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El fiasco de la "ayuda al desarrollo": cincuenta años de subvenciones con los beneficiarios igual de pobres

En muchos casos, no solo hablamos de iniciativas fallidas, sino que además podemos considerar que han sido contraproducentes.

En muchos casos, no solo hablamos de iniciativas fallidas, sino que además podemos considerar que han sido contraproducentes.
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Frank Bremer lleva toda una vida lidiando con la pobreza. Ha desarrollado proyectos en más de treinta países repartidos por África, Asia Central, el Caribe y el Índico, pero medio siglo de trabajo le ha llevado a convencerse de que "la ayuda al desarrollo solo es una manera ineficiente de buscar un objetivo difuso, planteado a través de proyectos mal diseñados y de métodos que no dan resultado. Sin duda, lo que en su día fue una gran idea ha demostrado ser, en realidad, un gran desperdicio de dinero".

La lucha contra la pobreza es un gran reto que debe preocupar a toda la humanidad. El problema está en la ayuda al desarrollo, ahora tildada de cooperación al desarrollo por ser un término más políticamente correcto. En muchos casos, estos programas han fracasado. En otros tantos casos, no solo hablamos de iniciativas fallidas, sino que además podemos considerar que han sido contraproducentes.

En su libro, Bremer ejemplifica la falta de entendimiento que suele darse cada vez que las poblaciones locales intentan trasladar sus necesidades a los grandes responsables de financiar estos proyectos, que pueden ser gobiernos extranjeros, organizaciones no gubernamentales, etc. Los primeros suelen centrarse en soluciones prácticas, del día a día, que no requieren intervenciones excesivamente complejas. Los segundos tienen, en cambio, un planteamiento mucho más enrevesado, basado en incorporar sus propios caprichos ideológicos a un terreno donde no tienen encaje ni arraigo.

Para Bremer, "a menudo se insiste en que lo importante es enseñar a pescar a los pobres, para que se puedan valer por sí solos. En realidad, esa analogía del pescador es equivocada. Los pobres ya saben pescar. Lo que necesitan es otro tipo de facilidades". El autor cita el ejemplo de muchos proyectos de infraestructuras que acaban abandonados, bien porque su mantenimiento es inasumible, bien porque ni siquiera se llegan a completar, bien porque nunca fueron adecuados para las necesidades locales.

Nuestro experto es etnólogo, sociólogo y experto en economía del desarrollo. Vive en Costa de Marfil desde 1977. Pues bien, tras realizar una auditoría de los 24 proyectos de ayuda al desarrollo que se han financiado en su país de residencia, Bremer ha encontrado que solo uno de ellos ha tenido un impacto de largo plazo. El despilfarro de recursos habría superado los 125 millones de euros. Solo un proyecto forestal arrojó resultados positivos.

En muchos otros países, Bremer se ha encontrado la misma historia. En Bujumbura, la capital de Burundi, se financió una red de farmacias ¡durante veintidós años! Sin embargo, en cuanto expiró la ayuda internacional, estas farmacias cerraron sus puertas. Muchos empresarios locales que, durante años, no pudieron invertir en el sector por la competencia desleal que generaban estas farmacias acabaron llenando el hueco que dejó la ayuda al desarrollo cuando todo llegó a su fin. "Para la comunidad internacional aquello fue como un patio de recreo subvencionado, con el agravante de que se desplazó al sector privado y se impidió que cumpliese su papel", señala el autor.

"Más recientemente, los fondos han empezado a girar en torno a la agricultura ecológica. Llevamos al menos dos décadas en las que este tipo de proyectos han recibido más financiación. Solo en la Sabana se han invertido 20 millones de euros que no han ido a ningún lugar. Es como coger esos 20 millones de euros y enterrarlos en la arena. El problema es el mismo de siempre: otra vez la comunidad internacional construyendo un patio de recreo subvencionado en el que desplegar ensoñaciones de supuestos expertos que no entienden la realidad productiva ni agrícola de los lugares donde se impulsan estos proyectos", lamenta.

Su conclusión es devastadora: "van ya cincuenta años de ayuda al desarrollo, ha nacido una gran industria que maneja ingentes recursos a través de gobiernos y ONG, pero al final lo que vemos es que sus supuestos beneficiarios siguen siendo igual de pobres, porque en vez de mejorar sus vidas, estos proyectos solo generan riqueza entre quienes se aseguran de controlar los fondos en beneficio propio, como supervisores o responsables de las actuaciones".

Y, pese a la abrumadora evidencia que respalda su opinión, y pese a la voz de tantos expertos que se han expresado en la misma línea, a la sociedad civil de los países desarrollados no parece preocuparle mucho esta problemática. Además, todo sucede muy lejos de nosotros, de modo que hay otros asuntos más próximos y urgentes que atender. De modo que al final nadie cuestiona que se estén desperdiciando miles de millones de euros en estos programas.

El ejemplo de China, Vietnam o, en la propia Europa, Polonia, muestra que la lucha contra la pobreza y el camino del desarrollo no dependen de la ayuda al desarrollo, sino de la aprobación de reformas de mercado. En todos los países que han seguido este camino se ha producido una acelerada caída de la incidencia de la pobreza, producto del refuerzo de la propiedad privada y el desarrollo del capitalismo, que verdaderamente es el mejor aliado de los pobres.

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