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Los siete 'olvidos' del último informe de Piketty sobre desigualdad

Las estadísticas sobre ingresos y patrimonio esconden mucha información. Y no siempre se explica bien la realidad que hay tras ellas.

Las estadísticas sobre ingresos y patrimonio esconden mucha información. Y no siempre se explica bien la realidad que hay tras ellas.
En los últimos años, la desigualdad ha tomado el centro del debate político y económico. | Pixabay/CC/WerbeFabrik

"Informe sobre la desigualdad global 2018". Con este nombre, un grupo de más de cien economistas de los cinco continentes, encabezados por Thomas Piketty, el autor de El capital en el siglo XXI, publicaban este jueves uno de los trabajos más exhaustivos sobre la desigualdad global de los publicados en los últimos años. Son más de 300 páginas (aquí la web del proyecto y aquí el resumen ejecutivo en español) y una enorme cantidad de datos que, además, los autores ponen a disposición de todo aquel que quiera usarlos, una práctica encomiable en este tipo de investigación.

En la primera página del informe, los autores afirman: "No es nuestro objetivo lograr un acuerdo unánime relativo a la desigualdad. Esto nunca va a suceder, en la medida que no existe una única verdad científica al respecto del nivel de desigualdad deseable y menos aún en cuanto al conjunto de instituciones y políticas socialmente aceptables para alcanzarlo". Y es cierto. De hecho, no hay nada más que echar un vistazo a la hemeroteca para comprobar que existen pocos debates más candentes en el terreno económico. En la última década, si hay un tema estrella en la "ciencia lúgubre", ese es el de la desigualdad.

Esto no quiere decir, ni mucho menos, que Piketty et al. no tomen partido o que quieran ser simples recopiladores de datos. En realidad, el estudio presentado esta semana (y no parece casualidad la fecha escogida, a unos días de la Navidad) tiene una clara finalidad política. El objetivo es llamar la atención sobre los alarmantes, siempre según la opinión de estos economistas, niveles de desigualdad generados en las últimas décadas y reclamar políticas públicas destinadas a combatirlos. Por eso, en las recomendaciones, piden más impuestos (sobre todo para las clases altas y en lo que hace referencia a la tributación sobre el patrimonio, herencias, etc.), y un incremento del tamaño del intervencionismo y el tamaño del sector público: "Se necesitan mayores inversiones públicas en educación, salud y protección medioambiental, tanto para combatir la desigualdad existente como para prevenir incrementos futuros". En este último punto, los autores admiten que los actuales niveles de deuda pública hacen muy complicada la actuación de los estados y piden un doble mecanismo de alivio de esta carga: un impuesto excepcional sobre el capital y una condonación encubierta de buena parte de esta deuda a través de la compra de la misma por los bancos centrales (un apunte: los autores también presentan la inflación como un medio de reducir la deuda pública, pero luego parece que desechan esta opción por los peligros que podría acarrear).

Todo esto está muy bien y, como decimos, puede ser un buen punto de partida de un interesante debate. Eso sí, hay algunos aspectos de la realidad que Piketty y sus compañeros han olvidado mencionar. Los más importantes son los siguientes:

1. Europa, ¿el modelo?

El estudio hace una comparativa entre regiones y sobre cómo ha evolucionado la desigualdad dentro de las mismas. Los resultados muestran que en los últimos 35 años (la mayoría de las tablas del informe recogen el incremento en desigualdad desde 1980 a 2014-15) el continente en el que menos ha crecido la desigualdad y más porcentaje de renta y patrimonio está en manos del 50% menos rico es Europa. De hecho, como veremos en los siguientes epígrafes, cuando se hacen las proyecciones a futuro, se usan tres escenarios. El primero es "Todos los países siguen de aquí a 2050 la trayectoria de desigualdad experimentada por Europa en el período 1980-2016"; en los otros dos escenarios cambian Europa por EEUU o presuponen que cada país mantiene la misma trayectoria de las últimas tres décadas. En resumen, que el modelo correcto para los autores es el Viejo Continente.

Llama la atención que sea Europa el escogido porque también ha sido el que menos ha crecido (y con una cierta diferencia) en este período de tiempo. De hecho, en el propio informe (no así en el Resumen Ejecutivo, ahí se les olvidó) se incluye el siguiente gráfico, que muestra cuánto han crecido el PIB de las diferentes regiones desde 1980, en total y por grupos de población. Pues bien, sólo Rusia (es decir, la URSS comunista y post-comunista) presenta peores cifras que Europa. En China ha aumentado la desigualdad mucho más que en Europa, cierto; pero no lo es menos que la población situada en los percentiles inferiores ha visto un incremento de sus rentas mucho más elevado que el de las rentas bajas europeas. ¿Preferirían los chinos más igualdad y menos renta?

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De hecho, no es sólo una cuestión económica. Europa tiene ahora unos enormes problemas políticos, sociales, de gasto público… Si alguien quisiera meter el dedo en el ojo a Piketty y a sus compañeros, casi podría dar la vuelta a la tortilla y preguntarse si no es la falta de desigualdad (o, más bien, las políticas intervencionistas que han generado esa falta de desigualdad y que los autores proponen como solución) lo que ha generado la enfermedad europea. Cuando uno dice que el único en sitio en el que no se ha disparado la desigualdad es Europa y luego comprueba que el peor desempeño, político y social, en muchas de las métricas se da en Europa… quizás debería replantearse si uno y otro hecho no están relacionados. Que a lo mejor no. Pero no habría estado mal un mínimo análisis de la cuestión. ¿Es causalidad o casualidad? No hay respuesta en este informe.

2. Creceremos… porque sí

En la parte de conclusiones, el gráfico más importante es el siguiente. Muestra cómo evolucionarían las rentas de los diferentes grupos de población si se mantiene el crecimiento previsto por la OCDE y la desigualdad medida por Piketty.

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El problema de este gráfico es el mismo del epígrafe anterior. ¿Cómo afectan al crecimiento las diferentes políticas que se adopten? Puede que las medidas pro-igualdad generen más crecimiento (eso dicen sus defensores). También puede ser que una liberalización real de la economía mundial genere tanto crecimiento como igualdad (eso creemos algunos) o provoque más desigualdad junto con la elevación general de la calidad de vida de la gran mayoría de la población .

Pero lo que hacen Piketty y sus colaboradores es una pequeña y sutil trampa. Sacan del debate el crecimiento futuro y lo dan por hecho. Y lo que queda es algo del tipo: "Si crecemos al 3% anual con un reparto favorable a los más ricos… dentro de 50 años los ricos tendrán más y los pobres menos". Para eso no hace falta un estudio. Es una identidad matemática. La clave es ¿creceremos lo mismo con la política fiscal y de intervención pública masiva que proponen los autores? ¿De verdad la única manera de conseguir más igualdad es disparar los impuestos? ¿Con esas medidas creceremos un 1% anual o el 3% o el 7%? ¿Sería preferible un menor crecimiento a costa de una mayor igualdad? ¿Cuánto se debe sacrificar de uno u otra? ¿Son compatibles? Éste debería ser el debate. La gráfica de arriba es una trampa argumental. Sutil y atractiva a la vista. Pero engañosa.

3. ¿Está China peor que en 1980?

En realidad, ésta es la pregunta clave y es la que evitan cada día los apóstoles de la igualdad. Es cierto que algunas métricas de la desigualdad han subido. Es verdad que lo han hecho en muchos países desarrollados. Pero no lo es menos que buena parte del incremento de la desigualdad se debe al despegue económico de algunos de los países más pobres y poblados del mundo, con China a la cabeza. De hecho, como ya hemos apuntado en otras ocasiones, hay métricas en las que se ve una caída de la desigualdad a nivel global, debido a que las regiones más pobres se acercan a las ricas. Y sí, ese descenso global es compatible con un incremento de la desigualdad dentro de cada una de esas regiones.

En este informe aseguran que también la desigualdad global ha aumentado, no sólo la que afecta a cada región por separado. Pero incluso aunque eso fuera cierto, una pregunta clave es ¿está mejor China ahora que en 1970-1980, cuando era una especie de Corea del Norte de mil millones de habitantes? Sí, el 1% más rico de China se ha enriquecido más que el 50% más pobre. Pero en el gigante asiático, todos los grupos de ingresos son ahora mucho más ricos que hace cuatro décadas.

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De nuevo, se evita el debate fundamental. La desigualdad en algunos países sudamericanos, con una economía ultraintervenida y la captación de las instituciones por parte de las clases dirigentes, no gusta a casi nadie. Es fruto de privilegios y falta de competencia. La de China, que pasó de una economía casi de subsistencia a tener una clase media de cientos de millones de personas, proviene en buena parte del dinamismo de sus ciudadanos (y sí, hay cientos de cuadros del partido comunista que se han hecho millonarios de forma muy oscura, pero no hablamos de eso). En medio, en Europa y EEUU hay mucho margen para el debate. Pero habría que empezar ese debate con unas matizaciones mínimas, porque meterlo todo en la coctelera de la desigualdad, agitarlo y soltar datos no parece la mejor de las recetas.

4. El reparto y los protagonistas

Si antes decíamos que el gráfico sobre el futuro tiene algunas trampillas, lo mismo puede decirse de los siguientes, que son los que conforman el esqueleto del estudio. Muestran qué porcentaje de la riqueza total acumulan el 1% superior (o el 0,1% o el 10%) y el 50% inferior. Son un clásico de los estudios sobre desigualdad y es cierto que aportan información. Pero no lo es menos que también pueden ser engañosos si no se explican bien, lo que no siempre se hace.

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Por eso hay que hacer dos matizaciones importantes. La primera tiene que ver con los ingresos reales. Porque es importante qué porcentaje de la riqueza nacional se lleva cada percentil o decil o cuartil… pero también lo es cuánto ganan de verdad. Es decir, si se dispara la riqueza nacional, es posible que todos ganen incluso aunque el reparto de los porcentajes cambie. Incluso en EEUU, el país occidental en el que más ha crecido la desigualdad, casi todos los grupos de renta están ahora mejor (ajustando también a la inflación) que en 1980. Sí, es cierto que los percentiles inferiores han visto un crecimiento muy reducido de su renta (apenas un 5% para los que se sitúan en el 50% inferior) y eso puede dar pie a un interesante debate. Pero ver el descenso de la línea roja del gráfico anterior apunta a una realidad diferente (parece que esa gente ha perdido en términos absolutos).

Y además, hay que hacer otro apunte. Cuando se muestran los ingresos o riqueza del "percentil 99" o de la mitad inferior (población por debajo de la mediana de ingresos o patrimonio), a lo largo de 30 ó 40 años, todos tendemos a pensar en un tipo con cara y ojos que ha ganado o perdido en este proceso. Pero es porque no tenemos en cuenta una realidad: ¡No son los mismos! La gran mayoría de quienes estaban en el top 1 o en el decil inferior hace cuatro décadas ya no forman parte de esa categoría. Ningún estudio de desigualdad puede estar completo si no se analiza este fenómeno. Cuántos salen o no de estos grupos. Cómo es la movilidad social. Tampoco sobre esto hay demasiado en el informe de esta semana.

5. El factor edad

La economía de 2016 es muy diferente de la de 1980. También la sociedad. Entre las estadísticas que más han cambiado destaca la de la pirámide poblacional. Hemos envejecido. Y mucho.

El problema es que esto tiene también mucho que ver con el reparto de ingresos y riqueza. La desigualdad está muy relacionada con la edad. Las sociedades envejecidas, como las occidentales, tienden a ser más desiguales, porque las personas mayores tienen más ingresos y patrimonio que los más jóvenes. En ocasiones esto es algo natural (la riqueza se va acumulando a lo largo de los años) y en otras no tanto (por ejemplo, la mayoría de las políticas públicas de las últimas décadas tienen un claro sesgo pro-viejos y anti-jóvenes; no hay más que mirar el mercado laboral español). De nuevo, un debate interesante, pero que debe plantearse junto con las cifras.

Por ejemplo, el siguiente gráfico es sobre España y el patrimonio acumulado según cada grupo de edad. Es fácil ver que parte de la desigualdad no viene dada por un plan de los ricos para saquear a los pobres, sino por esa tendencia al envejecimiento. También es cierto que el gráfico dice que a partir de los 65 años los españoles son ahora más ricos que antes en términos relativos (tomando como referencia la media nacional): por lo tanto, se suman dos tendencias, más porcentaje de la población de edad avanzada que, además, son más ricos de lo que eran antes las personas de esa edad. En EEUU, hay estudios que apuntan a que buena parte de la desigualdad de las últimas décadas tiene su origen en este fenómeno. Pero a pesar de su importancia tampoco esta cuestión entra normalmente en el debate.

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6. El ‘adelgazamiento’ del Estado

Todas las propuestas de los autores para revertir esta situación (que ellos creen que hay que cambiar) supondrían incrementar el peso del Estado en la economía: con más impuestos, más regulación, más peso del sector público…

Es una opción legítima y tienen todo el derecho a defenderla: piensan que el incremento de la desigualdad es malo y creen que el Estado es la herramienta para corregir esa tendencia. Pero al menos deberían explicar algo obvio: en la gran mayoría de los países occidentales el peso del sector público en la economía ha crecido en los últimos 30-35 años. Por ejemplo, en EEUU (el país rico en el que más se ha crecido la desigualdad), el gasto público sobre el PIB es más elevado ahora que en 1980, como puede verse en el siguiente gráfico, con datos de la OCDE. Se puede argumentar que el problema es que ese dinero se gasta mal. O que el gasto debería ser incluso más alto. Pero hay que partir al menos de una realidad: en muy pocos países ricos el gasto público en relación con el PIB es menor que hace 40 años. Es decir, si hay un culpable de la creciente desigualdad que tanto preocupa a Piketty no es el adelgazamiento (al menos en términos absolutos) del Estado. De hecho, es legítimo preguntarse si no puede ser una causa: a más intervencionismo, mejor les va a los más ricos, que tienen más acceso al Gobierno y a controlar las políticas públicas. Otro debate interesante que casi nunca está sobre la mesa.

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7. Riqueza e ingresos

Otro equívoco que los estudios de desigualdad no ayudan a corregir tiene que ver con la muy diferente clase de activos y/o ingresos de ricos y pobres. Cuando se dice que el 1% más rico de un país o del planeta tiene más riqueza que el 50% más pobre parece que esos mega-ricos tienen enormes fincas que cubren la mitad de la superficie terrestre o que acumulan enormes habitaciones llenas de oro y joyas. Pues no. Uno de los grandes cambios producidos en el último siglo tiene que ver con los activos en poder de ricos y no tan ricos. Así, para las clases medias sus ingresos provienen sobre todo de sueldos y sus activos están muy ligados a la vivienda y pequeños ahorros. Mientras, el top 1% (o top 0,1% o top 0,001%) tiene la mayoría de su patrimonio en forma de activos financieros (que son los que también proporcionan la mayor parte de sus rentas).

Pensemos, por ejemplo, en Amancio Ortega. Como ya hemos explicado en Libre Mercado en otras ocasiones, la riqueza del empresario gallego depende fundamentalmente del valor de las acciones de Inditex y sus rentas de los dividendos que su empresa pague a todos los accionistas. Esto tiene dos implicaciones: en primer lugar, que una subida anual del 20% en el precio de las acciones de Inditex hace que en la estadística salga como un 20% más rico; por eso, los años (o décadas) buenos y malos de Bolsa impactan mucho sobre el Índice Gini de patrimonio. Pero un movimiento como este no quiere decir que haya un complot o que los ricos se estén apropiando de todo. Esto no quiere decir que ninguna estadística sobre desigualdad sirva de nada. Pero de nuevo, sería necesario más contexto… del que no se ofrece en los informes.

Pero además, la naturaleza de estos nuevos patrimonios lleva a una segunda reflexión. Si mañana Inditex cierra y sus acciones pasan a valer cero, España sería mucho más igualitaria, porque su ciudadano más rico ya no tendría nada. Pero la pregunta clave es, ¿alguien saldría ganando?

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Nota del redactor: el resumen ejecutivo del "Informe sobre la desigualdad global 2018" se cierra con una nota aclaratoria que dice "Completamente financiado por fondos públicos y entidades sin ánimo de lucro". Normalmente, la primera crítica que se hace a estos análisis proviene de su financiación (consultoras, entidades financieras, think-tank liberales…) y de los incentivos perversos que los autores a sueldo de estas entidades pueden tener: esa insinuación siempre implícita de que escriben lo que les mandan y que el principal motivo es el beneficio que obtendrán los que les encargan el trabajo.

Parece que Piketty y sus socios se blindan con esta nota sobre el origen de sus fondos. No lo creo. Puede que ningún economista haya ganado más dinero a lo largo de la historia por la popularidad de una idea que Piketty gracias a la desigualdad. De ser un semi-desonocido profesor de Economía ha pasado a estar entre los intelectuales más populares del planeta y uno de los conferenciantes más demandados. Y los gobiernos que le financian (y las personas que forman esos gobiernos) se verían muy beneficiados si las ideas que plantea este informe sobre el crecimiento del sector público se generalizan. Es decir: también aquí podría haber incentivos perversos y un claro beneficio personal para los autores.

Eso no quiere decir que sea esta la razón principal que guía este estudio. Estoy convencido de que los economistas que lo firman, empezando por el propio Piketty, son sinceros cuando defienden que una mayor intervención pública sería beneficiosa para todos. Pero por la misma razón, es injusto es achacar oscuros intereses a los que defienden lo contrario, como se hace en demasiadas ocasiones. Saber quién paga un estudio es relevante y es honesto que los autores lo expliquen (como hacen en este caso). Pero cuidado, recibir exclusivamente financiación pública no es un salvoconducto ante un posible conflicto de intereses. Lo que se debe discutir son argumentos. Ése es también el objetivo de este artículo.

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