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Cómo aplicar reformas liberales y no morir en el intento

Los gobernantes tienen miedo a aplicar grandes reformas debido a su impopularidad, pero la evidencia demuestra lo contrario.

Los gobernantes tienen miedo a aplicar grandes reformas debido a su impopularidad, pero la evidencia demuestra lo contrario.

Si España quiere dejar atrás la rebelión del malestar, debe tomar nota de la riqueza que generó la revolución del bienestar. Solamente las políticas liberales aseguran nuestra prosperidad a largo plazo, pero ¿qué panorama electoral enfrentan los gobiernos que se comprometen con una agenda reformista basada en reducir el intervencionismo y liberalizar las fuerzas del mercado? ¿Es compatible la adopción de grandes cambios y ajustes con la necesaria reelección política que asegura la continuidad de la agenda reformista?

Jean-Claude Juncker lideró el gobierno de Luxemburgo entre 1995 y 2013, ocupando además la cartera de Finanzas de su pequeño país entre 1989 y 2009. En 2014 se convirtió en presidente de la Comisión Europea. Hablamos, por tanto, de un político que ha demostrado capacidad de liderazgo a lo largo de los años. Sin embargo, Juncker ha reconocido públicamente queadoptar grandes reformas resulta complicado por los incentivos que introduce la dinámica política.

Así, en el año 2011, en plena crisis de la Eurozona, Juncker declaró que "todos sabemos lo que hay que hacer para salir de la crisis. Lo que no sabemos es cómo salir reelegidos después". ¿Qué hay que hacer, entonces, para que las grandes reformas estructurales tengan éxito y salgan adelante con el suficiente respaldo social?

William Tompson ha respondido a esta pregunta analizando veinte casos de grandes reformas adoptadas en economías de la OCDE. Su conclusión es que las grandes reformas exigen liderazgo político, buenas estrategias de comunicación, estudios que respalden los cambios propuestos y, por encima de todo, una narrativa que vincule una y otra vez la adopción de las reformas al mandato recibido en las urnas por parte de los votantes.

Por su parte, Marco Buti, Alessandro Turrini, Paul Van den Noord y Pietro Biroli han estudiado esta cuestión refiriéndose a más de veinte países desarrollados. Su conclusión también es razonablemente optimista: el miedo de los políticos a tomar medidas de gran calado no está respaldado por la evidencia. Según Buti, Turrini, Van den Noord y Biroli, los electores no castigan a los gobernantes que se atreven a introducir grandes cambios, sobre todo si lo hacen en situaciones de crisis.

De especial interés resultan los trabajos de Stefan Fölster y Nima Sanandaji sobre la introducción de reformas liberales en la OCDE a lo largo del periodo comprendido entre finales de la década de 1990 y 2012. Entre los gobiernos de izquierda estudiados por Fölster y Sanandaji vemos que la mayoría de los que reducen la libertad económica terminan siendo castigados en las urnas y que las probabilidades de reelección crecen cuando las reformas son más profundas.

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Para los partidos de derecha, Fölster y Sanandaji concluyen que lo más recomendable es aprobar reformas graduales, ya que un vuelco demasiado brusco en el grado de libertad económica del país arroja en la mayoría de los casos analizados una menor probabilidad de reelección.

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El investigador Paolo Mauro, uno de los académicos más citados del mundo en el campo de los estudios fiscales, también sostiene que las reformas liberales no resultan necesariamente perjudiciales desde el punto de vista político.

Algo similar explica Alberto Alesina, otra eminencia en este campo. Según sus trabajos, casi el 65% de los grandes programas de ajuste resultan en reelección. Eso sí: Alesina advierte que las reformas y ajustes tienen buen resultado político (y económico) cuando se vuelcan por el lado de la reducción del gasto, mientras que otorgar un peso mayor al aumento de los ingresos arroja efectos negativos.

Países de la OCDE como Alemania, Canadá, Estonia, Irlanda o Suecia han demostrado en las últimas décadas que las reformas liberales dan buenos resultados. Es hora de aplicar las lecciones a España y asegurar así nuestra prosperidad a largo plazo. En nuestro caso, el grado de libertad económica avanzó notablemente entre 1996 y 200, pero se estancó en la década comprendida entre 2006 y 2016. Según el Índice de Libertad Económica en el Mundo, la calificación de nuestro país pasó de 59,6 a 68,2 puntos durante el primer periodo pero apenas subió a 68,5 puntos a lo largo del segundo.

Si establecemos un Índice de Reformas Liberales en la OCDE partiendo de los datos del Índice de Libertad Económica en el Mundo podemos ver que el esfuerzo reformista de España entre 1996 y 2006 mejoró su nota un 14,4%, por encima de la media de las economías desarrolladas, que se ubicó en el 6,7%. Sin embargo, entre 2006 y 2016, la crisis redujo el ritmo de liberalización de manera notable, con un aumento de la calificación media del 0,8% para la OCDE y una subida del 0,4% en España.

Este artículo es un fragmento del libro Por qué soy liberal, de Diego Sánchez de la Cruz (Ediciones Deusto, 2017).

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