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José T. Raga

Quién y para qué está

La primigenia responsabilidad de un banco central es garantizar la estabilidad de precios en la economía.

Lo que uno no suele plantearse en la economía doméstica aparece a diario como una incógnita nacional o internacional sin solución. ¡Si al menos nos dejaran vivir! Pero, desde hace unos años ya, se han convertido en entes amenazantes para la sociedad.

De esos males con que nos amenazan somos potenciales víctimas los sujetos que habitamos en esas demarcaciones sobre las que instituciones y, en definitiva, personas ejercen sin piedad su jurisdicción. Vivimos atormentados.

Piensen, por ejemplo, en las Naciones Unidas. El nudo gordiano para su mitificación era la defensa y protección de los derechos humanos de todos los habitantes del planeta. ¿Se puede seguir manteniendo aquel objetivo, cuando un buen porcentaje de la población mundial vive esclavizada por regímenes políticos miembros de la propia ONU?

Frente a ello, asume competencias banales que, desde las pandemias hasta el calentamiento global, los más estudiosos dudan de su pertinencia, y los hechos simplemente se la niegan. Pero ellos hablan ex cátedra.

Hace apenas un año nos preguntábamos el porqué del Fondo Monetario Internacional; cuál era su utilidad. La lista sería interminable… Pero, como yo no debo, ni quiero, abusar de su tiempo, es en estos momentos cuando me pregunto igualmente sobre el Banco Central Europeo.

Es cierto, y debo aclararlo, que las instituciones no son nada ni nadie; en ellas hay personas que, esas sí, son, o dicen ser, las encargadas de cumplir las misiones encomendadas. Tan así que una misma institución merece el calificativo que se le otorga en función de las personas que la gestionan.

De aquí que aquellas dudas que me planteaba acerca del BCE debería planteárselas a la Sra. Lagarde, que lleva dos años en su Presidencia. Dos años que se cumplen con una inflación en España del 5,5%. Y mientras, el BCE esparciendo dinero por doquier.

La primigenia responsabilidad de un banco central es garantizar la estabilidad de precios en la economía, lo que garantizará, manteniendo el resto igual, la estabilidad del tipo de cambio.

Todo proceso inflacionario tiene perdedores y ganadores. Los primeros son los perceptores de rentas fijas y los tenedores de activos líquidos –dinero– en depósitos bancarios. Los ganadores, o los que evitan ser perdedores, son los perceptores de rentas variables, con capacidad de actualización, y los tenedores de activos reales –fincas rústicas, urbanas, obras de arte, metales preciosos…–. Si quieren clasificar en pobres y ricos, háganlo, que se equivocarán poco.

Y hay un ganador excepcional, el Estado, pues, salvo los impuestos que se liquidan mediante cuota sobre volumen, la mayor parte –IVA, Transmisiones Patrimoniales, Sucesiones y Donaciones…– se recauda ad valorem, es decir, su tipo impositivo se aplica sobre el valor de lo declarado, que, manteniéndose constante lo demás, crece según crezca el precio.

Mientras tanto, la señora Lagarde, tan tranquila, o tan preocupada, que igual da. Por eso pregunto: ¿para qué está?

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