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José T. Raga

¿Dar garantías o garantizar?

¿Cómo puede convencer a los de Davos, si a nosotros, los españoles, no consigue vendernos una idea?

Comprendo que muchos dirán que se trata de una sutileza, y no voy a discutirlo porque la propia RAE los considera términos equivalentes. Pero, cuando estamos al borde de la línea que diferencia verdad y mentira, cualquier sutileza puede ser bienvenida.

No son pocos los casos en que dos vocablos de significado equivalente priorizan su uso entre sí en función de la fuerza, incluso fonética, de uno sobre otro, para despertar la atención de quien debe valorar su significado. De ahí la elección entre equivalencias, que no entre indiferencias.

Pero dejemos las sutilezas lingüísticas, aunque para justificarlas diré, respetando cualquier opinión diferente, que en cualquier relación contractual –escrita o verbal, más en estas últimas– yo prefiero que me garanticen a que me den garantías.

La garantía que se da tiene toda su efectividad en el acto traslativo de darla, mientras que garantizar compromete al garante en su propia persona. Sólo puede garantizar quien abunda en integridad moral. Pero ya digo que, desafortunadamente, no soy lingüista y tampoco arriesgamos tanto en ello.

¿A qué viene todo esto hoy? A que, en esa efervescencia publicitaria que rodea, cual aureola, al presidente en sus devaneos por el mundo –reuniones, comparecencias…–, y que ha hecho presa de los medios, se nos ha informado de que, en Davos, la semana pasada, el señor Sánchez dio garantías de que la entrada de Iglesias en el Gobierno no alterará su política económica.

Suma arrogancia y ampulosidad, ajena a cualquier escenario que no sea el de ser concluyente, como refugio ante averiguaciones más embarazosas. Dio garantías sobre reducción del déficit y de la deuda, sobre que no habrá más decisiones unilaterales en Cataluña, ni subidas de impuestos ni contrarreformas laborales…

En fin, una política angelical, para un país providencial, que nada ni nadie podrá entorpecer o dificultar. Además, sus vicepresidentas abundaban en el mismo sentido. ¿Cómo no? No olvidemos: muchas voces, pero una sola palabra (Iglesias), como en China, Cuba, Corea del Norte, Laos, Vietnam… la Rusia de Putin.

¿Y qué mas da lo que diga el presidente? Mi preocupación es que la élite del mundo empresarial reunida en Davos no puede adolecer de excesos de ingenuidad; es un peligro para el mundo económico.

Ya sé que lo correcto es no ser estridente con los reunidos –Davos es un marco demasiado bello como para malos humores–, pero tampoco pasarse en complacencia. Mi reflexión es: cómo puede convencer a los de Davos, si a nosotros, los españoles, no consigue vendernos una idea. ¿En qué manos está el mundo económico?

Parece ser que Franck Petitgas, jefe internacional de Morgan Stanley, le manifestó que confiaba en sus argumentos y que seguirían comprando deuda pública española. Y, pregunto yo, ¿también si no existiera el Mecanismo Europeo de Estabilidad?

Que una entidad financiera como Morgan Stanley, imagen para muchas decisiones de inversión en todo el mundo, lance semejante mensaje resulta inadmisible. Más pertinente hubiera sido formularse una pregunta: ¿quién garantiza al garantizador?

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