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El problema de España no es que nos supere la República Checa: las cifras de dos décadas de estancamiento

Lo midamos como lo midamos hay una evidencia: los últimos veinte años han sido un período mediocre, en términos relativos, para la economía española.

Lo midamos como lo midamos hay una evidencia: los últimos veinte años han sido un período mediocre, en términos relativos, para la economía española.
Banderas de los países de la UE, en la puerta de la sede de Bruselas del Parlamento Europeo. | Flickr/CC/TPCOM

No era algo inevitable. No tenía por qué haber pasado. Pero viendo los datos de los últimos años se intuía que algún día llegaría. Y ha sido esta semana. Un país del este, de la Europa ex-comunista, del Pacto de Varsovia, superaba por primera vez desde 1990 a España en PIB per cápita. Ahora llegarán los matices, las explicaciones técnicas, los peros y las estadísticas alternativas. Pero el titular está ahí: "El PIB por habitante de la República Checa ya es más elevado que el de España". Y en mitad de la recesión desatada por la covid-19 parece un motivo más para la desesperanza, la desilusión o el pesimismo. Como diría aquél, elegimos una mala crisis para dejar de fumar.

Lo primero, esos matices de los que hablábamos. Como veremos a continuación, es verdad que el PIB per cápita medido en términos de Paridad de Poder Adquisitivo (PPP por sus siglas en inglés) de la República Checa ha superado al de nuestro país, según las cifras de Eurostat; aunque también es verdad que en términos de PIB Per Cápita real en euros seguimos por encima con una cierta diferencia. A partir de ahí, queda la discusión técnica de qué indicador es mejor o cómo se mide esa Paridad de Poder Adquisitivo. Aquí, por ejemplo, la explicación de Eurostat sobre el PPP y sobre cómo traduce esas cifras a su indicador GDP per capita in Purchasing Power Standards (PPS), un baremo muy visual y muy usado por los medios, puesto que establece un nivel de 100 para la media de la UE y, a partir de ahí, reorganiza a los países según su posición relativa.

Dicho esto, sobre el tema estadístico y sobre las tablas que veremos a continuación. Sería una trampa que nos engañásemos con la discusión técnica. Lo midamos como lo midamos, hay una evidencia: los últimos veinte años han sido un período de estancamiento relativo de la economía española. Si nos comparamos con nuestros socios del este de Europa, la foto de este siglo XXI es muy poco favorecedora: nos han ido comienzo el terreno en casi todos los indicadores. Pero no es necesario que miremos más allá del Telón de Acero: tampoco nos ha ido demasiado bien si echamos un vistazo a los países más ricos de la UE. En general, salvo excepciones como Grecia, España ha perdido posiciones respecto a la mayoría de nuestros vecinos. Con países como Irlanda, casi es mejor no hacer la comparación, para no caer en la depresión más absoluta. Pero lo mismo podríamos decir si miramos a Alemania, Holanda o Austria, por poner sólo tres ejemplos. Y ahí no tenemos la excusa del punto de partida: nosotros éramos más pobres que estos países en el cambio de siglo, por lo que en teoría lo teníamos más fácil para crecer y acortar distancias. No lo hemos conseguido. No sólo eso, la mayoría de las cifras que daremos en este artículo son pre-covid: dada la pésima evolución de nuestra economía en el último año, todo apunta a que cuando hagamos un repaso en 2022-23 de cómo salimos de esta crisis, la imagen sea todavía más negativa.

Los datos

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Empezamos con el gráfico que nos deprime esta semana. Efectivamente, según Eurostat, tomando como referencia ese PIB per cápita en paridad de poder de compra, España ha pasado de un valor de 102 en relación a sus socios (UE-27) en 2008 a un valor de 91 en 2019. Hemos cogido aquí un puñado de países por no abrumar con una tabla con demasiadas cifras (aquí, el link a los datos de todos los países en Eurostat). Pero la tendencia es clara: nos alejamos de la media de la UE.

Por un lado, nos cogen los que vienen por detrás, sobre todo los cada vez más prósperos países del Báltico (Estonia y Lituania lo están haciendo especialmente bien) o del centro-este de Europa (Polonia, Hungría, Rep. Checa, Eslovaquia, Eslovenia; incluso Rumania ha avanzado mucho en la última década). Pero, además, no logramos cerrar la distancia con los más ricos. Con algunos, como Holanda o Finlandia, mantenemos posiciones, pero con otros incluso nos alejamos: Irlanda, Alemania, Dinamarca, Austria... Ni siquiera con respecto a Suiza, un país muchísimo más rico, de fuera de la UE y con el que en teoría debería ser más sencillo converger, hemos logrado un acercamiento real en los últimos años. Más bien al contrario. Hay muy pocas noticias positivas para nuestro país observando este indicador.

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Si lo miramos así, con los datos de esta segunda tabla, nos podemos venir un poco más arriba. Esta medición es más habitual. Es el PIB per cápita en euros constantes (aquí el link de Eurostat con todos los datos). Cuando comparamos el nivel de riqueza de los diferentes países, suele ser el baremos que usamos. Y, como vemos, aquí España sigue por delante (bastante por delante) de los países del este de los que hablábamos anteriormente.

Del mismo modo, en las estadísticas de salario-hora o de coste laboral-hora, España está por encima de estos países. Nuestros sueldos (que suelen ser un reflejo de nuestra productividad) siguen siendo más altos que los de los checos, polacos o eslovenos. Ahora bien, también es mucho más elevada la tasa de paro: según Eurostat, en diciembre de 2019 (pre-covid), en España este indicador se situaba en el 13,7%, frente al 2,0% de los checos, el 3,3% en Polonia o el 4,3% en Estonia. ¿Qué es mejor? ¿Tener sueldos más altos para los que tienen un empleo o sueldos más bajos pero sin que apenas haya nadie en paro? Otra discusión que daría para mucho, pero que al menos debemos tener en cuenta al leer la estadística.

Dicho esto, sería engañoso que nos conformáramos porque lo cierto es que casi todos los datos nos dicen que los últimos veinte años no han sido buenos. El crecimiento en nuestro país ha sido muy inferior al de los países que mejor lo han hecho en la UE. Y sí, los tigres del Este se acercan año a año a nuestra posición. Con ajustes por precios (lo que intenta medir el índice PPS-PPP, algo que no siempre es fácil o puede estar sujeto a discusiones técnicas) o sin ajustes, lo cierto es que nuestra posición y nuestra evolución no son buenas. Además, no es algo novedoso: ya lo hemos explicado en el pasado, las tres-cuatro últimas décadas han sido de relativo estancamiento. Sí, hemos crecido pero no hemos logrado la convergencia con los países más ricos, algo que parecía inevitable viendo lo ocurrido entre 1950-1980.

A vueltas con el PIB y con el crecimiento

El PIB es un indicador tan usado como discutido. Y no hablamos sólo de esas iniciativas llamativas, pero muy de moda en los últimos años, que nos hablan de medir el PIB de la felicidad o el bienestar. Incluso si miramos sólo el indicador económico, tenemos mucho margen para el debate. De hecho, las dos tablas que mostramos en este artículo ya son un apunte de que las cosas no son tan sencillas como parecen. Como vemos, ordenar los países en función del PIB pc Real o del PIB pc PPP nos ofrece resultados muy dispares.

También es cierto que a corto plazo el PIB puede ser engañoso. Por ejemplo, entre 2000 y 2007, España aparentó vivir un proceso de convergencia con los países más ricos de la UE. En aquel año, fue cuando José Luis Rodríguez Zapatero aseguró que nuestro país iba a superar en poco tiempo a Alemania en la clasificación del PIB per cápita y nos situó "en la Champions League" de la economía continental. Ahora, aquellas palabras parecen un mal chiste.

Decimos que aquello fue simplemente un espejismo porque, como se demostró muy poco después, las bases de aquel crecimiento eran muy endebles. España generó PIB haciendo cosas que los demás no querían comprar (por ejemplo, promociones inmobiliarias que no tenían salida en el mercado). Mientras nos financiaron desde el exterior, hubo apariencia de riqueza (las promotoras construían, se pagaban salarios elevados, el paro bajaba) pero en realidad estábamos dilapidando recursos productivos en bienes que no lo merecían. Cuando la burbuja inmobiliaria estalló, volvimos a la realidad. Era más fidedigno el PIB de 2012 que el de 2006: pagar por hacer cosas que nadie quiere se puede sostener durante algún tiempo, pero no eternamente. De hecho, algo así les pasó también a los países comunistas tras la caída del muro: el PIB per cápita en la región se desplomó en los primeros años 90, en parte como consecuencia de la transición, siempre complicada, de una economía intervenida a una de mercado, pero también porque simplemente dejaron de hacer cosas que nadie quería, pero que las fábricas públicas organizas por el polítburo habían decretado que había que producir. Dedicar el 20-30% de tu producción a la industria pesada o a producir armamento genera PIB, pero no bienestar ni es sostenible a medio plazo.

Por otro lado, es cierto que el bienestar no está incluido del todo en el PIB. A veces los economistas hacemos una equiparación entre progreso e ingresos per cápita que puede ser engañosa. Sin necesidad de irnos a esos peculiares ejemplos del PIB de la felicidad alternativos que están surgiendo por ahí, sí es interesante aceptar que los indicadores macro tienen sus limitaciones. Pondremos algunos ejemplos irreales y poco técnicos pero que servirán para explicarnos:

  • Dos países con una diferencia en su PIB pc de un 20%: País A 120 - País B 100. A primera vista, parece que el primero es más próspero. Pero este primer país tiene enormes problemas de seguridad ciudadana, con su sistema de justicia y sus fuerzas del orden. Sus ciudadanos, tienen que dedicar el 20-25% de sus ingresos a pagar seguridad privada (alarmas, servicios de seguridad en sus barrios, casas con doble acristalamiento...) ¿Qué es mejor: cobrar un sueldo de 120.000 dólares en el País A o uno de 100.000 dólares en el País B? Pues, en realidad, el de 100K es preferible: los bienes y servicios a los que puedes acceder son los mismos (no te tienes que gastar 20.000 $ al año en protegerte porque para eso está la Policía) y, además, vives más tranquilo.
  • Otro ejemplo: imaginemos una familia en la que los dos padres trabajan. El sueldo de uno de ellos va destinado casi de forma íntegra a pagar a una persona de servicio doméstico que les echa una mano con los niños y la casa. Un día, el padre decide que es absurdo seguir así, deja su trabajo y pasa a ser amo de casa. Y el empleo remunerado que deja lo coge su anterior empleada doméstica. En términos de bienestar, todos están mejor que antes: por eso el padre ha renunciado a su empleo convencional. Pero el PIB antes contabilizaba dos empleos (el del padre de familia y el de la empleada doméstica) y dos ingresos: ahora, el trabajo en casa pasa bajo el radar de la estadística.
  • Un país con unos ingresos medios de 25.000 euros al año. Los servicios públicos son un desastre y todas las familias de ingresos medio-altos llevan a sus hijos a colegios privados porque no se fían de la educación pública. Un nuevo Gobierno hace una reforma educativa que reorganiza por completo los colegios públicos o introduce un cheque escolar por valor de 5.000 euros al año. El PIB no cambia, pero para todas esas familias, la renta disponible crece en 5.000 euros al año: lo que antes pagaban de su bolsillo dos veces (en impuestos y en la matrícula del colegio), ahora sólo lo pagan una vez (bien porque ahora sí se fían de las escuelas públicas o porque usan el cheque para abonar la educación de sus hijos).

Todos estos ejemplos son ficticios. Y en cierta medida, irreales: la capacidad de atracción de un país también depende de estos factores. Por ejemplo, es complicado pensar que un lugar con los problemas de seguridad que apuntamos en el primer párrafo vaya a lograr que grandes empresas y trabajadores cualificados se instalen allí. Pero sí son una forma de explicar que el PIB no lo es todo.

Ahora bien, lo contrario tampoco es cierto. En los países ricos, los servicios suelen ser de más calidad (esto es causa y efecto al mismo tiempo) y es más fácil generar esos círculos virtuosos que generan prosperidad y bienestar: (1) atraigo talento-empleo-crecimiento; (2) ese talento-empleo-crecimiento me genera rentas más altas; (3) esas rentas más altas hacen más sencillo que siga atrayendo talento-empleo-crecimiento.

En este punto, la pregunta es qué han hecho en esos otros países y qué es lo que no hemos conseguido en España en los últimos 20-30 años. Cómo hemos apuntado en otras ocasiones, a medio plazo casi todo se resume en una palabra: productividad. O lo que es lo mismo, nuestra capacidad para hacer bienes y servicios que los demás quieran adquirir a un precio competitivo (tanto si ese precio es alto, si los bienes son de alto nivel y muy demandados; como si es bajo, si te especializas en bienes y servicios de poco valor añadido). España no ha sabido hacerlo bien en las últimas dos décadas. Salvo en el sector turístico y algo en las exportaciones a raíz de la crisis de 2008, hemos ido perdiendo peso en el comercio mundial, en la producción industrial e incluso en servicios no turísticos.

La principal rémora es nuestro mercado laboral. Por la tasa de paro, por la dualidad y por la formación (tanto formación previa —escuela y universidad— como formación continua una vez nos incorporamos al mercado laboral). Enfrente, ¿qué han hecho bien estos países? Hay tantos factores que es imposible cerrar la discusión. Cualquier valoración puede ser tachada de ideológica: la izquierda siempre destacará que los impuestos en España son más bajos que la media de la UE (aunque este indicador fiscal es mucho más discutible si miramos sólo a los países de la UE que más han crecido, como Irlanda o los países del este); desde la derecha, se mira a la normativa laboral o a las libertades empresariales.

Libertad económica

En Libre Mercado, con un enfoque liberal, no podemos obviar tres aspectos en los que coinciden casi todos los países que han mostrado tasas de crecimiento muy potentes en los últimos veinte años. En primer lugar, mercados laborales muy flexibles: por ejemplo, los cinco países de la UE que encabezan el epígrafe "libertad del mercado laboral" en el Índice de Libertad Económica que cada año elabora la Fundación Heritage son: Dinamarca, Rep. Checa, Lituania, Irlanda y Letonia. España está en los últimos puestos de la lista, con una de las legislaciones más intervencionistas de la UE.

Otro aspecto interesante son las cuentas públicas. Aquí hay países con más y menos gasto del Estado en relación con el PIB. Pero casi todos los ejemplos de economías con crecimientos sólidos van unidos a ratios de deuda pública/PIB bastante bajos. Cogemos los datos de Eurostat de 2019, para evitar el efecto distorsionador del coronavirus: Rep. Checa (30,8% del PIB), Irlanda (58,8%), Dinamarca (33,2%), Estonia (8,4%), Alemania (59,8%), España (95,5%). Esto tiene dos implicaciones: más margen para políticas contracíclicas cuando llega la recesión. Y que todo lo que se recauda en impuestos va destinado a gasto público. Imaginemos dos países con la misma presión fiscal pero que gastan el 1% del PIB frente al 4% del PIB en pagar los intereses de la deuda. Los impuestos son los mismos; el gasto en los servicios públicos, no.

El último elemento sería el de la libertad económica en un sentido amplio. Para ello, cogeremos el índice referenciado antes, el de la Fundación Heritage, que incluye todo tipo de indicadores, desde mercado laboral a facilidades para abrir o cerrar una empresa, unidad de mercado, normativa comercial, etc... Los cinco primeros países de la UE en esta clasificación son Irlanda, Dinamarca, Estonia, Holanda, Lituania. España no es la última (para eso tenemos siempre a Grecia), pero languidece en la parte medio-baja de la tabla, algo por detrás de Portugal y algo por delante de Francia.

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