Los conductores ya no son los únicos que tienen que estar pendientes del rojo, el verde o el ámbar a la hora de circular. Los Gobiernos están empezando a utilizar estos colores para encasillar todo tipo de productos disponibles para el consumidor. Para el sabio Estado, el verde es la clasificación que más conviene a los compradores, mientras que el rojo les advierte de algún supuesto peligro, ya sea para su salud o para su bolsillo. Entre estos dos colores también es habitual encontrar el naranja, el amarillo o distintas tonalidades de verde o rojo. Para todo, siempre hay un término medio.
El último organismo en unirse a la moda de los colorines ha sido el Ministerio de Sanidad. Ayer lunes, la responsable de esta cartera, María Luisa Carcedo, anunció la implantación de una especie de semáforo nutricional de los alimentos y las bebidas. Se trata de unas etiquetas de colores que irán colocadas en los envases en función de su contenido en azúcares, grasas saturadas, sal, calorías, fibra y proteínas. Los colores verdes identificarán los alimentos más saludables y los rojos, los de menor calidad nutricional.
Como ya viene siendo habitual, nuestros políticos justifican sus medidas excusándose en que otros países europeos ya las han implantado previamente. Y eso es lo que ha hecho Carcedo. La ministra de Sanidad va a basar su Real Decreto-Ley en el modelo Nutri-Score de Francia basado en cinco colores. En "dos o tres meses" prevé que la norma esté aprobada, pero antes, "en las próximas semanas", va a crear un grupo de trabajo con la industria alimentaria de nuestro país para definir los detalles de sus nuevos envases. Para 2019, puede ser ya obligatorio.
El código #Nutriscore es un gráfico al estilo de un semáforo. Cada producto destacará el color que le corresponda en función de su azúcar, grasas saturadas, sal, calorías, fibra y proteínas. Los colores verdes, alimentos más saludables. Los rojos, los de menor calidad nutricional pic.twitter.com/ega9XYeCxt
— Min. Sanidad (MSCBS) (@sanidadgob) November 12, 2018
La 'moda de los colorines'
Uno de los sectores pioneros en introducir las etiquetas de colores en sus productos fue el de los electrodomésticos en los años 90. Una normativa europea hizo que los frigoríficos, las lavadoras o los lavavajillas fueran los primeros en organizarse por colores. Con el paso de los años se unieron desde los hornos a los televisores.
Este etiquetado indica la eficiencia energética de cada electrodoméstico. Cuanto más eficiente es, menos electricidad consume (verde), lo que supone un ahorro en la factura de su propietario. Actualmente, su etiquetado es obligatorio y la clasificación se divide en 7 colores a los que se les han añadido unas letras, que van de la A a la G.
Otros productos, como los neumáticos de los coches, también informan del consumo de combustible que generan según estos colores y letras. Eso sí, la última normativa de la Unión Europea (UE) ha prohibido la venta en todo el territorio del Viejo Continente tanto de las ruedas de la letras G, como las de la letra F .
El etiquetado por colores ha llegado hasta productos tan intangibles como los financieros. En 2014, a la CNMV se le ocurrió clasificar el riesgo de sus instrumentos del verde al rojo. El sistema iba dirigido a los inversores minoristas, "para que todo el mundo sepa lo que compra". Un año después, el ministerio de Economía estableció una categoría de 6 tonalidades para los diferentes tipos de activos. La escala también iría acompañada de un número, donde el 1 y el verde oscuro corresponderían a los productos más seguros del mercado, según su criterio. Por ejemplo, los depósitos bancarios irían en el grupo del menor riesgo. En el otro lado de la clasificación estaban los correspondientes al 6 y al rojo, que indicarían la mayor probabilidad de pérdidas. Economía excluyó de esta colorida clasificación a la deuda pública.