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Miles de mujeres manifiestan el 8-M "su opresión" con libertad, risas y cervezas

Más de 300.000 manifestantes, en su mayoría veinteañeras, se quejan del sometimiento masculino mientras bailan y beben alcohol.

Más de 300.000 manifestantes, en su mayoría veinteañeras, se quejan del sometimiento masculino mientras bailan y beben alcohol.
Miles de mujeres manifiestan su opresión con libertad | David Alonso Rincón

"¡Luego diréis que somos cinco o seis!". El griterío ensordecedor se escuchaba desde las vías de los trenes de cercanía de Atocha. Un anciano que espera en una parada de autobús se pregunta que quién dirá que son menos de cinco o seis manifestantes "¡si hoy han estado todo el día en la tele con esto!", le dice a otro señor también de avanzada edad y con cara de agobio. Miles de adolescentes y veinteañeras de labios morados colapsan la entrada de la Estación de Atocha. No cabe un alfiler.

En esta nueva edición del 8-M, la cartelería y proclamas han sido más duras y agresivas que el año anterior. Parece que en los últimos meses, España se ha convertido en un lugar lúgubre para las mujeres, un territorio hostil en el que las féminas tienen que abrirse camino a duras penas entre varones malvados: "No nací mujer para morir por serlo", "Tu escroto es asqueroso", "Ave María, cuándo seré mía", "Cueste lo que cueste, la lucha sigue", "Quiero volver a casa sola", "Abajo el patriarcado", "Queremos ser libres, estamos hartas", rezaban buena parte de las consignas en violeta.

Entretanto, cervezas van y cervezas vienen. Varias chicas con el cartel que denuncia la opresión heteropatriarcal fuman y beben como si no hubiera un mañana. "Sujeta el bolso", le pide una de las jóvenes al chico que la acompaña, mientras lo registra para buscar un mechero y encenderse el pitillo. Otra aprovecha para abrirse camino entre la muchedumbre: "¡Quiero grabarlo para que me vea mi madre aquí!", comenta entre risas a sus amigas.

Porque sí, allí todo el mundo ríe. Las chicas se lo están pasando bien, aquello es un jolgorio: "Hemos quedado esta noche con Marta después en Malasaña. Primero haremos botellón en su piso", se escucha a una manifestante que porta un cartel en la que aparece la princesa Leia de la Guerra de las Galaxias: "We are resistance". A su lado, una pandilla de chicos obedece a las órdenes de sus supuestas amigas. "¡Vamos para la fuente, venga!". Y ellos, sin rechistar, caminan hacia donde ellas señalan. No está la cosa para rechistar, claro.

Pero no sólo estos jóvenes son los únicos varones de la mani-fiesta. Hay que reconocer que la presencia de hombres esta edición del 8-M es mayoritaria, con diferencia a la concentración del 2018. Parecen que han perdido el miedo, aunque, a juzgar por sus miradas, más bien parecía que estaban en una disco invitando a latas a las chicas.

Por otro lado, dentro del segmento varonil también se podía ver a numerosos padres meciendo a bebés haciendo alarde delante de las miles de mujeres de su solidaridad con el género femenino. La edad rondaba la cuarentena y, aunque muchos disimulaban y le ponían ganas, alguno que otro comentaba que ya era hora de irse para casa, aunque no habían transcurrido ni cuarenta minutos del comienzo de la protesta. De repente, el bebé con cara de enfado empieza a llorar ante el estruendo de la batucada. Cientos de chicas empiezan a bailar, una cerveza se derrama. El padre sale huyendo.

8-M con M de Marxista

Son las feministas anticapitalistas. En uno de los carteles se puede leer "Feminismo borroka", y en otro "abajo el capitalismo opresor". También hay mensajes para el presidente del PP: "Casado, mi útero no es una fábrica". En ese ala se encuentran los sindicatos, CCOO y UGT se pasean por allí luciendo telas con pintadas de "Por la lucha de la mujer obrera" y otras aludiendo al líder de Vox, Santiago Abascal, como "machista number one".

Todos los manifestantes están de acuerdo con estas posiciones políticas. Subidos a las farolas, animan con sus cánticos a la muchedumbre que no se puede ni mover: "¡Dónde están, no se ven las banderas del PP!" Y, ciertamente, no se veían, aunque a decir por las caras que ponían al gritar, tampoco hubieran sido muy bien recibidas. Que el marxismo cultural educativo ha hecho mella, se palpa en el ambiente.

Y como no podía faltar, una vez más, Manolo fue protagonista. Manolo, un fantasma que, a deducir por las reivindicaciones, es un hombre flojo, vago y despreciable que no hace nada en casa y todo lo carga a la mujer. Nadie duda de que exista, pero allí, desde luego, no estaba. "Manolo, esta noche te haces tú la cena", aparecía en una pancarta gigante. Todo un clásico que funcionaría si se lo dijeran a Manolo en lugar de gritarlo a los cuatro vientos en el Paseo de la Castellana.

Pero ya es tarde. Son casi las diez y los huecos en la manifestación comienzan a notarse. Repetimos, no olvidemos, es viernes "opresor", y, por eso, habrá que celebrarlo en los bares. Sí, comienzan a llenarse los establecimientos nocturnos, las chicas inundan las barras, las tapas van y vienen. Esto es España, no Irán.

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