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José T. Raga

La conexión discurso-realidad

El discurso, cualquiera que sea, debe tomar como punto de partida el mundo real al que se refiere.

Hablo hoy de un nexo obvio. El discurso, cualquiera que sea, debe tomar como punto de partida el mundo real al que se refiere. En unos casos será para mostrar alguna contradicción y en otros para abundar, desde la evidencia, en el propio pronunciamiento discursivo.

Siendo esto así, no es menos cierto que con frecuencia asistimos atónitos a discursos políticos, sociales, incluso académicos cuyos contenidos nos hacen preguntarnos por la realidad a la que se refieren. Y no por su nivel de abstracción, sino por su desconexión con la propia realidad. Al fin y al cabo, la experiencia nos dice que cuando una falsedad se afirma repetitivamente como verdad, acaba imponiéndose como tal y manipulando la realidad por discrepante.

Se contaba que un ministro del franquismo sugirió al jefe del Estado la conveniencia de preparar un texto constitucional acorde con la modernidad, que reconociera los derechos y deberes de los españoles. La sugerencia pareció aceptable a Franco, que encargó al ministro que elaborase un borrador. Pasado un tiempo, el ministro presentó el borrador, y el Caudillo, agradecido, prometió estudiarlo.

Pasaba el tiempo y nada se sabía del estudio, hasta que en otra ocasión el autor preguntó al jefe del Estado su opinión, a lo que el interpelado, sin titubeos, repreguntó: ¿para qué país decía usted que era esa Constitución? En efecto, el texto estaba tan lejos de la realidad española que difícilmente podía relacionarse con España.

A esta referencia me ha llevado el discurso del secretario general de UGT sobre el gran trabajo del sindicalismo en favor de todos los españoles, lo cual debería obligar a que todos los españoles sufragasen más costes de los sindicatos. Como Franco, yo también me preguntaba de qué país y a qué españoles se refería.

Quizá haya algunos españoles –los sindicalistas activos– que compartan el planteamiento del señor Álvarez; pero lo que yo más oigo es el rechazo a la ayuda pública a los sindicatos, y la necesidad de que amolden sus necesidades a los límites de sus cuotas de afiliación, sin recurso a subvenciones.

A muchos no nos gusta la negociación colectiva, productora histórica de múltiples quiebras empresariales; tampoco las huelgas por reivindicaciones tan varias; no nos gusta la lucha sindical para la elevación de salarios desconectados de la productividad, ni la elevación sin razón del salario mínimo, que tanto paro ha producido en nuestro país.

En definitiva, somos partidarios de la acción sindical entre empresa y trabajadores, sin superestructuras innecesarias de resultados nocivos. En otras palabras, aquellas actuaciones, a decir de UGT, en beneficio de todos los españoles sería mejor confiarlas a los mismos españoles, que sí que saben, al menos en la España real, lo que más les beneficia.

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