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José T. Raga

La broma del presupuesto

Los rifirrafes entre Ministros para conseguir mayor tajada son simples luchas de poder; es decir, objetivos muy, pero muy, microeconómicos.

Los rifirrafes entre Ministros para conseguir mayor tajada son simples luchas de poder; es decir, objetivos muy, pero muy, microeconómicos.
María Jesús Montero, durante la primera jornada del debate de totalidad del proyecto de Presupuestos Generales del Estado de 2023 este miércoles en el pleno del Congreso. | EFE

Aunque lo parezca, no creo haber enloquecido. Lo que sí puedo afirmar, y supongo que no estaré solo, es que encontramos personajes políticos, opinando sobre la polis y manipulando nuestros intereses, como si lo del Presupuesto Público, fuera un simple juego de me das y te doy; o sea, una broma.

Por el decir de los Ministros actuales –juicios, comentarios, propuestas…–, aseguraría que, en su mayor parte, no se han enterado todavía de que en 1936 se publicó la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, de J.M. Keynes. Aunque siguen a tiempo, porque su retraso no llega todavía a un siglo.

A partir de aquella obra cambiaron muchas cosas en el concepto, visión y dimensión de la Economía de cualquier nación y, si existiera perfecta movilidad de recursos, también de la economía global. Una de ellas, por lo que hoy nos interesa, fue el concepto del Presupuesto Público y, en él, sus posibles objetivos.

Hasta entonces, el Presupuesto del Sector Público tenía un carácter simplemente contable; una sencilla cuenta por partida doble –ingresos y gastos– que cualquier entidad –privada o pública– realiza para dar cuenta de su gestión.

Desde entonces, unos antes y otros después –algunos, como he dicho, aún no se han enterado— fueron asumiendo el cambio, que vino a transformar aquel simple documento contable en un instrumento de política económica. O lo que es lo mismo, que dejaban de tener sentido los regateos y forcejeos para ver quién se llevaba la mayor parte de la tarta, porque los recursos públicos –ingresos tributarios y patrimoniales– se emplearían –financiando los gastos públicos– para alcanzar los objetivos macroeconómicos que la nación considerase prioritarios: crecimiento, pleno empleo, distribución, bienestar, estabilidad… y por aquellos decenios, ajustados a la realidad.

Si omiten las publicaciones rigurosas de los diversos analistas, dando paso a la voz del Gobierno ¿serían capaces de definir los objetivos macroeconómicos de nuestra España para el año 2023, según las bases presupuestarias? Cuidado con las respuestas; los rifirrafes entre Ministros para conseguir mayor tajada son simples luchas de poder; es decir, objetivos muy, pero muy, microeconómicos.

En países que presumen de larga tradición democrática, la sesión del Parlamento en la que se presentan los Presupuestos es, sin lugar a dudas, la de mayor interés de las que puedan tenerse a lo largo del año. En España es, paradigmáticamente, la más tediosa. Discusiones, incluso insultos, adornan la atmósfera de falsedades, sueños e hipocresías, por el olvido de que, en economía, lo que no puede ser, no es.

Pensarán muchos que, como garantía, el Presupuesto acabará ante el Congreso de los Diputados para su examen, aprobación, rechazo o enmiendas. No sueñen; el Congreso es una trasposición de intereses del Poder Ejecutivo al poder legislativo; elusión causada por la disciplina de voto de propios y asociados. Por tanto, habrá votos suficientes para su aprobación.

¿Cómo? Mediante una fórmula archiconocida, aunque muy microeconómica. Ya la conocen… aunque nada tiene de broma.

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