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La crisis alimentaria tumba la demonización ecologista de los transgénicos

Reino Unido, China o Argentina comienzan a entender la importancia de la biotecnología agrícola, mientras la UE sigue a rebufo.

Reino Unido, China o Argentina comienzan a entender la importancia de la biotecnología agrícola, mientras la UE sigue a rebufo.
La UE aprueba la importación de nuevos transgénicos. | Alamy

La guerra de Ucrania está obligando a replantear muchos de los consensos establecidos dentro del progresismo europeo. Concretamente, el conflicto bélico ha cambiado el discurso relativo a temas espinosos como los presupuestos de defensa, la energía nuclear, la importancia del gas natural, así como de un suministro estable y diversificado de materias primas. En este sentido, la industria de los alimentos modificados genéticamente también ha experimentado un importante giro de guión.

A este respecto, el pasado 31 de marzo, la Comisión Europea hizo un paréntesis en su férrea postura sobre los organismos modificados genéticamente (OMG) autorizando la importación de los cultivos transgénicos de soja GMB151, de colza 73496 y de algodón GHB811. Poco después, el 19 de mayo, Bruselas volvía a sorprender con una nueva aprobación de OMG para su comercialización en territorio europeo, tras el dictamen favorable de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria. Concretamente, la Comisión dio luz verde a un tipo de maíz transgénico y otro de soja.

Estas autorizaciones, motivadas por la necesidad de asegurar el suministro alimentario, tienen una validez temporal de 10 años y no permiten el cultivo en suelo comunitario, sino únicamente la importación y comercialización de dichos alimentos en Europa, tanto para uso en el sector alimentario como para piensos animales. Al respecto, es difícil no encontrar similitudes entre esta restricción y otras vigentes en ámbitos como el energético, cuando, por ejemplo, compramos a Estados Unidos gas natural extraído mediante fracking mientras prohibimos la misma tecnología dentro de nuestras fronteras.

Reino Unido, a la cabeza

En 2019, durante su primer discurso como primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, criticó que la pertenencia a la Unión Europea había debilitado la innovación agrícola en el país, y anunció entonces una liberalización del sector biotecnológico y un cambio en la normativa para desarrollar cultivos modificados genéticamente: "Empecemos a liberar al extraordinario sector de la biociencia del Reino Unido de las reglas contra la modificación genética y desarrollemos los cultivos resistentes a las plagas que alimentarán al mundo", aseguró el líder británico.

Así, tras el Brexit, Reino Unido apostó por abandonar el principio de (extrema) precaución imperante en la Unión Europea y comenzó a preparase para el despegue de los transgénicos.

A este respecto, una de las iniciativas más relevantes emprendidas por el país británico ha sido la de abordar una distinción legal entre los organismos genéticamente modificados y los organismos genéticamente editados. Los primeros incluyen ADN de una especie diferente a la modificada (por ejemplo, insertar material genético de una bacteria a una planta), mientras que los últimos, fruto de las nuevas técnicas genómicas (NGT), permiten la modificación genética del propio ADN del organismos. Los expertos consideran que este tipo de modificación genética es si cabe más segura, ya que replica las mutaciones que podrían producirse en un entorno natural.

Hasta ahora, la normativa europea trataba ambos tipos como uno solo, considerándolos como OMG, y sometiéndolos a largos procesos de aprobación y regulación; pero Reino Unido quiere que se consideren de manera diferente para potenciar así la técnica de la edición genética, separándola de la estricta legislación sobre organismos modificados. Para ello, la Cámara de los Comunes ha iniciado recientemente la tramitación de la nueva ley de tecnología genética.

De hecho, la propia Unión Europea es conocedora de estos nuevos avances en la edición genética, y no se descarta que inicie cambios legislativos en un futuro cercano.

Otros países también comienzan a apostar sin complejos por los transgénicos. Por ejemplo, China ha ejecutado un cambio de rumbo en su normativa y, en el mes de enero, su Ministerio de Agricultura abordó la revisión de las regulaciones para la aprobación de organismos transgénicos.

Por su parte, Argentina aprobó en mayo, pese a las duras críticas de los grupos ecologistas, un nuevo maíz transgénico desarrollado por una empresa del país y que resiste mejor las sequías. Este ha sido también autorizado por naciones como Colombia, Brasil, Australia y Nueva Zelanda. La misma compañía, Bioceres, además ha obtenido un amplio respaldo regulatorio para su soja modificada genéticamente, incluyendo la reciente aprobación de China.

Transgénicos, ¿el demonio?

Los transgénicos, pese al amplio rechazo que genera en la ciudadanía – en gran parte, por lo debido a la intensa campaña promovida por sectores ecologistas- han demostrado ser seguros y efectivos en la producción de alimentos de manera más eficiente, máxime en un contexto en el que se debe compaginar el crecimiento económico y demográfico con la reducción de emisiones de efecto invernadero.

A este respecto, la ingeniería genética debe entenderse como una herramienta que, correctamente utilizada y supervisada, puede proveer grandes beneficios en lo que se refiere a una producción de alimentos más abundante y estable.

Así, el consenso científico fruto de décadas de investigación (véase este, este o este metaanálisis) muestra que los cultivos transgénicos no comportan riesgos mayores que los convencionales sobre la salud o el medio ambiente. Sin embargo, la sensibilidad de los consumidores es bien distinta: la mayoría se posiciona en contra, en parte, porque no estamos correctamente informados. Todo ello empuja a que las trabas regulatorias para desarrollar estas innovaciones biotecnológicas sean, según los expertos, extremadamente lentas y costosas.

Paralelamente, mientras la ingeniería genética es repudiada por la ciudadanía, esta parece volcarse con los modelos de producción ecológicos y orgánicos. Lo que muchos no saben es que este tipo de agricultura es sensiblemente menos eficiente, al prescindir de gran parte de los avances tecnológicos. Por ello, si quisiéramos basar toda la producción agrícola en modelos ecológicos acabaríamos utilizando más suelo y recursos, generando un mayor impacto ambiental y encareciendo los productos. Así, por ejemplo, como ya explicamos en Libre Mercado, prescindir de fertilizantes químicos puede poner en serio riesgo el sistema alimentario, tal y como ya ocurrió en Sri Lanka cuando decidió imponer la agricultura ecológica.

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