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José T. Raga

¿Y después qué?

¿Fue la firma de aquel documento, desconocido para los españoles, la causante de semejante disparate, más en momentos de recesión?

No hay acción humana que no deba ir precedida de esta pregunta: y después qué. Una pregunta para la reflexión previa de la conducta a emprender o de la decisión a tomar. Muchas lamentaciones evitaríamos si dicha reflexión tuviera su espacio garantizado.

El hombre está muy lejos de esa imagen idílica, difundida también por la teoría económica, de un sujeto seguro de dónde está, de a dónde quiere ir y de cómo llegar al fin con el menor esfuerzo. 

En la dimensión económica de nuestra vida ese problema está siempre presente, porque actuamos en un mundo de recursos escasos, por lo que la toma de decisiones, que implicará uso de recursos, incluido el tiempo –el más elocuente ejemplo de escasez–, se ajustará a la obligación moral de cada sujeto de no despilfarrar lo que, por naturaleza, es escaso.

Frente a aquel estereotipo de ser seguro, el hombre real es un ser dubitativo, y su decisión con frecuencia encontrará la respuesta del fracaso por error, que nunca estuvo en su consideración.

Ya sé que en el mundo –basta una ojeada a nuestro alrededor– abundan los dogmáticos, convencidos –o este es el aplomo en sus actitudes– de que el error no cabe en ellos; se sienten, y este es su principal error, seres omniscientes; conocen perfectamente el presente y el futuro, por lo que el error no tiene cabida en su actuar.

Las consecuencias del fracaso por su error recaerá en sus dependientes – descendientes, ciudadanos/súbditos– por lo que hay que buscar tretas para que las consecuencias de los fracasos se pospongan hasta que nadie pueda pedirles cuentas.

Ya he hablado en estas páginas sobre la funesta gestión de la pandemia del covid-19 del Gobierno de Sánchez, incrementando la deuda pública hasta el 117% del PIB –1,3 billones de euros–; resultado de su incapacidad y de una estructura de gobierno –nunca antes existente– de 22 ministros, cuatro de ellos vicepresidentes. 

¿Fue la firma de aquel documento, desconocido para los españoles, la causante de semejante disparate, más en momentos de recesión? ¿Se preguntó acaso usted, a la hora de firmar, y después qué? Seguro que no, y lo estamos sufriendo todos.

No hacerse esa pregunta le ha llevado a aparecer ante el mundo como quien no puede pagar sus deudas, arrodillándose en súplica por la condonación. Perdón de la deuda al deudor insolvente, que no es aceptada, por orden y buen gobierno.

Ahora sigue en la misma actitud, suplicando que no se apliquen las medidas restrictivas que impondría la disciplina sui generis al pacto europeo del déficit español –11.7% del PIB en 2020 y 8.2% en 2021 (previsiones FMI)–. Es tanto como si el insolvente impenitente pretendiera seguir obteniendo créditos que el acreedor sabe que no devolverá; y más déficit hoy supone más deuda mañana.

Finalmente, para terminar, ya que usted no, yo le sigo preguntando: ¿y después qué?

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