legal.

Lo más hiriente es que la percepción de las pensiones tributa como si fueran ingresos por el trabajo. Se trata de una inmensa estafa legal.
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Las estadísticas simplifican y engañan: miden la oscilación anual de los ingresos y la de los precios, por ejemplo, aplicada a los pensionistas. Se limitan a establecer la diferencia entre las dos magnitudes para concluir bonitamente que se gana o se pierde poder adquisitivo. Estamos ante la falacia de la simplificación mal medida.

Sigo con el caso de los pensionistas, que es el que tengo más cerca. Sus ingresos se miden mal, pues, aparte de las pensiones, puede disponer de patrimonio, lo que supone la percepción de un ingreso real o encubierto. En ciertos casos también pueden percibir algunos ingresos como autónomos.

La variación de los precios también se estima de modo bastante grosero. No sabemos qué muestra de artículos o servicios se toma para calibrar los precios. Pero es que hay muchas adquisiciones que se hacen en la llamada economía sumergida, cada vez más ostensible. Añádase que los pensionistas pueden recibir precios políticos, como el abono de transporte, que significa otra vez un ingreso invisible. Además, considerando un lapso suficiente, aparecen nuevas necesidades, lo que significa la demanda de nuevos productos.

Sumados tantos desvíos, se puede concluir que no hay manera de estimar con precisión en qué cuantía oscilan los precios.

Aun suponiendo que los cálculos anteriores fueran precisos, en el caso de los pensionistas hay que admitir otros sesgos. Por ejemplo, no es infrecuente que muchos de ellos reciban ingresos en metálico o en especie por parte de los parientes. También se da lo contrario, que los jubilados ayuden económicamente a sus hijos o nietos.

Lo más hiriente es que la percepción de las pensiones tributa como si fueran ingresos por el trabajo. Se trata de una inmensa estafa legal, pues los pensionistas ya tributaron en su día por los salarios percibidos. Una parte forzosa de los cuales les fue retirada para poder pagar las pensiones de sus contemporáneos. Lo que ahora reciban como pensiones es una suerte de compensación de aquellas obligadas retenciones. Así pues, tributan dos veces por lo mismo. Ya digo, una monumental estafa, aunque sea con todas las bendiciones de las leyes.

Más inadecuaciones. Resulta que los pensionistas no suelen gastar como lo hace la población activa. Por ejemplo, se les va bastante dinero con el copago farmacéutico o sanitario. No es infrecuente que simultaneen la Seguridad Social con algún seguro sanitario privado. Algunos de ellos son dependientes o discapacitados y deben pagar una gran parte de la ayuda que precisan. Cierto que aquí hay también subvenciones públicas pero escasas. Por tanto, de poco vale establecer para los viejos (ahora dicen "los más mayores") el índice general de precios. Nos quedamos sin poder estimar el poder adquisitivo de los jubilados.

Un gasto cuantioso en los hogares de los pensionistas es el de la energía (electricidad, gas, gasóleo, leña, etc.). Son abundantes los casos en los que deben racionar el consumo de calefacción, mucho más frecuentes de lo que supone el estereotipo de la llamada pobreza energética. Sin ir más lejos, este artículo lo estoy escribiendo en la biblioteca municipal de mi pueblo, donde hay calefacción.

En resumidas cuentas, no hay manera de saber si los pensionistas ganan o pierden poder adquisitivo de un año para otro. Lo peor es que los viejos (y en general los discapacitados) no tienen a nadie que defienda sus intereses. Sobre el particular se impone la retórica oficial, pero faltan ayudas reales. Las que existen no deben considerarse como munificentes dádivas, pues, durante media vida, los pensionistas han estado trabajando (y cotizando) para el resto de los españoles.

Así que de nada sirve el dato oficial y propagandístico de que el monto (ahora dicen "el montante") de las pensiones sube este año un ridículo tanto por ciento. Se trata de una engañifa legal como tantas otras.

Claro que la mayor trapacería oficial es la que le fuercen a uno a jubilarse a una edad determinada. Es otro desatino que ningún partido discute. Es lógico, en las altas cúpulas de los partidos no suele haber muchos viejos. No habrá que extrañarse, pues, de que la historia (ahora dicen "el relato") del poder adquisitivo de las pensiones aparezca tan tergiversada.

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